¡Los mandan al matadero!

Los caídos se quedaron al final. Sólo hubo una evocación en los discursos, pero nadie mencionó los nombres de los policías federales muertos en combate.

Por eso sus familiares tuvieron que reivindicarlos. “¡Los mandan al matadero!” y no pagan los seguros, gritaba una mujer furiosa con lágrimas en los ojos ante el presidente Felipe Calderón, al explicarle que habían asesinado a su hermano.

Era un acto de festejo, de ascensos, de reconocimientos de la “nueva” Policía Federal. Aun así, en primera línea, ensombrecían la escena esposas e hijos de policías muertos.

Esperaban que los nombres de sus esposos, padres o hermanos fueran mencionados, pero sólo hasta el final el Presidente interrumpía su discurso para improvisar un minuto de silencio, que en el programa estaba previsto para el inicio de la ceremonia.

Claman justicia

A los hijos de los combatientes anónimos, Calderón les decía que les heredaron un buen nombre, “lo más valioso que pueden tener en la vida”. E instruía al gabinete de seguridad para garantizarles que no les falte casa, sustento, escuela ni apoyo económico.

Al término del discurso, se acercaba a los familiares, donde una mujer a gritos le pedía justicia y el seguro que le correspondía a su hermano asesinado el 18 de julio en Guerrero. El Mandatario mantenía un rictus de dolor mientras abrazaba a un niño que lloraba desconsolado por la muerte de su padre.

Luego partiría flanqueado con su gabinete de seguridad. Pero las mujeres ahí seguían, clamando justicia.

“Hay mucha negligencia, que chequen expedientes porque no se nos hace justo que después de que dan la vida nos quedemos las familias sin salida. Que revisen el seguro que les pertenece (…) Era mi hermano Juan Alberto Ramos Martínez (…) Sólo están dando 40 salarios”, se quebraba la voz de Ivonne Ramos, al lado de su padre Mario.

Mientras, los galardonados observaban a la mujer y algunos asentían con la cabeza cuando afirmaba que los mandan a la línea de combate con armas obsoletas y las manos atadas.

Selene Viruet, con sus hijos a los costados, demandaba que los altos mandos la apoyen. “Nadie se nos acerca, nosotras tenemos que hacer el papeleo (…) A mi esposo, Fabián Martínez Torres, le aventaron una granada”, replicaba.

Laura Vega, El Economista, 9 de septiembre.


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