¿Por tierra o por mar? (II)

Escondida en el casco de un barco pesquero, Yanisleidys Pineda llegó a Cancún; luego recorrió México hasta la frontera con Estados Unidos en el compartimento secreto de un tráiler.

El fracaso del primer intento por llegar a Estados Unidos no le arrebató a Yanisleidys su sueño: a principios de marzo, quiso alcanzarlo de nuevo.

De vuelta en Quito, junto con otra pareja de cubanos, Dusmari Castillo y Alexeis Diez, ella y Alexander la emprendieron a la frontera con Colombia, una travesía marcada por el peligro y la corrupción. En su momento, Yanisleidys lo vio como una aventura; hoy dice que fue una "estupidez".

Los primeros 100 dólares del camino los desembolsó al cruzar, de noche, el Puente Internacional de Rumichaca, por el cual, además de indocumentados, se trafican drogas y armas. Del otro lado, en Nariño, territorio montañoso colombiano, dio los siguientes 100 para comprar una contraseña y acreditar el pago de "cuota". A partir de ahí, perdió la cuenta. En autobús, la joven, entonces de 19 años, su novio y los otros cubanos viajaron a San Juan de Pasto, a Cali, a Medellín y después a Turbo pagando mordidas a policías carreteros, migratorios y choferes; todos sacaban una tajada, algunos hasta de 400 dólares.

Eludir autoridades implicó que Alexander y Alexeis, quienes se arreglaban con los conductores y lidiaban con los oficiales, viajaran en el portaequipajes de los camiones y que los cuatro durmieran en la selva a la intemperie o, en el mejor de los casos, en tiendas de campaña. No importaba.

Así, un mes después, llegaron a Turbo, una ciudad al norte de Antioquía, con límite al Caribe, donde se embarcaron y llegaron a una reserva natural en Capurganá, región del Chocó. Al amanecer, guiados por un coyote, caminaron hasta Sapzurro, frontera con Panamá, enclave de la guerrilla en los 90 y puerta entre Sur y Centroamérica. "Como animales", dice Dusmari, estuvieron dos semanas en ese poblado mientras se decidían por alguna de las ofertas de los polleros: caminar con guía por la selva o embarcarse hasta las costas panameñas, costarricenses o mexicanas.

"¿Por tierra o por mar?", dudaban las parejas. Optaron por caminos distintos.

Dusmari y Alexeis, sin los 2 mil dólares para embarcarse a Cancún, caminaron a territorio panameño. Pero su sueño se frustró el 23 de junio, cuando la Policía de ese país los deportó a Ecuador.

En tanto, Yanisleidys y Alexander navegaron durante 13 días escondidos en un compartimento del casco de un barco pesquero. Subían a cubierta sólo para estirarse y tomar aire, hacían sus necesidades en un recipiente y comían lo que tenía a bien darles un marino, al cual debían obedecer. Yanisleidys, como siempre, era la fuerte. Animaba a su novio, quien no ocultaba su nerviosismo.

Cuando una noche, a mediados de abril, arribaron a Cancún, la emoción de Yanisleidys se convirtió en miedo. Desde el lugar donde viajaban, donde apenas cabían acostados, se oyó el movimiento de mercancía y las pisadas de más personas que no vio durante el trayecto. ¿Trasladaba la embarcación únicamente pescado?, ¿Iban a bordo más indocumentados? Jamás lo supo. Inmóviles y sin que nadie les diera aviso, permanecieron hasta que el único tripulante con quien mantenían contacto bajó a vendarles los ojos. "Eso nunca no los habían dicho", cuenta Yanisleidys. Pensó entonces que nada le garantizaba que los polleros cumplirían su palabra.

