Han transcurrido dos semanas desde que Carmen Aristegui dejó su espacio en W radio y continúan fluyendo los comentarios al respecto. En este contexto, es importante anotar tres elementos. El primero, el sábado 12 de enero Milenio publicó una entrevista con Daniel Moreno, director de W radio, quien proporcionó su versión sobre el asunto; dicho sea de paso, la entrevista puede consultarse en este Observatorio bajo el título “Si Carmen quiere, hacemos público el contrato”. El segundo elemento, es que el número 1628 de la revista Proceso publica una entrevista con la comunicadora; finalmente, en el transcurso de la semana Televisa Radio fijó su posición en un comunicado que fue publicado en diversos periódicos.
Ciertamente, los comentarios vertidos durante esta semana no son tan abundantes como en la previa, pues llegan a 73, mismos que distribuimos de la siguiente manera:
1. Los primeros tres, 4.11% del total, se refieren a las versiones que han circulado a propósito de la salida de Carmen Aristegui de la estación radiofónica. El mismo número corresponde a opiniones sobre la comunicadora y a la sociedad-radioescucahas frente a tal acontecimiento.
2. Cuatro comentarios, 5.57%, se centran en los intereses de los grandes grupos de la comunicación y en su papel en el manejo de los contenidos informativos.
3. Asimismo, introducimos un rubro sobre las opiniones recientes a propósito de la salida de Carmen Aristegui de “Hoy por hoy”. Se trata de doce comentarios, el 16.43% del total sistematizado.
4. Once comentarios, 15.06%, se retoman el tema de la censura y la libertad de expresión a propósito del tema.
5. Nueve comentarios, 12.32% se centran en la W como espacio informativo, mientras que otros 21, el mayor número con un 28.76%, se centran en Televisa y Grupo Prisa. Cabe anotar que de nueva cuenta aunque en menor escala, este tema es el que más comentarios abarcó.
6. Cinco comentarios se concentraron en “la opinión de la opinión”, es decir, las reflexiones que a propósito de la salida de Aristegui se hacen a partir otras previamente elaboradas.
7. Finalmente dos comentarios, el 2.73% restante, se refieren al presidente Felipe Calderón en este proceso.
LAS VERSIONES.
Ha pasado poco más de una semana desde la última transmisión de Carmen Aristegui en W radio. Días difíciles para quienes la escuchábamos y que ahora zapeamos por la banda radial como náufragos en busca de una isla.
Desde entonces hasta hoy, han circulado muchas versiones sobre la misma historia: que fue censurada, que fue corrida de la peor manera, que es un ajuste de cuentas de la ultraderecha, que fue una orden directa de Felipe Calderón, quien la odia profundamente, que Juan Ignacio Zavala, cuñado del Presidente, estuvo moviendo los hilos para que así fuera, que no, que fue Norberto Rivera y la congregación de los curas pederastas, que lo hizo Televisa para vengarse de su crítica a las leyes de radio y televisión, que el Góber Precioso tuvo que ver directamente en el asunto, y un prolijo número de etcéteras que, por respeto a quienes creemos que el periodismo no es un acto adivinatorio, yo no puedo dar por hechos en la medida de que no puedo comprobarlos.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
Están circulando varias teorías en los medios de comunicación sobre la salida de Carmen Aristegui de W Radio. Una de las que ha tenido menos difusión es quizá la más probable: que fue una decisión de negocios.
Muchos argumentan que su programa era de los más populares en la radio y que por lo tanto no pudo ser una decisión simplemente de negocios. Estas voces olvidan que popularidad no equivale a rentabilidad. Un programa puede ser muy popular, pero si su audiencia no es atractiva para los anunciantes entonces no estarán tan dispuestos a comprar espacios en él. Además están los costos. Aun cuando un programa genere buenas ventas, si sus costos son mayores no es negocio.
Julio Serrano, “Apuntes financieros”, Milenio, 16 de enero.
Francamente no debería ocuparme de cosas tan intrascendentes como el despido de la superestrella de la información, Carmen Aristegui, de W Radio, pero el asunto ha generado tanta alharaca que me veo obligado a decir algo. Para empezar, me preocupa que una cuestión tan irrelevante como ésta provoque tanta controversia: que si censura o no, que si un golpe a la libertad de expresión, que si el cuñado incómodo y la mano negra de Los Pinos, que si Prisa y los manejos turbios, y un interminable etcétera de despropósitos.
