Seguimos con o sin premios; ojalá más gente ayudara a migrantes: Las Patronas

Cuando el tren pita por primera vez, ellas empiezan a correr, cargan las cajas de plástico repletas con bolsas de comida y salen rumbo a las vías ubicadas apenas dos cuadras abajo.
Son las ocho y media de la noche en La Patrona. El temblor de las vías anuncia a la Bestia. El faro ilumina el valle de Córdoba. Segundo pitido y todas se colocan a la orilla de los rieles alzando cada bolsa blanca con arroz, frijoles, tortillas y una botella de agua.
El maquinista de la ruta del Golfo las ve. Baja la velocidad. El silencio es roto por el estruendo de la locomotora que se acerca. De la oscuridad emergen sombras colgadas en las esquinas de los vagones donde hay pequeñas escaleras. Apenas se ven sus rostros. Estiran el brazo para alcanzar el alimento. Algunos llevan días sin comer.
En un vagón abierto viene una docena de migrantes centroamericanos. Van sentados, otros de pie; se amontonan para agarrar las bolsas. Los primeros gritos se funden con el crujir de los fierros: “Gracias”.
El tercer pitido retumba en los oídos y Julia Ramírez Rojas se emociona. Toma tres, cuatro bolsas en cada mano y las entrega siguiendo la marcha del tren. Corre, siente el tirón de las manos que las reciben y regresa por más. Lanza las últimas como si fueran pelotas. Tres vagones, ocho, diez… y la Bestia se pierde en la oscuridad.
El silencio vuelve. Julia tiene una mezcla de sentimientos: “Entregamos todas las bolsas. Se siente bonito y a la vez triste, porque nadie debería de pasar hambre. Ni ellos me conocen, ni yo los conozco. Van sufriendo. Tengo mi hijo y a mí no me gustaría que pasara hambre. Una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos. Hoy ya cumplimos. Mañana seguimos”, dice Julia cargando la caja de plástico vacía y caminando de vuelta al comedor de Las Patronas.
Al entrar a la cocina, en la pantalla colgada en la pared, aparece Norma Romero Vázquez recibiendo un reconocimiento de manos de Enrique Peña Nieto, otorgado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Es la hora del noticiero local y al término de la noticia se escuchan los aplausos y la alegría.
“Alguien tenía que quedarse para seguir trabajando. Aquí no cerramos nunca”, dice Bernarda, la hermana de Norma, quien junto a Rosa, otra de las hijas de Leonilda Vázquez Alvírzar, la fundadora de este grupo humanitario, parten carne de cerdo para cocinarla con salsa de tomate.
Entre ollas de café y enormes vasijas con espagueti y puré de papas, Julia sigue colocando porciones de comida en bolsas. Diariamente hacen 20 kilos de arroz y recogen en la tortillería la donación de 25 a 35 kilos de tortillas. En el supermercado les regalan el pan dulce de ayer y reciben pasta, arroz, frijoles y otros alimentos que intentan satisfacer una demanda imposible de completar por una veintena de mujeres entusiastas.
“La primera vez que dimos el lonche los muchachos del último vagón no alcanzaron. Se quedaron con las manos extendidas. Nos pusimos a llorar. Nos dio mucha pena”, dice Bernarda.
Esa primera vez fue el 24 de febrero de 1995. Eran las siete y media de la mañana del sábado. Venía con una bolsa de pan y un bote de leche cuando el tren se le adelantó antes de cruzar las vías. Observó que iban unos 15 migrantes colgados del tren y uno de ellos le gritó: “Madre, tenemos hambre”. La misma frase la escuchó en el segundo, quinto y último vagón, así que no dudó en alzar las manos y ofrecer la compra a los migrantes.
Cuando llegó a su casa, Leonilda Vázquez Alvírzar, su madre, le preguntó por el encargo: “Ay madre, iban unas personas en el tren que tenían hambre y se las di”. En lugar de enfadarse, al día siguiente les propuso a todas sus hijas que ayudaran a los migrantes. Una ofreció los huevos, otra el arroz, las bolsas y finalmente doña Leo compró siete kilos de tortilla: “Salimos a las vías a dar las bolsas. Se nos quedaban mirando todos los vecinos, hasta el maquinista”.
