Cuba, privatización al estilo socialista


SAN JOSÉ.— La palabra transición genera tensiones en Cuba. Contundente, la jerarquía revolucionaria rechaza la transición de un sistema regido con los viejos dogmas comunistas —unipartidismo, sin elecciones a la usanza occidental ni pluralismo y con una prensa bajo control estatal— a otro de apertura democrática, con pluripartidismo y tolerancia de ideologías distintas a la oficialista.
Sin embargo, sometida a una parálisis productiva, con el riesgo de colapso pendiendo sobre la economía centralizada, la cúpula debió maniobrar y aceptar medidas de tímida apertura, entre ellas las que autorizan la transición de miles de trabajadores estatales a un naciente sector privado, como parte de una serie de acciones aprobadas por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), efectuado en abril de 2011.
Cuba aspira a consolidar en este 2012 la transición de una mano de obra acostumbrada por décadas a depender del omnipresente Estado revolucionario, comunista y vertical, a una fuerza productiva privada que surge con una estructura financiera incipiente.
Durante décadas, el régimen cubano fue peluquero, taxista, jardinero, mecánico automotriz, zapatero remendón, sastre y una larga lista de oficios cuyo desempeño estaba controlado por un complejo entarimado de empresas estatales que demandaron un alto costo de mantenimiento, con rangos de ineficiencia y otros fenómenos —como robo, ausentismo laboral y corrupción— debido a la falta de competitividad.
El Congreso del PCC autorizó que esas y otras actividades sean ofrecidas por cubanos como empresarios privados, en un cese paulatino de más de millón y medio de empleados públicos. Cifras oficiales difundidas a inicios de este mes mostraron que los trabajadores privados se duplicaron desde octubre de 2010 y ya suman casi 360 mil.
En el lenguaje de la revolución instalada en enero de 1959 tras una guerra de guerrillas que estalló en diciembre de 1956 y que depuso al dictador Fulgencio Batista, la apertura al trabajo privado es una forma de perfeccionamiento y modernización “del modelo económico cubano y el equilibrio financiero” de Cuba, sometida hace más de 53 años a la hostilidad de Estados Unidos con acoso bélico o sanciones comerciales.
Predicciones favorables
En un informe a la Asamblea Nacional (Congreso unicameral) en diciembre anterior, el ministro cubano de Economía y Planificación, Adel Yzquierdo, admitió que el Producto Interno Bruto (PIB) creció 2.7% en 2011, aunque la meta era 3%. Para 2012, la economía “muestra un desempeño favorable” y el pronóstico de aumento del PIB es de 3.4%, dijo Yzquierdo.
Citado por medios estatales de prensa, el vicepresidente del Consejo de Estado, Esteban Lazo, alertó este mes que 2012 será “muy complejo y duro” y que urge combatir las indisciplinas. “La corrupción es típica del capitalismo y en Cuba se asocia a la pérdida de valores como la honradez, la honestidad, el colectivismo y el amor a la Patria”, dijo.
“Pese a las carencias generadas por las crisis económica, energética, climática y otras, el pueblo cubano tiene bienes inexistentes en otras naciones, como los servicios de salud, educación, cultura y seguridad social para todos”, alegó. La crisis llevó al régimen a adoptar en 2011 una segunda fase de apertura, más agresiva que la ejecutada desde inicios de la década de 1990.
Entre 1989 y 1991, con la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética (URSS) —su benefactor por más de 30 años— y el derrumbe del campo socialista de Europa del este, Cuba entró a un agudo conflicto cuyos efectos todavía resiente y que provocó un caos de su aparato económico, tan dependiente del nexo con sus aliados comunistas.
Ante la debacle socialista, el entonces presidente Fidel Castro decretó un “periodo especial” que colocó a los cubanos en uno de los más graves escenarios de su historia, con escasez, retroceso productivo, sacudida energética (apagones) y numerosos problemas que agudizaron las limitaciones generales de la población.
Pero el gobernante aceptó medidas aperturistas y autorizó actividades privadas (mercados agropecuarios y pequeños restaurantes caseros o “paladares”), despenalizar la tenencia del dólar (a partir de 1993) y mayor ingreso de inversión foránea aliada al Estado.
Sin embargo, todo quedó minimizado por una “batalla de ideas” o revolución cultural que Castro lanzó en 1999, para reafirmar dogmas revolucionarios y contener a reformistas y aperturistas y revitalizar el choque, ante la denuncia de amenaza imperialista y contrarrevolucionaria. Por enfermedad, primero en forma temporal en 2006 y luego definitiva en 2008, Castro traspasó el poder a su hermano Raúl, promotor de las políticas económicas aprobadas por el PCC en abril.
La disidencia, inconforme
A juicio del opositore Elizardo Sánchez, presidente de la ilegal pero semitolerada Comisión Cubana de Derechos Humanos y de Reconciliación Nacional, los cambios son “muy pequeños, limitados y tardíos, de poco calado”.
“La opinión pública esperaba reformas, pero solamente han sido cambios muy limitados, con los cuales el gobierno ha perseguido fines mediáticos. Han sido cambios, cuando mucho… cosméticos”, dijo Sánchez durante una entrevista con EL UNIVERSAL.
“La apertura, como tal, no existe”, advirtió la disidente Martha Beatriz Roque, economista de la Red Cubana de Comunicadores Comunitarios, también ilegal y también semitolerada. Roque declaró a este diario que “el gobierno se ha visto necesitado de abrir el sector privado, porque el estatal está totalmente agotado. El Estado no produce nada”.
“Como el gobierno carece de financiamiento externo, las medidas se van a ir desmoronando poco a poco. Sin mercado para abastecerse a precio mayorista, (el empresario privado) concurre al minorista, lo que encarece su actividad”, relató. Tras insistir en que “esto ni ayuda ni estimula a la economía y no hay ningún tipo de desarrollo del país”, la opositora sentenció: “En breve va a pasar lo mismo que hace unos años con las ‘paladares’ (restaurantes caseros), que comenzaron a cerrarse y terminaron casi todas cerradas”.
José Meléndez corresponsal, El Universal, 16 de enero.

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