CIUDAD IXTEPEC, Oax.— Los gestos y la voz del párroco Alejandro Solalinde Guerra denotan preocupación: “Lo que está en juego es la paz de Ixtepec”.
Aun con el temblor en las manos, luego de encarar a hombres y mujeres, enfatiza: “Si se cierra la Casa del Migrante, los únicos beneficiaros serán las mafias que trafican y secuestran a los hermanos centroamericanos. Tendrán que pasar sobre mi cadáver para que desaparezca este lugar”, añade, mientras recorre con la vista las instalaciones.
Recuerda que no es la primera vez que enfrenta “el hostigamiento”. Dice que desde que abrió el albergue, él y sus colaboradores fueron objetos, primero de intentos de soborno y después de amenazas. “Mis colaboradores han sufrido aparentes asaltos, pero después les hablan para decirles que para la próxima vez, no saldrán bien librados. A mí ya me amenazaron muchas veces de muerte. Pero esta obra humanitaria no será frenada”.
Lamenta la violación de la pequeña de seis años. Exige justicia y recuerda que ellos llamaron “a la policía para que detuvieran a otros cuatro mareros, a quienes, al igual que al nicaragüense Francisco Alvarado, no se les permitió su ingreso al albergue por violentos. Aquí no se va a cerrar el albergue, aquí no es Orizaba”, insiste, al recordar que en esa ciudad veracruzana fue clausurado un albergue de migrantes hace dos años y medio.
Para el párroco, no hay duda que entre las quejas de algunos vecinos “esté la mano de los polleros, de los que se enriquecen con el sucio negocio del tráfico de indocumentados, de los malos policías que están ligados con ellos”.
Indicó que no desestima la protesta de los colonos, pero aclara que además hay otros factores de interés: “Los cabecillas de la protesta pertenecen a religiones diferentes a la católica y eso no se vale”.
La población quizá no tiene la información necesaria de que el albergue es como un dique que contiene la violencia y la inseguridad. “El crimen organizado quiere contaminar el flujo migratorio que nadie para, ni siquiera el gobierno estadounidense”, señaló.
Aun con el temblor en las manos, luego de encarar a hombres y mujeres, enfatiza: “Si se cierra la Casa del Migrante, los únicos beneficiaros serán las mafias que trafican y secuestran a los hermanos centroamericanos. Tendrán que pasar sobre mi cadáver para que desaparezca este lugar”, añade, mientras recorre con la vista las instalaciones.
Recuerda que no es la primera vez que enfrenta “el hostigamiento”. Dice que desde que abrió el albergue, él y sus colaboradores fueron objetos, primero de intentos de soborno y después de amenazas. “Mis colaboradores han sufrido aparentes asaltos, pero después les hablan para decirles que para la próxima vez, no saldrán bien librados. A mí ya me amenazaron muchas veces de muerte. Pero esta obra humanitaria no será frenada”.
Lamenta la violación de la pequeña de seis años. Exige justicia y recuerda que ellos llamaron “a la policía para que detuvieran a otros cuatro mareros, a quienes, al igual que al nicaragüense Francisco Alvarado, no se les permitió su ingreso al albergue por violentos. Aquí no se va a cerrar el albergue, aquí no es Orizaba”, insiste, al recordar que en esa ciudad veracruzana fue clausurado un albergue de migrantes hace dos años y medio.
Para el párroco, no hay duda que entre las quejas de algunos vecinos “esté la mano de los polleros, de los que se enriquecen con el sucio negocio del tráfico de indocumentados, de los malos policías que están ligados con ellos”.
Indicó que no desestima la protesta de los colonos, pero aclara que además hay otros factores de interés: “Los cabecillas de la protesta pertenecen a religiones diferentes a la católica y eso no se vale”.
La población quizá no tiene la información necesaria de que el albergue es como un dique que contiene la violencia y la inseguridad. “El crimen organizado quiere contaminar el flujo migratorio que nadie para, ni siquiera el gobierno estadounidense”, señaló.
Alberto López Morales, corresponsal, El Universal, 25 de junio.
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