Así fue como empezó la labor de Las Patronas. Y esta mañana Norma y doña Leo llegan con el reconocimiento recibido en la capital. Observan la pared donde ya tienen colocadas otras distinciones más y buscan el lugar para colgarlo: “Este premio significa mucho compromiso, mucho trabajo y significa llevar el mensaje a mucha gente que desconoce la situación de los migrantes centroamericanos, en especial del dolor de las madres que sufren por sus hijos”.
Peña Nieto se comprometió a ayudarlas, pero Norma considera que las promesas no sirven de nada y le piden hechos que demuestren su palabra: “Queremos que se comprometa de verdad. De promesas no vamos a vivir. Hay que dar solución al problema. Así como nos está diciendo que va a apoyar, es el momento de agarrarle la palabra, de llevarle todo ese trabajo que se está haciendo, de mostrarle el dolor de las mujeres, de toda esta gente que es hermana nuestra, tirados del tren, lastimados, secuestrados, desaparecidos. México esta siendo golpeado por todas partes, hay mucha gente que discrimina al ser humano sin conocerlo”.
Mientras habla, Norma no para, sigue organizando la cocina, da instrucciones para llenar bolsas con comida. En el terreno de al lado, junto a la casa de sus padres donde crecieron los 15 hijos, hay una fogata con una gran olla llena de café y otra más de ponche de frutas que expide un penetrante olor a canela.
Corre a las vías del tren con sus compañeras de esta causa humanitaria, cargando las cajas de plástico con comida. La historia se repite varias veces durante el día y la noche. Una llamada a la madre Dolores, del albergue de Tierra Blanca, les proporciona información del número de migrantes que subieron al tren y ellas preparan las bolsas necesarias y un poco más. Siempre un poco más para que nunca falte y nadie se quede con hambre.
Con 76 años, doña Leo lleva la voz de mando. Las regaña por no cuidar las rebanadas de pastel colocadas en las bolsas, las cuales, según dice, deben ser entregadas sosteniéndolas de abajo para no destrozar el postre.
En un espectacular perol prepara varios kilos de espagueti con salsa de tomate. Cuida el sazón, la cantidad de sal y el tiempo de cocción.
Dice que el premio de la CNDH no cambia nada: “Todo sigue igual. Estamos más comprometidas a seguir trabajando. Peña Nieto me reconoció. Me dijo que me había visto en el documental echando tortillas. Dijo que iba a venir, pero yo digo que venga está difícil. Quedó muy animado. A ver si es cierto. Ojalá y Dios quiera que se le ablande el corazón”.
Doña Leo es sensible a las distintas etapas que viven los migrantes. Actualmente lo peor son los secuestros y las extorsiones: “Ahora está peor. Les están cobrando 100 pesos. Los secuestran para pedirles dinero a sus familiares de Estados Unidos. Hay muchos desaparecidos. Yo siento mucha pena por todos ellos, por esas mujeres que van con sus niños en el frío o en el calor. ¿Quién les va a dar de comer? ¿Quién les va a dar una botella de agua, un pan? Nadie”.
Mientras checa las cajas de pan, reflexiona y suspira. Aún no comprende los ataques recibidos por gente que considera que ayudar a los migrantes indocumentados es un delito. Tampoco logra entender la indiferencia de los mexicanos. “¿Que por qué no hay muchas patronas ayudando a los migrantes? Por falta de valor. No todas queremos trabajar gratis. Aquí hemos invitado a unirse al grupo y han venido pero nos trabajan una semana y se van. Si tuvieran valor darían”.

Sanjuana Martínez, La Jornada, 15 de diciembre.

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