“El Presidente siempre debe estar en guerra, sin caer en patologías”

En el proceso electoral de 2006 MILENIO aplicó a los candidatos a la Presidencia de la República lo que denominamos Cuestionario Maquiavelo. La idea original, inspirada en el libro ¿Qué haría Maquiavelo? El fin justifica la maldad, del estadunidense Stanley Bing (nombre de pluma de Gil Schwartz, escritor que colaboró en las revistas Esquire y Fortune, y vicepresidente ejecutivo y director de Comunicaciones de la cadena CBS), fue del escritor Carlos Fuentes en un artículo de preguntas sin respuestas (¿Qué haría el Presidente?) que publicó hace cinco años. Fue entonces cuando MILENIO retomó la idea, modificó algunas preguntas y añadió otras, y se las hizo a los candidatos presidenciales que competían a la sazón. Ahora renovamos las interrogantes en forma de afirmaciones y se las hacemos a los seis aspirantes a la Presidencia de los tres principales partidos (PAN, PRI y PRD). La intención es que, ante esas frases, los aspirantes presidenciales muestren a los lectores cómo reaccionarían si estuvieran en Los Pinos, de acuerdo con sus conceptos e ideas sobre el ejercicio del poder. Hoy, el panista Santiago Creel Miranda... El Príncipe (el Presidente) siempre tiene la razón: la tiene cuando la tiene, y también cuando no la tiene… Mira, la democracia afortunadamente rompe mitos y verdades absolutas. Un Presidente tiene razón cuando la tiene, y cuando la tiene todavía hay que tener cuidado, porque lo que es la razón de hoy, hay que verla al mediano plazo y largo plazo… El Presidente tiene razón cuando puede conciliar el fin, que debe ser el bien común, con los medios. El Presidente tiene una misión, un destino, y por ello hará lo que sea… Sí tiene una misión, pero hacer lo que sea, no. Hacer lo que sea tiene límites. Y los límites que impone una democracia son muy claros: es la ley. Y dentro de la ley el límite fundamental son los derechos humanos. Ese es el código: hacer lo que sea dentro de la ley, y hacerlo bien. El Presidente es un tiburón: nadie lo detiene, avanza devorando todo, preferentemente a sus opositores… El Presidente debe tener una conducta combativa, sí. Una conducta competitiva, también, pero igualmente, con la misma fuerza, tiene que tener una conducta de conciliación y reconciliación. Finalmente la última instancia es él, y es él quien mejor puede arbitrar un conflicto y conciliarlo, o también combatirlo. El Presidente es vengativo y sabe que la venganza es un plato que se come frío (o caliente, si quiere)… La política no es de decisiones estomacales. No lo puede ser. La política debe tener un fin claro, que son los fines del Estado. Esos fines tienen códigos de valores. Y todo aquello que conspire contra eso debe ser desechado. Una venganza es algo en respuesta a lo que uno recibe. Eso no es la política. El Presidente miente, cree sus mentiras, y hace creer a los demás que éstas son verdad… La comunicación en un mundo moderno debe apegarse a la realidad. A veces la buena argumentación puede no satisfacer a quienes va dirigida, pero lo que es claro es que, tarde o temprano, quien dice mentiras en una democracia, cae. En beneficio de la nación, el Presidente puede ser un gran mitómano… (Se toma varios segundos para responder) Si inventar mitos es distorsionar la realidad y exagerar alguna conducta, alguna cosa, podría servir en el corto plazo, pero en el largo plazo no hay política que aguante con un mito. Los mitos… las democracias los desbaratan: los medios, la gente y los votos. El Presidente debe ser impredecible para desorientar a sus contrarios… Una cosa es establecer una táctica de corto plazo en una situación determinada, y otra cosa es levantar la mira, ver hacia la nación, y marcar el rumbo claro. Yo estoy convencido de que lo segundo es lo que hace un estadista: es lo que permite generar reglas ciertas de trato, de interlocución, de cumplimiento de palabra, de todos esos atributos que sirven para gobernar bien. La incertidumbre, las situaciones simuladas, el doble lenguaje, eso no conduce a la construcción de una política de fondo. El Presidente debe ser precavido al grado de la paranoia… Debe ser precavido… sí; y debe prever todo lo humana y científicamente posible cada una de las decisiones importantes, pero eso no debe quitarle el dinamismo en la toma de decisiones. Hay problemas serios que requieren de una respuesta inmediata. El Presidente no tiene tiempo