Reabren en La Habana hotel que hospedó a mafiosos y actores de cine

La Habana, 15 de febrero.
Hubo una época en la que el hotel Capri era frecuentado por gente conocida como The Blade (Cuchillo) y The Fat Butcher (El carnicero gordo).
También se alojaban allí actores que interpretaban a mafiosos en la pantalla grande. George Raft, que hizo de bandido en la versión de Scarface (Cara cortada) de 1932, recibía a la gente y se alojaba en un penthouse del piso 19.
Los días en que La Habana era un imán para actores de cine y mafiosos terminaron con la revolución de 1959 y el hotel entró en un lento declive. Sin embargo, el Capri acaba de abrir nuevamente sus puertas luego de estar cerrado más de una década. Su renacer es parte de un nuevo esfuerzo de Cuba por explotar su fama prerrevolucionaria de destino festivo y atraer dólares de turistas a su presente socialista.
Es un sentimiento de esa época. Creo que en Cuba uno se siente en general así, expresó Roberto Escalante, profesor universitario mexicano de 62 años que se alojó en el hotel esta semana para asistir a una conferencia académica. Está muy cómodo, le faltan todavía algunos servicios, pero sí, se siente uno como en esas épocas.
Efectivamente, detalles como los pulidos pisos de granito art decó con incrustaciones de bronce encajan justo en una ciudad en la que siguen abundando automóviles clásicos Chevrolet y Cadillac. Lo mismo los candelabros color cobrizo, que igual que los pisos son originales restaurados.
El Capri abrió sus puertas a fin de año como parte de una sociedad entre la compañía estatal de turismo Grupo Caribe, propietaria del hotel, y la cadena española NH Hoteles SA, que se hace cargo de su administración.
Construido en 1957, el Capri fue durante un breve periodo uno de los sitios favoritos de los mafiosos. El night club del hotel fue manejado por Charles Tourine (The Blade), en tanto que Nicholas di Costanzo (The Fat Butcher) administraba el casino. Ambos eran figuras de poco renombre asociadas con capos más conocidos del bajo mundo como Meyer Lansky y Santo Trafficante.
Los mafiosos se codeaban allí con las grandes estrellas de Hollywood. Errol Flynn, popular actor y notable playboy, frecuentaba el Salón Rojo, donde bailarinas de cabaret escasamente vestidas bailaban para los turistas. El rostro público del hotel era Raft, quien se crió rodeado de gánsteres y era amigo personal de varios capos.
Havana Nocturne (La Habana nocturna) de T.J. English, una historia de la mafia en La Habana, incluye un relato de Raft de la noche en que el hombre fuerte de Cuba Fulgencio Batista huyó del país ante el avance de los rebeldes al mando de Fidel Castro. Se acababan los festejos del Año Nuevo y Raft se dirigió a su penthouse, donde lo esperaba una joven recién coronada Miss Cuba.
“Allí estaba ella, dormida en mi cama, pero vi que abrió un ojo cuando entré a la habitación. Estaba semidespierta y era un amor. ‘Feliz año nuevo’, le dije mientras me acomodaba entre las sábanas de seda junto a esta chica fantástica”, cuenta Rafter en el libro. En medio de esta hermosa escena, repentinamente se oye el sonido de ametralladoras.
Raft salió corriendo, fue a la planta baja y le pidió calma a cubanos revolucionarios, según English. Una mujer reconoció al actor y convenció a los demás de que lo escuchasen. De este modo, mientras en la calle había tiroteos y todo lo demás, el Capri se salvó, al menos por el momento, manifestó Raft, quien falleció en 1980.
Poco tiempo después todos los hoteles de mafiosos habían pasado a las manos del gobierno revolucionario. El propio Castro se instaló por un tiempo en el Havana Hilton, posteriormente bautizado Habana Libre. La mayoría de los mafiosos huyeron de Cuba, donde perdieron millones de dólares en ganancias e inversiones.
El Capri funcionó como un hotel del estado por décadas y albergó a numerosas celebridades, desde la cantante cubana Omara Portuondo hasta el escritor uruguayo de izquierda Mario Benedetti. En 1997, militantes anticastristas del exilio colocaron una bomba en el lobby que causó graves daños pero ninguna muerte. El Capri sobrevivió, aunque, igual que tantos otros edificios, se fue deteriorando por falta de mantenimiento y cerró a principios de los años 2000.
Luego de varios años aparentemente en desuso, hace cuatro años comenzó una restauración, de acuerdo con empleados del hotel. Los trabajadores todavía están arreglando algunas habitaciones y colocando alfombras en algunos pisos. Durante una visita reciente se estaban dando los últimos toques a la piscina del techo, con sus espectaculares vistas del estrecho de la Florida.
Se ha tratado de ser fiel a la historia, incluido el logo decó del Capri. En el lobby hay sofás bajos estilo años 50 y en algunas de las habitaciones cuelgan viejas fotos de paisajes urbanos. Los operadores del hotel hablan de colocar fotos históricas en el lobby, como hicieron en el Nacional, otro hotel vecino donde la mafia tuvo un lucrativo casino.
Las concesiones al mundo moderno incluyen un servicio de Wi-Fi en todo el edificio, que hay que pagar por separado. El que fuera el penthouse de Raft es hoy un restaurante elegante con manteles blancos y cómodas sillas color lavanda. El Salón Rojo es una popular disco cuya entrada cuesta 10 dólares, donde no está permitido el juego.
Es un sitio agradable, moderno. Nos gusta alojarnos aquí, comentó Elke Feusi, un ejecutivo bancario de 49 años de Winterthur, Suiza.
Ciro Bianchi Ross, periodista cubano que investigó y escribió sobre el Capri, no está de acuerdo con que el hotel represente un pasado sofisticado memorable. Dijo que las fiestas de cabaret y el casino eran para la elite, mientras muchos cubanos vivían en la pobreza, sin acceso a cuidados médicos y analfabetos, situación que la revolución de 1959 buscó corregir.
De todos modos, consideró al Capri uno de los tres hoteles habaneros más importantes de su era en el plano arquitectónico y dijo que no tiene nada de malo usar la imagen de la mafia para generar ingresos y puestos de trabajo.
Es beneficiarse de la historia y yo creo que eso es válido. No podemos renunciar a un patrimonio como éste o como el Hotel Nacional, expresó Bianchi. Los edificios no tienen culpa de su historia.
La Jornada, 16 de febrero.

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