Cien días sin sol (III)

Le faltaron sólo 50 metros a Yanisleidys Pineda para llegar a Estados Unidos; obtuvo, en cambio, un encierro de más de un año en estaciones migratorias mexicanas.

Ocho meses después de iniciar la travesía, de cruzar fronteras y países enteros, a unos metros ondeaba la bandera de Estados Unidos: símbolo del sueño del migrante.

Tan ilusionada iba Yanisleidys que ni se percató de lo rápido y nervioso que conducía el taxista que la llevaba junto con su novio al Puente Internacional Número 1 de Nuevo Laredo. Se dio cuenta cuando el taxi se impactó contra otro auto a sólo 50 metros de la garita.

En el colmo de la mala suerte, la conductora de ese carro era, nada más y nada menos, miembro de la Policía local y, de inmediato, pidió refuerzos. Al lugar llegaron otros agentes municipales así como federales, y éstos, al percatarse de que Yanisleidys y Alexander eran cubanos indocumentados, los presentaron ante el Ministerio Público y, de ahí, los pusieron a disposición del Instituto Nacional de Migración (INM).

En cuanto supo de la detención, Yanicel se trasladó a Nuevo Laredo. El primero de los cuatro viajes infructuosos que realizaría a México. Cuando en 2004 ella emigró en lancha de Jamaica a Cancún, con un embarazo de 7 meses, también fue detenida por Migración y posteriormente trasladada a la estación migratoria de Iztapalapa. Sin embargo, el INM le concedió su custodia a Matías López Ferrer, abogado cubano exiliado en el País y presidente de la Asociación México Cubana, quien la llevó a la estación de autobuses para que abordara uno rumbo al norte del País. De ese modo, logró pisar suelo estadounidense y alcanzar a su esposo en Nueva Jersey. Por eso pensó que su hermana correría con la misma suerte.

Pero los tiempos habían cambiado. Con la entrada en vigor del memorándum de entendimiento firmado entre México y Cuba en 2008, las deportaciones a la Isla se volvieron casi expeditas. Yanisleidys y Alexander iban a ser deportados a la brevedad, según le informó el entonces delegado local del INM, Sergio Octavio García Barba. Yanicel se acordó entonces de López Ferrer, quien se trasladó del DF hasta la estación migratoria del INM para sugerirles que se ampararan contra la deportación. Les dio una esperanza: el cambio del oficio de expulsión por uno de salida que les permitiera llegar a Estados Unidos. Yanicel, Yanisleidys y Alexander le creyeron.

Por cada demanda, López Ferrer cobró mil 500 dólares, los cuales desembolsó Yanicel, cuya economía familiar estaba cada vez más apretada.

El primer amparo el abogado lo fincó en un hecho: el INM determinó su expulsión el 24 de mayo, tres días después del plazo establecido. El 17 de agosto, el Juez de Distrito de Tamaulipas les dio la razón: sentenció al INM a determinar su estatus, el cual, de nuevo, giró otro oficio en el mismo sentido. Entonces vino el segundo y después el tercer amparo, y con éstos, el pago de otros miles de dólares.

En la estación migratoria, situada a un lado del Río Bravo y sin ningún patio al aire libre, las extorsiones no cesaron. Antes de que Yanisleidys y Alexander se negaran a firmar su primer oficio de expulsión, el delegado local del INM les pidió 8 mil dólares para dejarlos ir. "No se preocupen, de todos modos no van a ir para Cuba", les aseguró García Barba cuando le manifestaron no contar con tanto dinero.

Después, un hombre trajeado, el "Licenciado Molina", supuesto funcionario de las oficinas centrales del Instituto, en Polanco, les garantizó su libertad por la misma cantidad.

A pesar de estar detenidos en el mismo lugar, Yanisleidys no podía ver a Alexander. Sólo veía el reflejo de su rostro en la cubierta de vidrio de un cuadro que colgaba frente a las galeras donde permanecían. En ese cuarto, con muros color miel y ocho literas, observaba absorta la bandera de Estados Unidos por una pequeña ventana. "Si tan sólo el taxi no hubiera chocado", lamentaba.

La tarde del 31 de agosto la joven y su novio apenas pudieron abrir los ojos al dejar la estación migratoria. Habían transcurrido más de 100 días sin ver la luz del sol. Custodiados por cuatro agentes abordaron un avión con destino a la Ciudad de México y a media noche llegaron a la estación migratoria de Iztapalapa. Iniciaban otra prolongada estancia privados de la libertad.