para entrar en inseguridades, en titubeos o en situaciones que lo lleven a la parálisis, a la falta de una toma de decisión a tiempo. El Presidente no confía en nadie… Como principio hay que tener mucho cuidado con dar la confianza a quienes no la merecen tener, pero por otra parte el Presidente tiene que proyectar una enorme seguridad y aplomo, y tiene que confiar tanto en sus talentos como en su gente. Un Presidente desconfiado es un Presidente cerrado, un Presidente que va a tener enormes dudas de poder sacar adelante las cosas con un equipo. Y un Presidente tiene que trabajar con equipos cada vez más amplios, más plurales. Para el Presidente tener enemigos es más razonable que tener amigos: tener un nuevo enemigo le merece abrir una botella de champaña… En estricto sentido, en política los amigos y los enemigos no existen. Por supuesto que en el plano personal uno tiene amigos, y muy buenos amigos, pero no se pueden confundir los planos de Estado con los planos personales. El Presidente debe estar en guerra permanente: es su esencia… Sí, pero todo depende de cuál es el significado de “guerra”. Si significa una actitud dinámica, activa, creo que es fundamental que esté en la frontera de las cosas. Es más, que esté delante de los problemas, que esté vigilante, atento; que esté en un estado de alerta, eso siempre será muy bueno. Pero que eso ya se convierta en una situación de patología, es verdaderamente absurdo, porque eso no sirve para gobernar. El Presidente no tiene piedad con sus colaboradores: debe asegurarse que cuando habla y da órdenes, o regaña, los testículos de sus subordinados se les suban al pescuezo… Un Presidente no es que tenga o que deje de tener piedad. La palabras es que sea justo: dar a cada quien lo que le corresponde. Todo el dualismo de Presidente querido-Presidente temido en una clase de ciencia política se ve muy bien, pero en la realidad no funciona así. Es claro que el Presidente tiene que tener autoridad, y tiene que saberse que cuando el Presidente decide, decide y llega hasta las últimas consecuencias. Se tiene que saber que cuando el Presidente habla y compromete su palabra, cumple su palabra. ¿Qué es preferible? Ni uno ni lo otro, porque es un referente de una discusión ya muy antigua y arcaica para la política de hoy. El Presidente es preferible que sea ultra que moderado… Todo depende… Creo que hay principios que el Presidente debe defender hasta su última consecuencia. La defensa de los intereses nacionales en un conflicto exterior, por ejemplo. La defensa de los derechos humanos de un grupo marginado en el país. Yo creo que ahí los extremos nunca serán tan extremos. Y una actitud moderada en el sentido negativo puede ser una actitud tibia, una actitud deslavada, y eso tampoco sirve siempre para gobernar. El Presidente no tiene sentimientos: los ha expulsado de él mismo para servir a la patria… Los sentimientos en un estadista están ordenados, disciplinados. Por supuesto que se tienen: se quiere, se odia, se ama, hay una pasión por las cosas, por la estética, por la música, el arte… Hay un conjunto de sentimientos, pero esos sentimientos en función de la capacidad de jefe de Estado deben estar perfectamente disciplinados y ordenados a esa función, no al revés. El Presidente no pide perdón… Es una muy buena pregunta (reflexiona)… Todo depende de la falta, de la dimensión, del momento y la circunstancia. Lo que puede ser un perdón en privado, puede ser un error en lo público, no al revés, por cierto, porque sería absurdo plantear un perdón afuera y un no-perdón adentro: eso ya sería una mezquindad. Pero es de momento y circunstancia: un Presidente no necesariamente está obligado hacerlo de manera inmediata. Aquí el tiempo cuenta mucho, y el elemento circunstancia puede ser que cuente todavía más. Para el Presidente el usufructo del poder es un concurso de popularidad y rating… Es un elemento, pero no es lo único. Así van prefigurándose las reglas de las contiendas electorales modernas, pero no debería ser así. Yo estoy convencido de que, fuera del rating y la popularidad, la gente sabe medir y palpar lo que está más allá de lo que se ve en un anuncio, de lo que se ve en una imagen construida artificialmente. La gente no es tonta. Hay que partir de esa base: de que el sentido común sí impera en la gente y que la gente al decidir toma en cuenta muchas cosas, y no solamente la cosmética electoral (se ríe porque acepta