Con la victoria cultural del PAN aparece el nuevo PRI, ahora sí bien a la derecha

Dadme una reforma histórica y la convertiré en sainete. Tal podría ser el lema de una clase política que hace agua de derecha a izquierda y viceversa.
A pesar de la toma del salón de plenos –o precisamente por ese error de cálculo–, el PRD y sus aliados de ocasión, el PT y el Movimiento Ciudadano, acuden a la sesión que se realiza en un auditorio del mismo Palacio Legislativo. Con ello, y a pesar de que les escamotean la Ley de Consulta Popular y la reforma anticorrupción, convalidan la votación de la reforma energética. Aunque voten en contra.
A la mitad del auditorio donde los diputados parecen sardinas están, en actitud de vencedores, dos de los redactores de la iniciativa que se vota: los panistas Juan Bueno Torio y Rubén Camarillo.
La “victoria cultural” del PAN da mate al último resquicio del nacionalismo revolucionario con un PRI que, corrido a la derecha, ahora sí es el nuevo PRI.
Manlio Fabio Beltrones sigue cargado en hombros, pero ni él ni ningún otro de los figurones del tricolor en la cámara baja tuvo influencia en la redacción de la reforma que pasa, desde ya, a la aprobación de los congresos locales.
Misión imposible
Pasa del mediodía. Veinte horas se han consumido en la votación en lo general y luego en el desfile de oradores, todos de la izquierda, a quienes resulta misión imposible decir algo nuevo.
Cinco diputados perredistas pronuncian el mismo discurso, incluyendo una analogía de la fiesta del Titanic.
Muy pocos diputados salvan la cara de la izquierda. Ricardo Monreal, acaso, cuando anuncia que depositará una “cápsula del tiempo” en la tumba de Porfirio Díaz, con las promesas que ofrecen el paraíso gracias a la reforma energética (bajas tarifas de luz, por ejemplo) y promete traerla de vuelta poco antes de las elecciones de 2018.
El último orador es el coordinador de los perredistas, Silvano Aureoles, quien parece hablarle a otra Cámara –no la de los golpes y los insultos– y en otro momento. Comedido, agradece a todos, y luego saluda de mano a los integrantes de la mesa directiva y a la primera fila, donde se encuentra Beltrones. Lo saluda afectuosamente pese a que unas horas antes el priísta lo puso en evidencia, supuestamente por no informar a sus correligionarios sobre los acuerdos de la Junta de Coordinación Política.
Beltrones, “líder” para una perredista
Los diputados del PRI aún disfrutan la escena de hace unas horas, cuando la perredista Karen Quiroga ofreció disculpas por haber golpeado a la priísta Landy Berzunza. “Use más las ideas que las manos”, recomendó papá Beltrones. “Líder”, respondió Quiroga, al borde del llanto.
Una escena que remite a esta cita: “el sistema electoral... ha creado una clase política profesional muy distinta de la que protagonizó la Transición. Desde hace ya tiempo, los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas” (César Molinas, sobre la transición española).
Pues ni hablar, el único mérito que le reconocen a Quiroga en el PRD es ser pariente de los jefes de una corriente, el matrimonio formado por Alfredo Hernández Raigosa y Dione Anguiano.
Todavía sin atinar a calibrar el tamaño del golpe, los perredistas ajustan cuentas. La bejaranista Lizbeth Rosas se lanza contra su correligionaria Quiroga y escribe en Facebook (se agrega puntuación para hacer legible el mensaje): “Diputada perredista rompe puertas, chillona de Iztapalapa, desvergonzada pidiendo disculpas ¡a Manlio, del PRI! Claro, es el pago a las concesiones y plazas que tiene en la Cámara a cambio de ... ¡ya se imaginan! ¡De pena ajena!”
Del pacto al Congreso se cae la consulta
Votación en voz alta. Al menos 40 minutos más entre ojeras y rostros fatigados.
Todos, de algún modo, se sienten ganadores. Los priístas por haber sacado adelante “la reforma del presidente Peña Nieto”. Los panistas por su pretendida “victoria cultural”. Los perredistas y otros de la izquierda por la certeza de que la historia habrá de rescribirse: “Nos vemos en 2015”, alegan.
La prolongada sesión da para todo. Nadie protesta, por ejemplo, porque la vigilancia incluso dentro del Palacio Legislativo corra en parte a cargo de la policía del estado de México.
El panista Ricardo Anaya, presidente de la Cámara, tuvo que disculparse con Rodrigo Chávez, suplente de Martí Batres, por haber asegurado que votó sin ser diputado. La pifia fue de la secretaría parlamentaria, órgano profesional que supuestamente nunca se equivoca.
Lo que comienza en botica sigue así a la hora del voto.
Mientras al sufragar los diputados de izquierda lanzan consignas como “no a la privatización de Pemex”, una diputada panista aprovecha el micrófono para “felicitar a todas las Lupitas”.
“¡Ya cállate, perro!”, le gritan al petista Manuel Huerta, uno de los demonios de la alianza PRI-PAN.
Fernando Belaunzarán, de Nueva Izquierda, vota en contra, pero se siente obligado a añadir: “pero con respeto a quienes piensan distinto” (no lo vayan a confundir con la izquierda que no propone ni construye).
Karen Quiroga debe aguantar el coro de “¡golpeadora, golpeadora!” cuando le llega el turno de votar. “¡Ese apoyo sí se ve!”, aplaude la izquierda el voto en contra de la neoleonesa Verónica Sada, única panista que rechaza la reforma.
Los legisladores votan mientras Morena anuncia “cercos” a los congresos estatales y el PRD un plantón en el Ángel de la Independencia por los temas pendientes del periodo legislativo: la reforma contra la corrupción y, sobre todo, la ley reglamentaria de la consulta popular.
Ya los priístas han dicho que no habrá consulta popular sobre la reforma recién parida. “Aquél que diga que tiene oportunidad de ir a demostrar la inconstitucionalidad de la Constitución, muestra una enorme ignorancia”, dice Beltrones al concluir la votación.
En corto, los priístas se pitorrean de la idea de que la reforma recién aprobada pueda ir a consulta: “sí, cómo no, a ver si les gusta que propongamos una consulta sobre el 123 constitucional”.
Los perredistas aseguran que el proyecto de ley –ahora en manos del Senado– contiene un transitorio que suspende “por única vez” los candados.
En fin, que la gran apuesta del PRD y de Cuauhtémoc Cárdenas irá, eso sí es seguro, a litigio en la Suprema Corte.
Antes de que concluya la votación viene uno de los momentos más esperados de la tarde. El turno del michoacano Antonio García Conejo, quien se quitó la ropa mientras usaba el micrófono. Para ese momento, priístas y panistas, que ocupan la parte delantera del auditorio, están todos de pie y miran como bichos raros a los votantes de la izquierda. “¡Tubo, tubo, tubo!”, sueltan a coro apenas vota García Conejo. Las risotadas cierran la votación.
La reforma será histórica –transformadora para sus proponentes, de traidores para sus oponentes–, pero su aprobación fue una comedia.

Arturo Cano, La Jornada, 13 de diciembre.

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