Estrategia de cárteles: difusión y propaganda

Mediante un empírico pero eficaz manejo de crisis, los narcotraficantes mexicanos ganaron los primeros espacios comunicativos que dejó suelta la información gubernamental respecto del atentado de la noche del grito en Morelia, el pasado 15 de septiembre.

Mientras los gobiernos federal y estatal se sumieron en el desconcierto de la investigación inicial, y lo que hubo fueron pronunciamientos generales de repudio, los cárteles de las drogas a los que se relacionó de manera automática con el incidente —a saber, La Familia y el del Golfo— comenzaron una labor de propaganda vía correos electrónicos y mensajes de celular, deslindándose de los hechos y acusando a sus enemigos de la autoría.


La velocidad de la respuesta reflejó, en términos de comunicación política, la importancia que otorgan estos grupos a su posicionamiento frente a la opinión pública, ante la que de varias formas siempre han querido aparecer como menos peligrosos de lo que son.


Sus mensajes posteriores al 15 de septiembre muestran la urgencia por dejar claro que ellos son incapaces de atentar contra gente inocente.


Echaron mano con eficacia de las llamadas narcomantas, un recurso de origen militar, usado hasta ese momento por los narcotraficantes para marcar territorios, amagar contrarios, reivindicar ejecuciones y desprestigiar autoridades.


De acuerdo con lo publicado por EL UNIVERSAL, antes de los hechos en Morelia (22/05/08) el uso de las mantas es un recurso sugerido en los manuales militares como “operaciones sicológicas” dentro de una estrategia de “guerra irregular”.


Los militares consultados reconocieron que la propaganda del narcotráfico mediante estos mensajes en espacios públicos ya era más efectiva que las acciones del Ejército, pues han logrado infundir temor, miedo y psicosis en las poblaciones donde cuelgan sus mensajes.


No son nuevas, en la construcción simbólica del discurso del narco, las versiones donde suelen aparecer como héroes populares, protectores de su plaza, justicieros por vocación, lo que tiene efectiva materialización en municipios y poblados donde la derrama de la economía de las drogas es, en efecto, generosa, en términos sociales.



Esto representa para el gobierno un doble problema: de gobernabilidad, por una parte, al perder gradualmente control de territorios (alcaldías, policías, gubernaturas), pero también comunicacional, ya que lo que hasta ahora se concebía como la “cultura del narco” en tanto folclóricas expresiones de autolegitimación, básicamente kitsch y locales, ahora ya demostró que sabe cómo extenderse al uso de estrategias multimedia, incluso de origen militar, para mandar los mensajes que desea en coyunturas determinadas.
Alejandro Jiménez, El Universal, 26 de septiembre.

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