que es una alusión a Enrique Peña Nieto). Para el Presidente el poder se ejerce, aunque estimule odios… Sí, yo creo que el famoso dilema de popularidad-impopularidad es un dilema que debe estar superado en las decisiones importantes. Cuando estamos hablando de cuestiones de fondo, de decisiones de Estado, se tienen que adoptar independientemente del sentimiento negativo que se genere. En el corto plazo puede haber un rechazo inicial, un sentimiento muy negativo, que puede llegar inclusive al odio, pero en el mediano plazo, si esa decisión se aprovecha para producir un bien mayor del costo que se infirió, puede sortearse de una manera muy adecuada. El Presidente es feliz por todas las cualidades que el pueblo le adjudica… Un Presidente tiene que conocerse a sí mismo lo más posible y debe saber que generalmente lo que uno ve en la política es oropel, sumisión, alabanzas falsas, y que aquellos que se dicen amigos, a la hora de las dificultades son, sino los enemigos, sí los primeros que se separan. Hay una dosis muy importante de falsedad dentro de la política, que uno tiene que saber distinguir con toda precisión dónde se ubica cada quien, independientemente de la alabanza, de una medalla, de un aplauso, de un comentario positivo. Tiene que saber separar con toda precisión cuáles son los resortes que motivan a la gente para hablar bien o mal de uno. Cuando uno recibe un ataque hay que entender de dónde viene ese ataque, y si no es personal, cuál es el resorte final, cuál es la causa atrás de la causa para entender lo que está en juego. Para el Presidente su gobierno es La Historia… Puede ser una buena o mala historia, depende de cómo se ejercite el poder. Pensar que uno es el ombligo del mundo en todo es un grave error, tanto, que cuando se incurre en éste los excesos son tan mayúsculos que en vez de tener más poder, se acaba en la pérdida del poder. El Presidente se alimenta de los desacuerdos de los otros, de los desacuerdos de la oposición… Yo creo que eso es válido en cuanto a una táctica para lograr un fin: si no hay una oposición unificada, sino una oposición dividida, pues es más fácil trabajar con una parte de esa oposición, sin duda, pero hay que ver y medir con mucha claridad los efectos de mantener un desorden en los opositores, porque eso en el corto plazo puede ser algo conveniente para enfrentar una coyuntura, pero en el largo plazo al país le puede salir muy caro si el jefe del Estado empieza a fragmentar y a dividir, y si eso se convierte en una política de Estado. Para el Presidente cooptar opositores es como jugar ajedrez… El Presidente yo creo que tiene el mejor instrumento que es el poder. Y el poder puede, por los canales adecuados, ser persuasivo. Puede convencer y no necesariamente imponer y no necesariamente engañar. El ejercicio correcto del poder puede abrir los espacios en donde, compartiendo un poco de poder —porque ese es el sentido democrático del ejercicio del poder moderno—, puede acabar resultándole al propio Presidente en un empoderamiento de su propia capacidad. El compartir en una democracia genera fortaleza, no debilidad. En un régimen de libertades sino se convence no se puede poner la bota en el pescuezo del otro, como solía suceder en los regímenes autoritarios. El Presidente ordenaría matar si cree que salvaría a la patria… (Guarda un breve silencio) Pues todo depende de qué se entiende por “salvar a la patria” y cuáles son las circunstancias. En una guerra se justifica una defensa en donde, como resultado de ésta, existan pérdidas de vidas humanas. En otras circunstancias es muy difícil hacer el caso. La vida es un valor absoluto en un sistema democrático en donde prevalecen los derechos humanos. En la última reforma que hicimos a la Constitución, cuando redactamos el capítulo de suspensión de garantías, establecimos que hay un derecho humano que jamás puede suspenderse ni revocarse, que es el derecho a la vida. ¿Y por qué? Porque ese derecho humano no es una prerrogativa del Estado. ¿Cómo se siente? Bien. Muy bien… —sonríe y se levanta de una silla que ocupó frente a una gran mesa de la sala de juntas de su cuarto de guerra. Y así, sonriente, posa para la cámara de Javier García al lado a las banderas de México y el PAN ubicadas frente a un ventanal desde donde se observa la parte norte de Polanco… Juan Pablo Becerra-Acosta M., Milenio, 23 de noviembre.

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