Ser esposa de un migrante mexicano es una limitante para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, de acuerdo un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).
Las mujeres que se quedan en las comunidades de origen y viven con su familia , indica, cargan con la presión de comportarse como "buenas esposas", lo que limita, por ejemplo, el uso de anticonceptivos.
"En el caso de uso de métodos anticonceptivos se observa una presión familiar para que la mujer suspenda cuando su compañero parte para Estados Unidos. Se entiende que su compañero debe ser su única pareja y que ella debe ser fiel, por lo que no se justifica el uso de métodos anticonceptivos", apunta.
El estudio"Las mujeres que se quedan: migración e implicación en los procesos de búsqueda de atención de servicios de salud" fue realizado en una comunidad rural y en una comunidad urbana, ambas con un alto índice de intensidad migratoria internacional.
Se entrevistó a 60 mujeres mayores de 18 años, con pareja en EU o cuya pareja hubiera regresado en un término no mayor a 5 años.
Se encontraron dos grupos de mujeres; las que tienen entre 21 y 39 años, que por lo general tienen hijos pequeños y viven en casa de sus familias; y las mujeres mayores de 40 años, que tienen hijos más grandes y que suelen vivir en su propia casa.
Las mujeres que viven con su familia lo hacen por decisión del esposo, quien considera que así están más protegidas. Sin embargo, la protección supone mayor control de la familia en torno de decisiones, actividades, movimientos, distribución de las remesas e incluso, uso de métodos anticonceptivos.
"La búsqueda de atención (médica) también puede limitarse debido a que la suegra, la hermana, la madre o la cuñada la acompañan a la consulta, lo que dificulta la relación médico-paciente, sobre todo en los temas considerados privados", señala estudio.
En el caso de las mujeres esposas de migrantes que viven en su propia casa, el estudio señala que estas personas sienten un control y estigmatización social como mujeres solas.
Las mujeres que se quedan en las comunidades de origen y viven con su familia , indica, cargan con la presión de comportarse como "buenas esposas", lo que limita, por ejemplo, el uso de anticonceptivos.
"En el caso de uso de métodos anticonceptivos se observa una presión familiar para que la mujer suspenda cuando su compañero parte para Estados Unidos. Se entiende que su compañero debe ser su única pareja y que ella debe ser fiel, por lo que no se justifica el uso de métodos anticonceptivos", apunta.
El estudio"Las mujeres que se quedan: migración e implicación en los procesos de búsqueda de atención de servicios de salud" fue realizado en una comunidad rural y en una comunidad urbana, ambas con un alto índice de intensidad migratoria internacional.
Se entrevistó a 60 mujeres mayores de 18 años, con pareja en EU o cuya pareja hubiera regresado en un término no mayor a 5 años.
Se encontraron dos grupos de mujeres; las que tienen entre 21 y 39 años, que por lo general tienen hijos pequeños y viven en casa de sus familias; y las mujeres mayores de 40 años, que tienen hijos más grandes y que suelen vivir en su propia casa.
Las mujeres que viven con su familia lo hacen por decisión del esposo, quien considera que así están más protegidas. Sin embargo, la protección supone mayor control de la familia en torno de decisiones, actividades, movimientos, distribución de las remesas e incluso, uso de métodos anticonceptivos.
"La búsqueda de atención (médica) también puede limitarse debido a que la suegra, la hermana, la madre o la cuñada la acompañan a la consulta, lo que dificulta la relación médico-paciente, sobre todo en los temas considerados privados", señala estudio.
En el caso de las mujeres esposas de migrantes que viven en su propia casa, el estudio señala que estas personas sienten un control y estigmatización social como mujeres solas.
Silvia Garduño, Reforma, 7 de septiembre.
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