Dispensan fría recepción en La Habana al Presidente mexicano


La Habana, 11 de abril. A última hora, Felipe Calderón siente la necesidad de trazar las rayas de su terreno. Apenas pisa suelo cubano, en el aeropuerto internacional José Martí, pide un lugar para hacer una declaración pública, lo que estaba fuera de lo previsto entre las comitivas.
Hay carreras, pero rápidamente aparece un micrófono, frente a la espesa cortina de cámaras y grabadoras. El Presidente mexicano camina unos pasos, se arregla la corbata verde y de cara a los periodistas pinta sus rayas: lo principal es la hermandad entre los pueblos; los gobiernos discrepan, pero se esfuerzan en mejorar las relaciones, que él quiere llevar a su mejor nivel.
La declaración de Calderón carece de tintes personales. Se mueve dentro de la cortesía institucional, pero dibuja una mano extendida. Agradece al presidente Raúl Castro su amable invitación para visitar este hermano país. Para él, dice el Presidente mexicano, es un honor visitar oficialmente la tierra de José Martí y Antonio Maceo.
Habla de corrido unos tres minutos. Tiene el mensaje bien meditado, aunque consulta los papeles que le acaba de entregar su vocera, Alejandra Sota. Recuerda los naturales y distintos puntos de vista, pero se abstiene de reabrir heridas y sólo se refiere a temas. Este es su hilo conductor: amistad, la de los pueblos. Los gobiernos trabajan y buscan beneficios. Nada más, pero nada menos. Algo mejor que el promedio de este sexenio de altibajos y golpes de timón en la relación bilateral.
Una declaración así, fuera de programa, parece haber surgido de un cálculo elemental: la agenda de hoy dejaría a Calderón sin oportunidad de explicarse en público desde la isla. Con mayor razón si la frialdad de la recepción pudiera desatar, como desató, una tormenta noticiosa.
Los cubanos, que cuidan al detalle el lenguaje de símbolos, tienen preparada, en efecto, una recepción fría. La habitual nota que difunden prensa, radio y televisión en estos casos, es escueta respecto a las que se dedican a otros gobernantes.
Al Presidente de México lo recibe en el aeropuerto un vicecanciller, Rogelio Sierra, a cargo de América Latina y el Caribe.
Es decir, un número tres en Relaciones Exteriores, detrás del ministro, Bruno Rodríguez, y del viceministro primero, Marcelino Medina. Se trata de un nivel por debajo del rango ministerial que aquí se acostumbra para la mayoría de los jefes de Estado o de gobierno.
Ni hablar de la diferencia con el trato para los amigos cercanos o para muy contados visitantes, a quienes distinguen en la escalerilla del avión un vicepresidente o el propio Raúl Castro.
La bienvenida parece desproporcionada con la movilización que hace Calderón. Trae a seis secretarios de Estado (Agricultura, Francisco Mayorga; Comunicaciones y Transportes, Dionisio Pérez Jácome; Educación Pública, José Antonio Córdova; Energía, Jordy Herrera, y Salud, Salomón Chertorivsky, además de la canciller, Patricia Espinosa, que llegó el martes). También viajan Bernardo de la Garza, director de la Comisión Nacional del Deporte, y Gerardo Rodríguez, subsecretario de Hacienda.
Acompañan a la misión del Ejecutivo los legisladores Francisco Ramírez Acuña, Carlos Flores Rico, Guadalupe Acosta, Augusto César Leal, Raúl Mejía y Julio César Aguirre. Vienen invitados dos empresarios, el arquitecto Enrique Norten y José Antonio Alonso, de Hoteles Quinta Real.
De inmediato los cubanos acusan recibo de la declaración de Calderón: el telediario del mediodía la transmite en forma íntegra antes de una hora. Un gesto excepcional y todo un récord de velocidad para la televisión cubana.
Calderón llega al inicio de la tarde, bajo el intenso calor de la primavera caribeña. Los mexicanos visten trajes de tonos oscuros. Los cubanos, según el protocolo oficial, llevan guayabera blanca de manga larga. El Presidente de México tiene el semblante seco. Su esposa, Margarita Zavala, sonríe.
Enviado el mensaje, sale la fila de autos hacia El Laguito, un complejo de mansiones reservadas en gran parte para huéspedes oficiales, en el extremo occidental de la ciudad. Por ahí están el Palacio de las Convenciones, numerosas residencias de embajadores, el Centro de Investigaciones Médico-Qirúrgicas –donde se han atendido Fidel Castro y Hugo Chávez– y la casa del ex presidente cubano, por lo que es una zona sensible.
A media tarde el calor aprieta. Otra vez acompañado de Sierra, Calderón deposita una ofrenda floral ante la estatua monumental de José Martí, que domina la Plaza de la Revolución.
A José Martí, se lee en la ofrenda de lirios y rosas blancas depositada por el mandatario mexicano, quien incluso se da tiempo para arreglar, en el último momento, el listón tricolor que atraviesa el arreglo.
En el lado opuesto, el Presidente mexicano puede ver los perfiles gigantes del Che Guevara y de Camilo Cienfuegos, dos de los iconos revolucionarios de la isla, así como una imagen panorámica de La Habana, que se desparrama hacia el mar. Aquí, con la cara al sol, se le percibe un gesto adusto al mandatario. A su esposa, un tanto distraída, pero sonriente, se le ve observando el perfil de Che.
Calderón recorre el memorial que está en la base del monumento. Detrás del altar de Martí se levanta el Palacio de la Revolución, sede del poder cubano, del consejo de Estado, del gobierno y del Comité Central del Partido Comunista. Castro recibe ahí a Calderón. Lo saluda frente a las dos banderas, para hacerse la foto oficial, como es la costumbre aquí. Sonríen discretamente los dos presidentes. Se escuchan los himnos nacionales y el visitante pasa revista a la unidad militar de ceremonias.
Un escenario así no se producía para un presidente mexicano, desde que Vicente Fox recibió los honores en ese mismo salón, en febrero de 2002.
Se impone la norma de vestido de los mexicanos. Ahora todos los varones llevan traje oscuro y corbata. Las damas van de sastre. Calderón presenta a su esposa con Raúl y luego hace lo mismo con el resto de su comitiva. El presidente cubano presenta a los suyos: el canciller Bruno Rodríguez, los ministros de Agricultura, Gustavo Rodríguez; de Educación, Ena Elsa Velázquez; de Energía, Tomás Benítez, y de Salud, Roberto Morales, así como el historiador de la ciudad, Eusebio Leal.
Los presidentes hablan sólo acompañados por sus cancilleres. En la retaguardia trabajan los técnicos, preparando posibles acuerdos. Para esta noche se programó una nueva reunión entre Calderón, Castro y sus comitivas, en El Laguito, en la zona sensible.
Gerardo Arreola y José Antonio Román, La Jornada, 12 de abril.

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