Reforma total en cinco años y no más cargos vitalicios: Raúl Castro

La Habana, 16 de abril. En la apertura del sexto congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), el presidente Raúl Castro confirmó hoy la aplicación de la reforma en curso, “sin prisas pero sin pausas”, anunció que por primera vez desde el triunfo de la revolución se limitará a 10 años continuos la permanencia en los máximos cargos públicos y la economía centralizada pasará a un nuevo esquema que reconozca las “tendencias presentes en el mercado”.

Castro ratificó su propósito de sacar al PCC de la operación directa en la gestión empresarial y el gobierno, reclamó eliminar el requisito tácito de ser militante comunista para llegar a un cargo público e insistió en fortalecer las funciones de municipios y provincias.

Pidió a la prensa cubana abandonar sus productos “aburridos, improvisados y superficiales”, y adelantó la inminente apertura de la compraventa de viviendas y automóviles y el aumento de la extensión de tierra que se entrega en usufructo.

El mandatario ilustró el alcance del plan con este dato: será necesario armonizar “cientos y cientos” de normas y llegar a una reforma constitucional, en un proceso que tomará unos cinco años.

Castro reconoció que Barack Obama ha tomado “algunas medidas positivas” hacia Cuba, pero lo acusó de “provocar la desestabilización” de la isla y endurecer el bloqueo económico. De cualquier forma, volvió a presentar su constante oferta de normalizar las relaciones con Estados Unidos, para que “podamos convivir de manera civilizada, con nuestras diferencias, sobre la base del respeto mutuo y la no injerencia en asuntos internos”.

Por primera vez desde que celebra congresos, el partido único cubano prescindió de sus íconos en la escenografía. En el telón de fondo del auditorio no estuvieron esta vez las efigies de las figuras del comunismo, Marx, Engels y Lenin; de los héroes nacionales Martí, Maceo y Gómez, o de los revolucionarios Mella, Camilo Cienfuegos y Che Guevara, que presidieron reuniones anteriores. Sólo apareció el logotipo del cónclave con un fondo rojo que caía sobre el verde intenso de una batería de plantas.

Raúl Castro, de guayabera blanca, acompañado en la primera fila por el buró político, leyó el informe central e improvisó en varios tramos. Los mil delegados del cónclave elegirán a una nueva dirigencia en la que, previsiblemente, el mandatario remplazará a su hermano mayor, Fidel, como primer secretario.

Con Fidel Castro, de 84 años, fuera de las funciones públicas, el congreso quizá sea el último para los líderes históricos como Raúl (79) y Ramiro Valdés (78), los únicos jefes de la insurrección que se inició hace casi seis décadas y que se mantienen en la primera línea de mando.

Expectativa y consenso
Raúl Castro consideró que la discusión del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social –base del congreso– generó “grandes expectativas” en la población, se volvió virtual referéndum sobre el alcance de la reforma y dijo que así se formará el consenso. “No hubo unanimidad ni mucho menos”, señaló. “Eso era precisamente lo que necesitábamos”.

La discusión se concentró en los capítulos de política social, vivienda, transporte y gestión económica, relató Castro, pero el punto más debatido fue el de la libreta de abastecimiento (canasta básica subsidiada).

El mandatario confirmó que ese mecanismo no será eliminado de golpe, sino condicionado a decisiones que eleven la producción y los salarios: “En Cuba, bajo el socialismo, jamás habrá espacio para las terapias de choque”.

Algo parecido sucederá con los despidos masivos, siempre según las condiciones. La microempresa privada, agregó Castro, puede coadyuvar a “la construcción del socialismo”, al permitir al Estado concentrarse en los sectores estratégicos y los servicios públicos.

El líder cubano ilustró otros escenarios de la reforma, como la necesidad de desterrar la “mentalidad de la inercia” de funcionarios públicos al esperar las órdenes de arriba, sin asumir responsabilidades. A la prensa le reclamó eliminar “el hábito del triunfalismo, la estridencia y el formalismo”, aunque reconoció que los periodistas aún no tienen el acceso necesario a las fuentes oficiales.

Sobre los límites al mandato, que nunca ha existido en el periodo revolucionario cubano, Castro sólo expuso: “resulta recomendable limitar a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales. Ello es posible y necesario en las actuales circunstancias, bien distintas a las de las primeras décadas de la revolución aún no consolidada, y por demás sometida a constantes amenazas y agresiones”.

Religión y oposición
Además de un breve pasaje sobre la situación internacional, Castro se apartó poco de la reforma para entrar en otros tópicos. Entre ellos, apuntó que es necesario “continuar eliminando cualquier prejuicio” hacia los creyentes.

Citó la excarcelación de opositores presos como una decisión del gobierno, ejecutada “en el marco de un diálogo de respeto mutuo, lealtad y transparencia” con la Iglesia católica, que “contribuyó con su labor humanitaria a que esta acción concluyera en armonía y cuyos laureles, en todo caso, corresponden a esa institución”. Así “hemos favorecido la consolidación del más precioso legado de nuestra historia y del proceso revolucionario: la unidad de la nación”, agregó.

También recordó el activo papel del ex canciller de España, Miguel Ángel Moratinos, que facilitó la salida de algunos excarcelados a ese país, pero rechazó la “implacable campaña de desprestigio en materia de derechos humanos” de Estados Unidos y países europeos.

En cualquier caso, fue claro en la política de orden público: “lo que nunca haremos es negarle al pueblo el derecho a defender a su revolución, puesto que la defensa de la independencia, de las conquistas del socialismo y de nuestras plazas y calles seguirán siendo el primer deber de todos los patriotas cubanos”.

Gerardo Arreola, la Jornada, 17 de abril.

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