Acaba un ciclo terrible, expresa la viuda de un legislador ultimado


Villavicencio, Meta., 2 de abril. En un rincón de la sala de espera del aeropuerto de Villavicencio, con la cabeza recargada en el ventanal que da hacia la pista de aterrizaje, una lágrima rueda por la mejilla de Fernanda Perdomo. Sola enmedio de la algarabía de los familiares que esperan dentro de poco abrazar a sus seres queridos, los 10 soldados y militares secuestrados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ella no espera a nadie.
Su marido, Juan Carlos Narváez, es uno de los 11 diputados del departamento Del Valle secuestrados en 2002 por la guerrilla y asesinados cinco años después, en una confusa balacera en el campo de concentración en medio de pantanos, donde eran mantenidos en rehenes en el departamento de Nariño. Las FARC pretendían entregar a los políticos a cambio de la liberación de sus presos en cárceles del Estado.
“No –dice forzando la sonrisa–. Si yo también comparto esta alegría, porque estas familias viven el fin de un dolor que yo sufrí en carne propia. Sí estoy feliz, porque con esto se acaba el ciclo terrible de los secuestros extorsivos. Pero duele, porque en esta sala soy la única que no espera a persona querida con vida.”
En una escena similar, pero luctuosa, ella y 10 esposas más recibieron hace cinco años a sus maridos, en féretros, apenas reconocibles, porque las FARC notificaron de sus muertes y entregaron sus cadáveres muchos meses después de abatirlos.
Otros viajes en helicópteros brasileños, otro acompañamiento de la Cruz Roja Internacional, otro aeropuerto, el de Cali, pero con un desenlace trágico.
Juan Carlos tenía ocho tiros de fusil en la espalda, recuerda. Se supo después que los 11 rehenes fueron ultimados por sus captores cuando, en una confusión fatal, se enfrentaron a tiros con una patrulla militar que resultó ser también de las FARC.
Nos tocó pagar una cuota de sacrificio, afirma Fabiola, viuda joven, ella misma dedicada a la política, dirigente de la Alianza Social Independiente.
Porque a partir de esa masacre se expresó un movimiento social de rechazo muy grande contra las FARC a nivel nacional. Y porque después de esto la guerrilla hizo un balance y decidió liberar unilateralmente a los secuestrados. Eso fue lo que abrió la puerta para que la ex senadora Piedad Córdoba empezara a gestionar estas liberaciones, añade.
Por eso, agrega, “siento que la muerte de los diputados no fue en vano, porque movilizó al país en torno al tema de los secuestrados. Antes nos había tocado gritar en las plazas y tocar puertas gritando: ‘¡no a la indiferencia, sí a la solidaridad!’ Ahora se cierra ese capítulo doloroso y podemos pasar a pensar en otras cosas; podemos pensar en alternativas para parar la guerra, al menos humanizarla”.
Para ella queda abierta la herida y la reparación del daño. Me preguntan si podré perdonar a las FARC por haber asesinado a Juan Carlos. Pero si ni siquiera han reconocido lo que han hecho, el crimen, o error, como quieran llamarle, que cometieron. Si piden perdón, a lo mejor. Pero si no lo hacen, Colombia no va a poder avanzar a otra etapa.
En esa sala repleta de gente jubilosa, donde las horas se alargan a ratos hasta la ansiedad, Fabiola no es la única que no espera a un ser a quien abrazar. También está el señor Pedro Jesús Velásquez, campesino ya mayor, procedente de Cúcuta. En la camiseta lleva impresa la fotografía de su hijo Héctor, militar que hace 15 años cayó, dice, en manos de la guerrilla. Desde entonces no hubo señales de él, ni pruebas de vida, ni su nombre apareció en ninguna lista de los rehenes canjeables. Don Pedro Jesús sigue buscando.
Otra que ya no tendrá a quien abrazar es Luz Marina Bernal, del grupo conocido como las madrecitas de Soacha. Su hijo Fair Porras, secuestrado y entregado al ejército, es uno de los centenares de llamadosfalsos positivos, esto es, civiles asesinados por soldados para hacerlos pasar por bajas en combate a cambio de promociones y sobresueldos. El llanto le congestiona el rostro. La felicidad de los otros le ha removido el duelo. Pero ahí están las familias felices que la rodean y apapachan. Porque ese encuentro de dolores distintos parece ser, en este colectivo que hoy vistió todo de blanco, el cimiento que los une.
Blanche Petrich, La Jornada, 3 de marzo.

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