El paso de los días convirtió a Yanisleidys en decana de las migrantes y portavoz de ellas. Tenía gran sensibilidad hacia las demás y así, cuando una no había hecho su llamada internacional que le permiten a la semana, ella iba y la gestionaba. Cuando ingresaba una nueva, le explicaba el funcionamiento de la estación y la procuraba. Que hablaran chino, árabe o inglés no era impedimento para integrarlas: trataba de hacerse entender con señas e interpretar sus peticiones para comunicarlas. Por sus aptitudes de liderazgo y solidaridad, las Hermanas Scalabrinianas le confiaron distribuir la ropa que les llevaban los jueves. "Este suéter para la de la India que no tiene, estas botas para la china", decía al dividir las prendas.

Sorprendía su capacidad para disfrutar la vida en medio de la adversidad. Discos pirata que pedía comprar a las trabajadoras sociales o de limpieza los ponía en la grabadora en la sala de televisión y se dejaba ir en movimientos sensuales y risas. Contagiaba diversión a las demás, a quienes enseñaba pasos que acostumbraba bailar con Alexander, a quien sólo veía 20 minutos dos veces a la semana. La salsa y el reggaetón eran su válvula de escape frente a un encierro que parecía no tener fin.

La paz la encontraba cuando rezaba oraciones que aprendió de las colombianas. Antes de dormir, se hincaban a un lado de las literas y repetían juntas el Padre Nuestro y el Ave María, pidiendo que no las deportaran. A solas, disfrutaba leer una Biblia que le había regalado una hondureña en la estación de Nuevo Laredo y que a la fecha conserva. Había perdido la fe en la Santería.

Al año de encierro, su hermana le envió un oficio expedido por el Ministerio del Interior de Cuba, donde la consideraba desde el 1 de septiembre de 2010 como 'emigrada', es decir que ya no era residente de la Isla. Así que desistió del tercer amparo contra la deportación con la ilusión de que el documento sería prueba suficiente para que el INM le diera un oficio de salida, pues creía que Cuba ya no la recibiría. Sin embargo transcurrían los días sin noticias. Su buena actitud se vino abajo mientras que la desesperanza se apoderó de ella.

La madrugada del 24 de mayo del año pasado sintió que le tocaban los pies. "Yanisleidys, Yanisleidys", escuchó. Abrió lo ojos y vio a una oficial frente a su cama. "Sal de la habitación", le ordenó. Afuera, cuatro agentes vestidos de civil le dijeron que iba a ser trasladada a las oficinas centrales del Instituto, en Polanco, para firmar unos documentos. Aunque le pidieron que empacara todas sus pertenencias, les creyó que no sería devuelta a Cuba.

Elizabeth, una venezolana que dormía con ella llamó de su celular escondido a Yanicel. "Se llevaron a tu hermana", susurró. Yanicel, entonces, marcó una y otra vez a López Ferrer para que impidiera con otro amparo la expulsión, pero no contestó. "Sólo le interesó el dinero", concluyó.

En la Terminal 1 del Aeropuerto capitalino, Yanisleidys entró en shock. En una oficina, donde sólo había un escritorio vacío, reprochó a gritos a los oficiales haberla engañado.

Faltaba una hora para el vuelo de Cubana de Aviación con destino a La Habana y seguía alterada. De pronto, una agente de Migración, con su identificación volteada, la amordazó y maniató con cinta canela. Enseguida, una policía federal le puso una capucha negra de tela gruesa. Sentía angustia y calor. Sometida, la encaminaron por un pasillo largo hasta un estacionamiento de la Policía Federal, donde le descubrieron la cabeza y quitaron con delicadeza la cinta. Así no le quedó huella. La subieron a una patrulla de la Federal que la condujo por la pista de aterrizaje hasta el avión, el cual despegó pasadas las 8:45 horas.

Mientras Yanisleidys lloraba desconsolada en el aire, el Presidente Felipe Calderón resaltaba en Los Pinos los derechos de los migrantes reconocidos en la Ley de Migración, recién promulgada esa mañana, la primera legislación específica sobre la materia.

Mañana: Termina el sueño


Verónica Sánchez, Reforma, 28 de mayo.

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