La llamada no es tan anónima. Piedad reconoce de inmediato la voz de otro senador, de los de la bancada uribista más recalcitrante. El legislador se divierte, sentado unos escaños más allá. Se oyen otras risas masculinas. Ella cuelga, aburrida. “Es cosa de todos los días.”
Piedad Córdoba, paisa (así se dice a los oriundos de Medellín) de 55 años, no deja a nadie indiferente. Se le admira o se le odia.
Hija de un matrimonio mixto –el padre afrodescendiente, la madre blanca–, es egresada de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, confesional y semillero de las elites antioqueñas. Pero su militancia siempre se ubicó en la izquierda.
Ingresó casi de manera accidental al Partido Liberal, como parte de los grupos inspirados en Camilo Torres. Fue diputada en Antioquia en los años del exterminio de la Unión Patriótica; secretaria general de la alcaldía de Medellín en los años de las guerras de Pablo Escobar y el asesinato del candidato presidencial por su partido, Luis Carlos Galán (1989). Fue asignada intermediaria en los diálogos entre el gobierno y el Ejército de Liberación Nacional, lo que le valió en 1999 ser secuestrada por las fuerzas del paramilitar Carlos Castaño, de las Autodefensas Unidas de Colombia.
Se opuso radicalmente a la firma del Plan Colombia con Estados Unidos, por lo que el poderoso periódico de los Santos, El Tiempo, la llamó “apátrida”.
Fue presidenta del comité de derechos humanos en el Congreso, en la época en que los empresarios se aliaron para crear a los grupos paramilitares para desplazar a las poblaciones y apoderarse de las tierras. “Nadie me va a decir que los paramilitares se crearon para combatir a las FARC; se hicieron para culminar con masacres el despojo de tierras para los proyectos económicos.” En esa época hizo audiencias públicas con las víctimas de las masacres, los legisladores y las autoridades, que entonces ya no podían decir que no sabían nada. Eso generó un odio brutal contra ella. “Desde esa época yo vivo chuzada (con el teléfono interceptado).”
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