Las dos caras del exilio cubano


MIAMI.— En “Ño qué barato”, una tienda tradicional de Miami en la que se consigue toda clase de cosas a muy bajo precio, los cubanos de aquí compran ropa a manos llenas para enviarla a sus amigos o familiares de Cuba. ¿Razones humanitarias? De pronto sí, pero bajo un nuevo paradigma: el exilio cubano se ha convertido en el banco y proveedor de mercancías para la naciente empresa privada de la isla.
“En los espacios que ha permitido el gobierno de Cuba se está introduciendo la economía de mercado”, afirma sin reservas Joe García, ex director de la Fundación Cubano-Americana, en el pasado la organización emblemática del anticastrismo y anticomunismo más radicales.
Por paradojas de la historia, son las familias de Miami las que, con sus remesas, están construyendo las bases de lo que podría ser el futuro de una economía socialista con estructuras de mercado. Incluso, la Iglesia católica, según Tim Padgett, el corresponsal para América Latina de la Revista Time, ofrece cursos de mercadeo, apoya a los microempresarios. “Su visión, ahora, es sembrar las semillas de la democratización para cuando ya no estén los hermanos Castro”, dice.
Otros aires
En La Habana, por ejemplo, se organizan conferencias sobre el papel que podrá jugar el exilio cubano en un proceso de transición, foro impensable apenas hace cinco años. A pesar de la represión a movimientos como las Damas de Blanco, la persecución y las golpizas a los disidentes, el encarcelamiento a líderes de la oposición, se respira al mismo tiempo un nuevo ambiente, según lo percibe Carlos Saladrigas, un histórico del exilio radical, empresario multimillonario que visita Cuba con regularidad y participa de manera activa en debates y diálogos sobre temas en otros tiempos vedados. “Llega el momento, dice, en el que unos dicen ya basta de intransigencias, ya basta de odios, vamos a buscar soluciones para Cuba”.
Sin embargo, hay otros más pesimistas. Es el caso de Brian Latell, ex agente de la CIA para América Latina y autor de un libro que acaba de publicarse (Los Secretos de Castro: la CIA y la máquina de inteligencia cubana): “No creo que haya ninguna inclinación del liderazgo cubano hacia una democratización del régimen; éste ha sido muy eficiente en evitar que todos esos valientes opositores tengan un impacto real”. Al mismo tiempo, Latell cree que el exilio cubano ya no es “monolítico ni homogéneo” y, hoy por hoy, no es posible encontrar a alguien que “defienda o ejerza la violencia contra la dictadura en la isla”. Cataloga como de línea dura a congresistas, tanto republicanos como demócratas, que aún defienden la permanencia del embargo, la inclusión de Cuba como país que patrocina el terrorismo internacional y el rechazo a tener cualquier relación económica significativa con la isla.
Joe García interpreta ese viraje del exilio cubano en Miami como el paso de un nexo emocional “y justificadamente negativo”, a uno práctico y tangible. Pero Washington, debido a la gran influencia de los congresistas cubanoestadounidenses de Florida con sus banderas del llamado “exilio histórico”, aún no es permeable a las nuevas realidades.
Vieja guardia y nueva generación
Es el caso de la congresista Ileana Ros-Lehtinen, representante republicana por Florida y presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja, quien afirma que “lo que no quieren aceptar los defensores de Castro es el hecho de que cualquier ablandamiento en las restricciones contra el régimen, tales como incrementar los viajes turísticos a la isla, sólo beneficia al Estado totalitario porque en Cuba el Estado controla toda las facetas de la vida, desde la cuna hasta la tumba”.
Por su parte, el senador republicano por Florida, Marco Rubio (suena como posible compañero de formula del aspirante presidencial Mitt Romney) cuestiona a los críticos del embargo y cree que exageran sus efectos. “Todos los productos se pueden conseguir en Cuba”, dice, y añade: “El embargo para lo que sirve, en estos momentos, es como instrumento de presión para negociar con los futuros dirigentes la apertura democrática de la isla”. Niega, además, que el exilio esté cambiando. “Eso lo dicen desde los años 60”, dice e interpreta el apoyo financiero de los cubanos de Miami a los de la isla para abrir nuevos negocios como una “estrategia del régimen de dividir a las familias. Es decir, ellos permiten que un padre salga pero que los hijos se queden. Entonces el padre manda (mercancías o dinero) a Cuba”.
Pero es claro que hay una nueva generación, la que ha llegado a Miami en los últimos veinte años, que no comparte estas apreciaciones. Lo dicen todas las encuestas: no quieren el embargo, tampoco restricciones tanto de envío de dinero como de viajes, pero no votan. ¿Por qué? De acuerdo con Fernand Amandi , vicepresidente de Bendixen y Asociados, la encuestadora más importante en temas hispanos de EU, “en este segmento aún no hay esa cultura de la participación política. Hay que tener en cuenta que el exilio histórico, por ejemplo, empezó a votar a finales de los setenta y principios de los ochenta, quince o veinte años después de estar en Miami”.
“Son los votos, no las encuestas, los que deciden elecciones”, dice Tim Padgett. Rubio coincide con esta apreciación, y se pregunta: “Si fuera cierto lo que dicen esas encuestas, ¿por qué estos candidatos que están a favor de levantar el embargo no han ganado las últimas tres elecciones?”
Es evidente que las medidas de flexibilización de remesas y viajes hacia Cuba de la administración de Barack Obama, más las tímidas reformas en el sistema económico de la isla, han cambiado la cara del exilio, aunque así no lo registren los congresistas en Washington. Ni mucho menos las elecciones en Florida. Es posible que sigan ganando los mismos representantes del exilio más ortodoxo, pero es la nueva generación la que está creando hechos irreversibles: “Cada vez que un ciudadano crea su propia empresa en Cuba, levanta un poco el nivel de poder cívico”, afirma Padgett.
¿Será que un posible triunfo de Obama agilice el proceso de reformas en la isla? “No creo que esto dependa de qué partido tenga la presidencia, sino de qué grado de pragmatismo acepte el presidente”, responde Saladrigas, y recuerda: “Fue Richard Nixon (republicano) el que abrió China. Lo más importante es un presidente que entienda que la forma en que cambiaron los países de Europa oriental fue gracias al intercambio político, económico, cultural y diplomático con Occidente”.
Sergio Otálora corresponsal, El Universal, 3 de mayo.

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