Inminente fallo de la Corte sobre el caso de Chiforito, mazahua sentenciado a 37 años de cárcel; hay detrás del juicio catálogo de mentiras e irregularidades

Primera de tres partes

De  niño, sus compañeros del colegio lo apodaron El chiforito, por su tono achocolatado y porque cambiaba en las palabras la e por la i.

—¿Chiforito? —se pregunta a doña Rosalba Ramírez, eterna sollozante desde que hace cinco años su hijo Hugo fue encarcelado en el penal de Santiaguito, acusado del secuestro de una pareja de adolescentes de la cual se diría después inventó el plagio para disfrazar la huida y evitar el regaño de los padres.

—Aquí en la región es como decir indio.

—Cuenta la madre mientras alista una jarra de limonada y mojarras fritas para quienes han trabajado en la siembra—… Así nos llaman a quienes no sabemos pronunciar bien el español; a nuestra familia aún la conocen como los chiforos.

Pero a Hugo, de origen mazahua, nunca le pareció una ofensa. Ni ayer ni ahora. "Ser indígena es un orgullo —dice a la distancia, y su voz por el teléfono reconforta a don Antonio Sánchez, su padre, y a sus cinco hermanos, fatigados tras una mañana de bochornos dedicada al abono de plantas de jitomate-… "Nunca me he avergonzado de lo que soy ni de dónde nací, ni de las tradiciones que me enseñaron mis padres y abuelos".

Por eso, tras las rejas, se confeccionó un cinturón de cuero con aquella etiqueta de infancia: El chiforito… Y sus padres lo presumen frente a la guadalupana de laca y madera a la que rezan todos los días, complacidos también de lo que son.

El perdón. Las irregularidades durante el proceso en contra del joven de 23 años, quien conjugaba las labores del campo con las de chofer de taxi, llevaron a la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia a atraer el caso desde el 19 de octubre del año pasado. El ministro Arturo Zaldívar hizo suya la solicitud, después de dos amparos promovidos por abogados del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro-Juárez: uno por el delito de secuestro, del cual será ponente Jorge Mario Pardo Rebolledo; y otro por portación de armas de uso exclusivo del Ejército, cuyo proyecto será presentado por Guillermo Ortiz Mayagoitia.

Y la resolución está próxima…

La cartera de anomalías incluye la versión de la fuga clandestina de los supuestos plagiados: Laura Isidoro y León Sánchez, entonces de 15 años de edad…  Ya en la cárcel, un allegado a ella —también preso— le confesaría a Hugo: "¡Si esos chamacos nunca fueron secuestrados, lo inventaron todo porque se querían pelar, pero luego se arrepintieron!".

La propia Laura, al terminar uno de los careos en el Juzgado Sexto Penal del Distrito de Toluca, se acercó a doña Rosalba y le dijo: "A lo mejor me confundí, nunca he estado segura, perdóneme si me equivoqué…".

Aunque ella y León no habían podido proporcionar la media filiación de los plagiarios en su primera declaración ministerial, cuatro meses después Laura reconocería a Hugo como el conductor del taxi al cual fueron obligados a subir. Sin embargo, terminaría por admitir que había sido presionada por policías municipales y estatales para identificarlo y culparlo por medio de fotografías en las cuales él aparecía armado o con la leyenda: "secuestrador".

Como fecha del referido secuestro se dio la noche del 10 de marzo de 2007, cuando Hugo, de acuerdo con documentos médicos presentados por la defensa, se encontraba en el Hospital General de la Ciudad de México, al cuidado de doña Isidora Domínguez, su abuela agonizante y quien murió días después.

La detención se consumó alrededor de las 20:30 horas del 21 de julio de ese mismo año, mientras el hoy sentenciado a 37 años y seis meses de prisión manejaba un taxi colectivo en la ruta Villa Victoria-San José del Rincón. Una patrulla municipal se le cerró a la altura de la parada El Catorce, una comunidad de rebuznos perpetuos, con casas descarapeladas y magueyes retorcidos. Los agentes lo detuvieron junto a dos pasajeros; otros dos, al ver las luces policiales, bajaron del taxi y corrieron por una ladera, lo que obligó a los balazos oficiales. Jamás se supo nada de ellos.

En contraste, las autoridades señalaron que el arresto fue a las 3 de la madrugada del 22 de julio y justificaron en el MP: "Lo detuvimos por su condición de sospechoso".

Doña Rosalba revive hoy entre escalofríos aquella frase: "¿A poco ser moreno de piel, a poco ser indígena o no vestir ropa buena equivale a parecer sospechoso?, ¿lo agarraron por su condición humilde?, ¿por qué al perro flaco siempre se le cargan más las pulgas?".

Y reprocha, a punto de servir la mesa: "A los que gobiernan se les hace muy fácil decir: ahora pongo que los indígenas tienen estos derechos, pero sólo los plasman en un papel, en sus artículos, y nunca se hacen valer, nunca se aplican en la realidad".

Hugo cuenta que durante más de cinco horas fue golpeado e intimado para admitir fechorías, antes de llevarlo al Palacio Municipal de Villa Victoria, donde montaron las fotografías que luego usarían para incriminarlo: "Querían que aceptara dedicarme a secuestrar, matar, robar y violar muchachas, pero no cedí, aguanté los golpes y las amenazas".

Sabores y sinsabores. Al pescado frito, doña Rosalba ha sumado rebanas de jamón, queso fresco, nopales con cilantro, chicharrón y manojos de guajes y pápalo quelite. "¡A taquear!", invita a su esposo e hijos, reunidos ya en la mesa de pino que Hugo ayudó a tallar en sus años de aprendiz de carpintero. Se ocupan todos los lugares, excepto el de la cabecera donde el hoy ausente solía sentarse. "Porque así pensamos que está con nosotros", dice Abraham, su hermano mayor. Es apenas un retrato de la familia que durante cinco años ha resistido el sinsabor de la injusticia y la discriminación.

Don Antonio suspende el taco para recordar que ante la fragilidad de las pruebas Hugo quedó libre el 23 de julio, pero él volvió al municipio para reclamar los daños al taxi, pues además de ser baleado los policías robaron radio, bocinas y algunos documentos. "Sí le vamos a pagar, pero debe ser su muchacho quien lo solicite, porque él iba manejando, vénganse el 8 de agosto", le dijeron.

"Cuando llegamos —relata el padre, sin rastros de hambre— ya nos esperaban los judiciales y lueguito detuvieron a mi hijo, dizque porque era secuestrador, esperaron a que llegara un comandante del grupo antisecuestros de Ixtapan de la Sal, quien comenzó a insultarlo y a decirle que por abrir el pico y reclamar sus cosas le iría muy mal, que él se encargaría de que se pudriera en la cárcel, porque además no era más que un indio al que nadie haría caso".


Daniel Blancas Madrigal, La Crónica, 19 de junio.

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