"Estamos bien y en Cancún", escuchó al teléfono Yanicel, quien ya no se despegaba de su BlackBerry ni para dormir. Era Yanisleidys, a través del celular de un pollero, para pedirle que hiciera el siguiente depósito; una llamada de alivio después de días de angustia sin oír su voz. Yanisleidys se encontraba con Alexander en una casa de seguridad en la cual habitaba una señora con su esposo. Habían sido trasladados en camioneta hasta ahí para dormir unas horas, pues en la madrugada partirían rumbo a Nuevo Laredo. El trato consistió en que Yanicel enviaría por Western Union 300, 500, mil dólares, conforme avanzaran. Así lo hizo. El dinero fue recibido en Guatemala y Nicaragua por diferentes personas: Fátima del Socorro Hernández, Doroteo Recinos Soto, Nancy Yesenia Morales, según consta en los recibos.

Aún no amanecía cuando los despertaron para subir a un tráiler. Antes de abordar, Yanisleidys y Alexander se deshicieron de una mochila con unas cuantas mudas, y se quedaron únicamente con otro cambio de ropa, unos dólares y sus actas de nacimiento. Y es que con trabajo cabrían sus cuerpos dentro del compartimento en el piso de la cabina del vehículo. Ellos decían que no llevaban dinero para evitar ser extorsionados por el chofer o los polleros y, por lo mismo, cada uno se escondió los billetes en su ropa interior. El acta de nacimiento, lo más importante, la ocultó Yanisleidys en su sostén. Era la prueba de su nacionalidad cubana que iba a presentar ante las autoridades estadounidenses para pedirle asilo político previsto en la Ley de Ajuste Cubano.

Uno seguido del otro se apretujaron en el espacio utilizado para guardar herramientas del vehículo, ubicado a ras de suelo. Arrancó el tráiler, y el calor intolerable, así como el ruido estridente del motor, anunció lo incómodo y peligroso que resultaría el viaje.

"¿Cómo van?", les gritaba de vez en vez el chofer para cerciorarse de que siguieran vivos. Los cubanos, en posición fetal sobre el duro acero, no podían moverse. El sudor humedecía su ropa y el encierro les producía una sensación de asfixia. Yanisleidys apretó por momentos el brazo de su novio en señal de apoyo al tiempo que imaginó cuando estaría frente a los oficiales estadounidenses pidiéndoles ayuda. Ellos, pensó, le abrirían las puertas.

Cuando el conductor se detuvo en restaurantes y comercios les permitió bajar al baño al mismo tiempo que él si no había autoridades. Cuando supo que había inspecciones de Migración o de la Policía Federal, los dejó en la orilla de la carretera metros atrás y después regresó por ellos.

Durante la semana que duró el recorrido se cambiaron una vez a otro tráiler. Supieron de Puebla, Monterrey y Tamaulipas por los letreros que vieron en algunas de las paradas. Sigilosos y obedientes, no entablaban conversación con las personas que los recibían en las casas donde pernoctaron. "Cuando uno está haciendo este tipo de cosas, mientras menos se habla, mejor", afirma Alexander.

Luego de dos meses de cruzar fronteras, viajar encubiertos y esquivar autoridades, el 29 de abril, Yanisleidys y Alexander llegaron, por fin, a Nuevo Laredo.

Al mediodía salieron acalorados del escondite que ocuparon en ese segundo tráiler, un hueco entre la cama del chofer y el techo de la cabina. Tomaron un taxi, el último servicio pagado al pollero.

Sentada en el asiento trasero como cualquier pasajero y tomada de la mano de su pareja, Yanisleidys vio por la ventana la bandera de Estados Unidos ondear en la frontera. Su sueño al alcance de la mano.

 
Mañana: Cien días sin sol
 
 
ASÍ LO DIJO
 
"Necesitas mucho dinero para hacer el recorrido, y hay mucho abuso y riesgo. La gente te roba y maltrata. A la Policía hay que sobornarla de frontera en frontera. Hay que dar plata al chofer del autobús y para que la Policía no te pesque".

Dusmari
Compañera de viaje de Yanisleidys


Verónica Sánchez, Reforma, 27 de mayo.

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