Maduro, estrella venezolana en ascenso


BUENOS AIRES.— Su discreción, su paciencia infinita y su voluntad de prestar oído pero también su habilidad para construir consensos y política, llevaron a Nicolás Maduro Moros de su antiguo trabajo de chofer de autobús en Caracas a ser el primero en la línea de sucesión del presidente venezolano Hugo Chávez.
La imagen de Maduro que conoce la opinión pública internacional poco tiene que ver con la personalidad que esgrime en privado o en las reuniones diplomáticas o de Estado.
Ese gigante de casi dos metros, siempre serio y de bigotes prolijos que aparece en las conferencias de prensa al lado de Chávez, como si fuera su edecán, o detrás de las cámaras de televisión puede confundir a quienes no lo conocen. No se trata de un custodio sino del canciller que más tiempo ha durado en su cargo en la era bolivariana, del hombre más cercano al mandatario y de un ser humano que desborda simpatía.
“En privado, siempre busca acortar distancias, ya sea con un obrero que se le acerca en campaña o con un canciller o presidente con el que se reúne por sus responsabilidades. Después, entre amigos, es muy cómico”, explica uno de los dirigentes chavistas que lo conoce de la época de la militancia sindical.
Fue más en el sindicato que en la militancia estudiantil donde Maduro, de 50 años, hizo su escuela política. Militante de la Liga Socialista desde muy joven, el hoy vicepresidente y canciller ganó, a comienzos de los 80, el derecho a representar a sus compañeros del Metrobús de Caracas ante el sindicato, el mismo que, años más tarde, terminó controlando.
La Liga Socialista surgió en el año de 1977 como el brazo político de la Organización de Revolucionarios (OR), heredera del Frente Guerrillero Antonio José de Sucre y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Había participado en varias elecciones durante la IV República y apoyado en varias ocasiones la candidatura presidencial de José Vicente Rangel, quien a la postre fuera canciller y vicepresidente de Chávez.
Maduro comenzó a militar en ese partido muy joven, y desde su sindicato fue ganando posiciones al lado de uno de sus líderes, Fernando Soto Rojas, ex presidente de la Asamblea Nacional y Orlando Yajure, entre otros, como Jorge Rodríguez, cuyo padre fue asesinado por los servicios de inteligencia del entonces presidente Carlos Andrés Pérez.
Junto con ellos, y con su actual esposa, Cilia Flores, Maduro decidió, en 1993, comenzar a movilizarse para pedir la liberación del coronel golpista Hugo Chávez, a quien un año después apoyaron en su candidatura a la presidencia sin abandonar la Liga, pero integrando el Movimiento V República.
Por entonces, Maduro coordinaba La Fuerza Bolivariana de los Trabajadores y lograba ocupar una banca de diputado en el viejo Congreso. Desde entonces su estrella nunca dejó de ascender.
En el ala moderada
En la Asamblea fue visto como uno de los referentes del ala moderada del chavismo.
Y fue justo allí donde comenzó a demostrar su cintura política y su disposición a la negociación, dos elementos que lo ayudaron sobremanera a la hora de asumir como canciller (2006), cargo en el que muchos, incluso sus más amigos, no le veían demasiado futuro.
Comenzó a construir su espacio de poder en la propia Asamblea, donde llegó a liderar al bloque oficialista. Siempre en tándem con su esposa, que presidió el Congreso hasta el año pasado, fue desplegando su impronta entre civiles y militares.
Marcó distancia con los más radicales, como su antecesor en el cargo, Elías Jaua y se acercó al sector militar del chavismo, que lidera el actual líder del Parlamento, Diosdado Cabello, pero también abrió canales con el empresariado, incluso con el Grupo Cisneros de comunicaciones, y con los sectores más progresistas de la oposición, con los que alguna vez compartió espacio político.
“Ellos siempre aparecían como distantes y enfrentados, pero son las dos caras de la misma moneda. Nicolás es la cara simpática y Cabello el perfil más odioso”, sostiene el ex chavista Ismael García, del partido Podemos.
Desde los primeros días en el gobierno Maduro supo construir relaciones duraderas. No sólo con su antiguo jefe político, Soto Rojas, sino con Rangel (en quien se apoyó en los primeros años de la administración), pero principalmente con Chávez, a quien conoció en la cárcel en 1994 cuando acudió a visitarlo con Cilia y varios dirigentes de la Liga.
Cuando Chávez premió su trabajo y lealtad con la cancillería, donde reemplazó al actual jefe de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Alí Rodríguez, Maduro intensificó la relación con el presidente. Supo convertirse en su confidente y en su representante en las negociaciones claves para la estrategia del gobierno en China y en Bielorusia. Trabajó sin descanso junto a la canciller de Colombia, María Angela Olguín, para acercar posiciones con Juan Manuel Santos, a los pocos días de que éste asumiera la presidencia colombiana, y entendió rápido que sus aliados más importantes en de la voraz pelea interna del chavismo no estaban al interior de Venezuela, sino en Cuba. Con los hermanos, Fidel y Raúl Castro, trabó una relación tan intensa como la que construyó con el propio Chávez, algo que varios dentro del gobierno califican de determinante para llegar a la presidencia.
Cuando Chávez se enteró de que tenía cáncer, Maduro no sólo se mantuvo al lado de su jefe —lo acompañó en los ejercicios físicos o conduciendo el “Chávezmóvil” durante la campaña— sino que su nombre sonó con fuerza cada vez que se hablaba de una hipotética sucesión.
Con la reelección bajo el brazo, Chávez comenzó a ordenar el escenario y terminó por nombrarlo vicepresidente, además de canciller. El mandatario venezolano sabe que la lealtad de Maduro y su fe inquebrantable en la revolución lo convierten en el hombre indicado para sustituirlo si se ve forzado, por razones de salud, a abandonar el poder.
José Vales corresponsal, El Universal, 20 de octubre.

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