El libro digital no emociona en México

Los investigadores ubican la línea del antes y después en 1990: los nacidos a partir de ese año crecen acompañados de las nuevas tecnologías, no tienen complejos ante los videojuegos, las computadoras, las redes sociales o los blogs, mientras los mayores de 30 años debieron aprender a encender la computadora, a usar internet o las cámaras digitales.

“Analfabetos tecnológicos” los llaman en algunos sectores de investigación, si bien el vertiginoso desarrollo de las tecnologías, sobre todo en el campo de la información, comienza a generar retos a la industria, con avances desiguales, como sucede en el sector editorial.

Para Pedro Huerta, director de Random House Mondadori-México, estamos en un proceso que podría transformar de manera radical a la industria editorial en todo el mundo, aun cuando serán los textos académicos y escolares los más susceptibles a la digitalización y el uso de los medios electrónicos.

“La generación de los 90 lo único que conoce son las tecnologías. En el presente año van a entrar a la universidad y consumir contenidos de manera digital; para ellos se convertirá en algo normal, no como sucede con nosotros.

En un futuro, sobre todo las editoriales dedicadas al texto, van a tener que darse cuenta de que los estudiantes van a estar con su computadora bajando su contenido, para lo cual ya habrán tenido que vender una suscripción a las universidades o a sus bibliotecas.

“El modelo de negocio de estas editoriales va a cambiar en el sentido de que tendrán que vender suscripciones y no libros impresos a los acervos de las bibliotecas de las universidades: el alumno podrá leer en computadora sin problemas, porque verá temas específicos, unas páginas en especial.”

De acuerdo con estimaciones del grupo editorial, en el año 2015, 80 por ciento de las ventas de una editorial como Trillas, McGraw Hill o Pearson van a ser digitales y sólo 20 por ciento se harán en papel; mientras que para las editoriales de interés general será justo al revés: 20 por ciento serán digitales y el restante en papel.

Por encabezar el mercado

En el Fondo de Cultura Económica están convencidos de que habrá usuarios para ambos tipos de lector: vender un libro electrónico no significa dejar de vender un libro en papel, son públicos distintos, de acuerdo con Tomás Granados Salinas, coordinador editorial del FCE.

“Hay muy poca información, incluso en mercados donde ya hay experiencia de explotación de libros electrónicos; habrá una temporada de aprendizaje.”

Desde hace un par de años, el FCE ofrece más de 300 libros a través de un servicio que ofrece Google en un programa llamado de Afiliación, con el cual los lectores pueden hojear parte de los libros.

Se trata de un modo de dar a conocer los títulos con una idea de promoción, para vender ejemplares impresos, aunque ya trabajan en “la revisión de buena parte de nuestros contratos para conocer de qué libros tenemos derechos para hacer una explotación electrónica”, asevera Tomás Granados.

En España se han creado muchas plataformas de descarga digital, por lo cual los tres grandes grupos editoriales y de información —Santillana, Planeta y RHM— trabajan de manera conjunta en el desarrollo de una plataforma digital para que la gente descargue los libros directamente de las editoriales.

“Cada uno mueve fichas, pero no hay un mercado; de lo que estamos seguros es que si no hay contenido digital, no habrá mercado jamás. Un error que no queremos cometer es el que cometió la industria discográfica: dejarle el camino a Apple, que con su tienda Itunes fue la creadora de un modelo de negocio viable de descarga digital”, enfatiza Pedro Huerta.

Las leyes, rezagadas frente a nuevas tecnologías

Las legislaciones en materia de derechos de autor no parecen ir a la par del desarrollo tecnológico. De acuerdo con el investigador español Alberto López Cuenca, las leyes de protección intelectual, articuladas a lo largo del siglo XIX, buscaban proteger al autor, que se viera remunerado por el tipo de producción cultural que elabora.

“A lo largo del siglo XX lo que ha ocurrido es que los autores, al detentar el control sobre lo que se denomina derechos patrimoniales, suelen cederlos a intermediarios, a una compañía como Warner o una editorial como Alfaguara: entonces, quienes se ven mermados por su distribución electrónica no son los autores, sino los intermediarios.”

De acuerdo con el compilador del libro Propiedad intelectual. Nuevas tecnologías y libre acceso a la cultura, con el nuevo entorno digital hay que pensar cómo actuar y pone como ejemplo la pequeña editorial española Traficante de sueños, que publica sus textos y los distribuye en formato impreso, al tiempo de ofrecerlos en internet con libre acceso, mediante una licencia que te permite reproducir la obra sin ánimos de lucro.

“El resultado de eso es publicidad y, por ejemplo, el libro Por una cultura libre, de Lawrence Lessig, se ha convertido en uno de los más vendidos, con cerca de un millón y medio de ejemplares”, explica quien en la actualidad es catedrático de la Universidad de las Américas de Puebla.
Jesús Alejo, Milenio, 21 de julio.

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