De vuelta en México, migrante describe los abusos sufridos en empacadora de Iowa

El Barril, Villa de Ramos, SLP, 21 de mayo. A casi 200 kilómetros de la capital del estado se localiza la comunidad El Barril, de casi 2 mil habitantes, quienes se dedican a la siembra de alfalfa, maíz y chile puya. Es una zona árida. A medida que se arriba a ella se percibe el silencio. Las calles están solitarias, si acaso algún chiquillo juguetea o algún joven reposa recostado en el pavimento.

El pueblo es exportador de mano de obra a Estados Unidos, situación que se debe a la falta de oportunidades, y “no nos queda otra”, dice Juan Valentín Vega Martínez, de 18 años de edad, quien tiene seis meses de haber regresado a éste, su pueblo.

Vega Martínez estuvo 10 años en Postville, Iowa, cerca de Minesota y Wisconsin. Regresó antes de la redada del 12 de mayo, cuando, recuerda, helicópteros sobrevolaron para detener a indocumentados.

El joven narra lo difícil de la vida en Postville: “nos tratan como esclavos, nos discriminan horrores y hasta lanzan apodos”. Se refiere a los dueños de una empacadora en la que laboran cientos de migrantes.

En Postville, Juan Valentín Vega laboraba de capataz en la empacadora de carnes Agriproser; domina el inglés y servía de intermediario entre los nuevos empleados y el dueño de la empresa, un judío bastante “intolerante”.

“Yo estuve cuatro años de mi vida trabajando ahí y me arrepiento. Era muy dura la vida, a pesar de que logré ganar dinero y mandar para terminar de fincar la casa de mis padres”.

En ese condado estadunidense el dueño de la fábrica les alquila cuartos, pero la mayoría prefiere rentar unos departamentos que mandó construir un millonario al que conocen como Rhon. “El alojamiento es un espacio de dos recámaras, cocina y baño, donde vivimos por lo menos siete personas. Le digo que es muy difícil, porque no hay privacidad, estamos todos amontonados”, refirió.

El dueño de la empacadora acrecentó su fortuna durante los 10 años recientes, en que empezó con la producción. Al principio llegaron cinco potosinos y de ahí se pasaron la voz para conseguir una fuente de trabajo aunque fuera lejos de su lugar de origen.

Conocen la forma de operar de la empacadora y se les hace curioso el ritual para la matanza de los animales. “Entra un judío y le reza a la vaca, luego termina y empieza el procedimiento de quitar las partes una a una y así hasta destazar completamente al animal.”

La diferencia de vivir en El Barril y en Postville es que allá no hay libertad, “es puro trabajo”. Las jornadas son de 13 horas diarias en promedio, la paga es de seis dólares con 75 centavos por hora. En cambio en El Barril el salario diario promedio es de 70 pesos, ya sea de empleado de tortillería, en tiendas de abarrotes o en las faenas agrícolas.

Los que habitan en el condado de Postville y han regresado a su pueblo lo hicieron por cansancio. “Es puro trabajar, no hay horas de esparcimiento, te levantas a las 4 de la mañana y te duermes tarde… al otro día igual”.

No obstante, los migrantes son la fuerza que mueve este pueblo. “De no ser por las remesas no tendrían las familias de qué mantenerse”, refiere Cruz Muñoz, la esposa del comisario ejidal Eleazer Cardona Nava.

En El Barril la vida transcurre tranquila; no hay violencia, no hay asaltos –“ni lo diga”, replica la esposa del comisariado–, aunque sabe que en el pueblo hay problemas de desintegración familiar, familias de un solo miembro, ya sea la madre o el padre. “Hay deserción escolar por falta de recursos, establos en los patios de las viviendas y, cuando no hay cosecha, muchas necesidades.”

De cualquier forma es mejor estar con la familia y no separados por la búsqueda de una vida mejor, concluye.

Nota de Rosa Elena Pedraza, La jornada, 22 de mayo.


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