El gran fracaso es de Obama

Contrario a innumerables reportes, la debacle en Copenhage no fue culpa de todos. No ocurrió porque los seres humanos sean incapaces de ponerse de acuerdo o sean inherentemente autodestructivos. Tampoco fue todo la culpa de China o de la desventurada ONU.

Hay culpa para repartir, pero había un país que poseía un poder único para cambiar el juego y no lo usó. Si Barack Obama hubiese llegado a Copenhage con un compromiso transformador e inspirador de sacar a la economía de EU de los combustibles fósiles, todos los demás emisores principales hubiesen seguido el ejemplo. Estados Unidos, Japón, China e India habían indicado que estaban dispuestos a aumentar sus niveles de compromiso, pero sólo si EU lo hacía primero. En lugar de hacerlo, Obama llegó con metas embarazosamente bajas y los grandes emisores del mundo siguieron su ejemplo.

(El “trato” que fue finalmente pactado no fue más que un acuerdo desaseado entre los mayores emisores del mundo: fingiré que estás haciendo algo por el cambio climático y tú finges que yo también. ¿Trato hecho? Hecho.)

Comprendo todos los argumentos sobre no prometer lo que no puede cumplir, sobre la disfunción del Senado de EU y el arte de lo posible. Pero evítenme la cátedra sobre el poco poder que tiene Obama. Ningún presidente desde Franklin D. Roosevelt ha tenido tantas oportunidades de transformar a EU en algo que no amenace la estabilidad de la vida en este planeta. Se ha negado a usar todas y cada una de ellas. Veamos las tres principales.

Oportunidad desperdiciada 1: paquete de estímulo

Cuando Obama asumió el mando, tenía la oportunidad y un cheque en blanco para diseñar un paquete de gastos a fin de estimular la economía. Podría haber utilizado ese poder para crear lo que muchos llamaban un Trato Verde Nuevo —para construir los mejores sistemas públicos de tránsito y redes inteligentes de energía del mundo—. En su lugar, experimentó desastrosamente con acercarse a los republicanos, vendiendo barato el tamaño del estímulo y arruinó gran parte de éste en recortes impositivos. Seguro invirtió algo de dinero en el desgaste climático, pero el transporte público inexplicablemente recibió poco dinero y ganaron las carreteras que perpetúan la cultura de los automóviles.

Oportunidad 2: paquete de asistencia a los autos

Hablando de la cultura de los automóviles, cuando Obama asumió el mando también se encontró a cargo de dos de los tres grandes fabricantes de vehículos, y todas las emisiones de las que son responsables. Un líder visionario, dedicado a la lucha contra el caos del clima, obviamente hubiese usado ese poder para remodelar la industria y que sus fábricas pudieran construir la infraestructura de la economía verde que el mundo necesita desesperadamente. En su lugar, Obama hizo su papel como líder poco inspirador, dejando sin cambios lo fundamental de la industria.

Oportunidad 3: asistencia
a los bancos

Obama también asumió el mando con los grandes bancos a sus pies, cuando hizo falta un verdadero esfuerzo para no nacionalizarlos. Una vez más, si Obama se hubiese atrevido a utilizar el poder que la historia le entregó, podría haber mandado a los bancos que aportaran los préstamos para fábricas para que fuesen actualizadas y se construyese nueva infraestructura verde. En su lugar, declaró que el gobierno no debía decirle a los bancos fallidos cómo manejar sus negocios. El reporte de las empresas verdes es que ahora es más difícil que nunca obtener préstamos.

Imagine si estas tres gigantescas máquinas económicas —bancos, empresas de coches, ley de estímulos— hubieran sido dirigidas a una visión verde común. Si eso hubiese sucedido, la exigencia de una ley energética complementara habría sido parte de una agenda transformadora coherente.

Ya sea que la ley hubiera sido aprobada o no, para el momento de la cumbre en Copenhage, EU ya estaría encaminado a cortar dramáticamente las emisiones, siendo una inspiración, más que una desilusión, para el resto del mundo.

Hay muy pocos presidentes de Estados Unidos que hayan desperdiciado tantas oportunidades únicas como Obama. Más que nadie, el fracaso de Copenhage le pertenece a él.
The Guardian, Milenio, 22 de diciembre.

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