El síndrome posaborto, argumento de objetores

Investigaciones internacionales y expertos en salud mental concluyeron que no hay evidencias suficientes para confirmar la existencia del síndrome posaborto en mujeres que interrumpen su embarazo, argumento que esgrimen los opositores a la despenalización de esa práctica.

Los grupos inconformes aseguran que las mujeres que optan por el aborto padecen fuertes depresiones, insomnio, pesadillas, alucinaciones y una mayor tendencia al suicidio o a las adicciones

Profesionales como la sicóloga Olivia Ortiz —quien dirige además una asociación de acompañamiento de mujeres que deciden interrumpir su embarazo— plantean que lo que hace sufrir a las mujeres que abortan no es un síndrome, sino prejuicios, dogmas, ataques y descalificaciones de quienes están contra esa práctica.

Victoria es una mujer que abortó hace ocho años y aseguró a MILENIO que no tuvo ninguno de esos síntomas, pero pasó por un “tormento” al concretar esa decisión cuando el procedimiento era ilegal.

Patricia, en cambio, tomó la decisión hace menos de un año y tampoco se ha sentido deprimida ni asesina ni pecadora, pero reveló que lo traumático fue enfrentar a las personas que la juzgaron y maltrataron, entre ellas, incluso, el mismo personal de la Secretaría de Salud del DF, lo cual justifica porque fue una de las primeras que hicieron uso de este nuevo derecho.

Olivia Ortiz explicó que la cantidad de dolor que sentirán ellas al tomar la decisión dependerá de cómo se encuentren, previo al embarazo no deseado, en cuatro esferas principales de su vida: la familia, la pareja, la valoración de sí mismas —sus creencias— y el contexto.

Lo que más hiere a una mujer, puntualizó, es la soledad y el silencio. Si se enfrenta a tomar esta decisión sola es descalificada por su familia, su pareja y por la sociedad; tiene muchos dogmas —relacionados con la religión generalmente—, y no está acostumbrada a decidir sobre su propio cuerpo; el dolor que experimentará se convertirá en sufrimiento que tardará mucho tiempo en sanar.

Además de Ortiz, la directora de la organización no gubernamental Ipas México —dedicada a proteger la salud de las mujeres, a través de la promoción del respeto a sus derechos reproductivos—, Rafaella Schiavon, coincide en que muchas de las afectaciones en la salud mental de las mujeres se deben a las condiciones preexistentes.

Si una adolescente o mujer tiene problemas de autoestima —que la llevan a deprimirse—, mantiene relaciones de sometimiento o maltrato, no toma decisiones sobre sí misma e inició de manera prematura su actividad sexual, estarán más propensas a un embarazo no deseado y por lo tanto a su interrupción. En ese caso, agrega, las afectaciones que esto pueda acarrear dependerán de si resuelven los problemas previos y de cómo vivan este acontecimiento.

Coinciden en que los principales culpables del aumento del dolor o sufrimiento de las mujeres son los grupos que están contra el derecho a decidir, porque ellos las señalan como “asesinas, pecadoras, egoístas o irresponsables”.

Ni Patricia ni Victoria —ambas hijas de madres solteras— titubearon para tomar la decisión, porque estaban convencidas de que no eran “asesinas ni pecadoras”, pero aceptan que se sintieron “tontas” y temían decepcionar a sus progenitoras.

El maltrato que sufrió Victoria, quien no ha intentado suicidarse ni es drogadicta, estuvo en manos de una doctora sin tacto, un médico charlatán que se propasó durante la revisión y de los mitos de brebajes milagrosos que pensó encontrar en el mercado de Sonora.

Patricia fue víctima de los engaños de Provida, de la policía que cuida el hospital de Inguarán, de la trabajadora social que en todo momento intentó disuadirla y le hizo pensar que no era seguro que la atenderían, por lo que intentó interrumpir ella misma su embarazo, lo que le provocó una infección que puso en riesgo su vida.

Atendida posteriormente de emergencia en ese hospital, lidió con algunas enfermeras y médicos que, por ser objetores de conciencia, la sometieron a ella y a otras pacientes a un trato cruel y a los discursos recriminatorios.

Patricia narra que incluso una noche las enfermeras dejaron a una de las mujeres que estaba en la misma sala con parte del producto recién expulsado entre las piernas, con el argumento de que el médico en turno era objetor y no dio la orden de limpiarla.

Después de ocho años, Victoria, quien dejó de tener relaciones sexuales por un tiempo, no ha vuelto a embarazarse ni a abortar. En este momento está en busca de una pareja para formar una familia.

Patricia, quien ahora tiene una pareja estable con la cual mantiene relaciones sexuales seguras y da pláticas sobre la interrupción legal del embarazo a jóvenes, incluso ha cambiado su postura de negarse a tener hijos a un “por qué no, en su debido momento”.

Estudios en otros países
En análisis internacionales, como el realizado por el doctor neozelandés David Fergusson, se plantea que las mujeres jóvenes que interrumpieron su embarazo, en comparación con las que decidieron continuarlo, alcanzan mejores niveles psicosociales, de educación, ingresos y tienen menos propensión a padecer problemas intrafamiliares.

En otra investigación conocida como el estudio de Praga, se concluye que no interrumpir un embarazo no deseado aumenta el riesgo de que los hijos presenten en la edad adulta un desarrollo psicosocial negativo y problemas en su bienestar mental.

Las investigaciones que afirman sustentar la existencia del síndrome posaborto no son concluyentes, entre las más conocidas están las realizadas por el Instituto Elliot, dedicado por años a recopilar testimonios de “mujeres arrepentidas”.
Valeria Berumen, Milenio, 13 de junio.

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