Venezuela, fórmula para el desastre

Las calles venezolanas arden y la bronca llega con fuerza a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Puede ser una buena oportunidad para aislarse de esas calles y de las pantallas, para sumergirse un rato en los archivos y corroborar que no es esta la primera vez, en los últimos 12 años, que Venezuela se encuentra en una situación semejante.
Una sociedad que se muestra confusa y agotada, adicta a la recurrencia como único recurso para soportar semejante encerrona, no encuentra los caminos para salir de un laberinto que comenzó a construirse mucho antes de que Hugo Chávez ascendiera a los primeros planos políticos, frustrado golpe de Estado de por medio.
Pero, a diferencia de anteriores crisis, que cerca estuvieron de ser terminales, la actual encuentra al país con las finanzas diezmadas, el sistema de representación seriamente cuestionado, al igual que las instituciones, y, lo que es peor, con una oposición hecha añicos ante la tarea de enfrentar la escisión en sus filas y el acoso del chavismo.
A la hora de tratar de entender lo que está pasando desde hace una semana en Caracas muchos lo compararon —con suma ligereza— con el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando Chávez estuvo fuera del poder durante 36 horas, hasta que los cuadros medios de las Fuerzas Armadas y sus seguidores en las calles lograron reponerlo en el cargo.
En la presente crisis, hasta esta hora no hay intento de golpe alguno, amén de la monserga gubernamental. Lo que sí hay es el hartazgo de un número cada vez mayor de venezolanos ante una inflación que supera el 40% anual, la escasez de alimentos, que ya cumple más de tres años; la crispación, el incremento de la delincuencia y la violencia en todo el país; la censura, disimulada o directa, en la que incurre el gobierno y la velocidad con la que la infraestructura del país se va deteriorando.
“Lo que reina es la confusión. Ni de un lado ni del otro atinan a dar una respuesta a la crisis, en una situación económica que es de por sí muy complicada”, sostiene el analista Alberto Quirós Corradi.
Y no está la situación económica, que ya venía siendo grave desde hace varios años, sino la situación general del país, como lo explica Luis Vicente León, presidente de la consultora Dataanálisis. “Una economía en problemas, la muchedumbre en las calles, colectivos armados, conforman un coctel molotov del que sólo se sale dialogando, como se sale de cualquier crisis”.
Pero el diálogo no es una actitud que hayan cultivado mucho las fuerzas políticas desde que, en 1988, Chávez llegara al poder. Tampoco lo fue durante aquella intentona golpista del 2002, pero el país por entonces era muy distinto.
Tampoco hubo negociación cuando entre diciembre de 2002 y febrero de 2003 el país soportó una huelga petrolera que semiparalizó al país y todo terminó por agotamiento, tanto de la oposición como del personal jerárquico de la petrolera estatal, que desde entonces no cesa en su deterioro.
El viernes pasado, el presidente Nicolás Maduro abrió la puerta a dialogar con Washington, a quien considera el verdadero “enemigo de la revolución”, y el sábado avanzó escasamente al convocar a todos los gobernadores (incluso de la oposición) a una conferencia de paz, lo que en el contexto venezolano puede parecer un avance.
“No alcanza. El momento que vive el país necesita que el presidente sea claro y directo”, opinó Margarita López Maya.
Ganar por cansancio
A la distancia, el experto en América Latina Julián Hermida sostiene que “esta nueva situación no se parece a ninguna otra. Ni a los cacerolazos del 2004. Acá están los jóvenes, los estudiantes que sobrepasaron a los partidos de oposición y siguen en las calles, mientras el gobierno parece fogonear la protesta, como si lo que buscara fuera terminar ganando por cansancio, como ocurrió en el conflicto petrolero”.
El grito de las protestas es claro y notorio. El país no aguanta más desgaste y el gobierno no parece tener ni respuestas ni otra salida que encerrarse en su dinámica autoritaria, para poner en marcha “un ajuste fiscal tan urgente como necesario”, como lo advierte el economista y ex director del Banco Central de Venezuela, José Guerra.
El presidente ya militarizó Táchira, un estado en manos del opositor Voluntad Popular, el partido del detenido Leopoldo López, y a nadie extrañaría que en los próximos días termine por adoptar medidas drásticas para que el país retome la tranquilidad. Al menos mientras siga contando con el apoyo de las Fuerzas Armadas.
El gobierno no sabe y no puede y la oposición no sabe y no parece querer torcer el destino de las cosas. El primero se vio sobrepasado por la situación social y económica; la segunda, por los estudiantes, que a la postre fueron los únicos que le ganaron una elección a Hugo Chávez en 2007.
Así, los venezolanos se encaminan a una crisis de largo aliento. A imagen y semejanza de la huelga petrolera, pero en otros términos y en otro terreno, mucho más pantanoso y peligroso, y en un país que no es está en la misma frecuencia del 2002. Hoy está más golpeado, un poco más hundido, más polarizado y más estresado que entonces y que en otros muchos pasajes de su historia.
José Vales corresponsal, El Universal, 24 de febrero.

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