'Mejor lejos, no quiero condenarlos al fracaso'

Margarita Torres vive el drama de tener partido el corazón en dos. Desde hace 30 meses la frontera con Estados Unidos divide a su familia.

A los 18 años de edad -actualmente tiene 44-, la mujer dejó su casa en Cuautepec Barrio Alto, Delegación Gustavo A. Madero, y con sus dos pequeños hijos viajó hasta Arizona para cruzar el desierto y reunirse con su esposo en Washington.

"¿Por qué me los llevé?, porque veía como mis sobrinos que tenían a sus papás en Estados Unidos sufrían, eran maltratados, yo no quería eso para mis hijos, quería darles una vida mejor", recuerda.

La mujer logró residir en territorio extranjero y durante 20 años dedicó su vida a la pizca de diferentes productos, en ese tiempo procreó otros tres hijos quienes ingresaron a la escuela y algunos ya terminaron sus carreras universitarias.

En 2005, la visita de agentes de migración a su vivienda cambió el destino de la familia.

Margarita y uno de sus hijos fueron arrestados por las autoridades y quedaron recluidos por cinco semanas en un centro de detención en Tacoma.

"Es lo más horrible que te pueda suceder, te tratan peor que a un criminal. Me encadenaron manos y pies, ellos saben quién es legal y quién no, sólo se hacen de la vista gorda porque les hace falta nuestra mano de obra, saben que le deben a uno mucho, por eso tienen miedo de legalizarnos", criticó.

Tras pagar 14 mil dólares, madre e hijo recuperaron la libertad, no obstante, inició un proceso para determinar si el tiempo vivido en Estados Unidos les daría algún beneficio. Finalmente en 2009 las autoridades le extendieron una carta que la conminaba a abandonar "voluntariamente" el país.

Para evitar que sus hijos y esposo fueran repatriados, llegó a México acompañada de Angélica, su hija de 10 años.

Desde esa fecha, Margarita habita en casa de su madre. Sus ingresos son remesas y las ganancias que le deja un negocio de venta de alitas y papas.

"Veo las injusticias que hay aquí: los jóvenes no tienen libertad ni para estudiar, allá por lo menos estudian. ¿Para qué condeno a mis hijos a que me sigan?, ¿para qué los condeno a un fracaso?, yo sé que la familia sufre. Mi única esperanza es que me den una visa para que los visite. El gobierno sabe cuántos años le trabajé pagando impuestos. No me estuvo manteniendo".

Henia Prado, Reforma, 23 de diciembre.

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