Me preocupa porque si la opinión pública le da tanto peso a un asunto tan baladí como éste es porque permanece soterrada en buena parte de la sociedad una paranoia colectiva heredada del pasado autoritario que nos lleva a delirar sobre la maledicencia de todo lo que nos rodea (piensa mal y acertarás).
Además, es de preocuparse que habiendo tantos problemas apremiantes en el país nos ocupemos como sociedad de la suerte de una comentarista de noticias con ambiciones intelectuales que fue despedida simplemente porque ya no encajaba en el esquema de sus patrones, como suele ocurrir en todos lados
César Cansino, El Universal, 18 de enero.
ARISTEGUI LA COMUNICADORA.
Yo la recuerdo personalmente desde los inicios de la década de los 90, en un programa de la recién nacida Comisión Nacional de los Derechos Humanos en Radio Educación, dándoles voz a las organizaciones privadas de derechos humanos, fundadas exclusivamente con propósitos nacionales por lo menos 10 años antes.
Por ello la decisión de no renovarle su contrato como conductora del noticiario matutino Hoy por hoy en la cadena W Radio por razones políticas, aunque no de información, y ni siquiera inmediatamente comerciales, ha sido interpretada con razón como un acto de censura y una afrenta a la libertad de expresión. Y si no que lo desmientan inmediatamente en México los directivos de la empresa española Prisa, pues somos muchos los que todavía no entendemos en todo el país a qué se refieren cuando hablan de un nuevo “modelo editorial” en el manejo de sus noticiarios. Cuanto más que estamos enterados de que existe una campaña soterrada para desacreditarla hipócritamente y en forma mentirosa y vil, luego de que fueron ellos los que no cumplieron durante todo un año con las peticiones que con todo derecho ella les hizo. / Y ello sobre todo en una nación regresivamente autoritaria, en la que todavía los deseos inconfesados del príncipe son obsequiados con diligencia, con la esperanza de ganancias económicas y políticas futuras.
Jaime Avilés, “Desfiladero”, La Jornada, 12 de enero.
Unos días antes de la Navidad me encontré con Carmen en la entrada del restaurante donde se celebraba la fiesta de Radiópolis y como siempre fue cálida y amable conmigo. Le platiqué de mi nuevo programa y le dije que estaba nervioso por el inicio de La Noche W, ella me tranquilizó y me dijo que todo saldría bien y que en una semana todo estaría bajo control. “Si lo dice Carmen, seguro que tiene razón”, pensé y así ha sido hasta ahora.
Por eso, su salida me parte en dos, porque por un lado estoy comenzando una etapa en la W conduciendo La Noche W y por el otro ella sale, como anteriormente sucedió con Carlos Loret de Mola y Ezra Shabot, un cambio general de modelo para la estación (Por cierto, ¿por qué nadie gritó “censura” cuando salió Ezra del aire, o cuando salió Loret?), muy válido en el ámbito empresarial (cada empresario puede hacer de su empresa un papalote) pero sumamente doloroso en el contexto personal.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
Hubo un tiempo en que el de Aristegui fue un espacio de pluralidad política. Acaba de dejar su cargo como consejera electoral en el DF. Y ella representaba un periodismo abierto, plural, quizá poco objetivo, pero orientado hacia la consolidación de la transición.
Pero vino luego el síndrome López Obrador. Y ahí se perdió Aristegui. Su programa de radio se parcializó. Y ella se metió en un problema de relación empresarial con los dueños de la estación W Radio. Pero el asunto no fue de libertad de expresión sino de entendimiento comercial. De contrato. Tan no fue así, que su periódico Reforma, donde ella colabora semanalmente en la sección editorial, publicó la información en la sección de espectáculos.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 15 de enero.
INTERESES.
Hay otras verdades que son inobjetables, como que la salida de Carmen de la W, como apuntó Lorenzo Meyer, “beneficia a intereses muy específicos y perjudica al lánguido pluralismo mexicano”, y para muestra baste citar el festejo que hizo el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, quien destapó una botella en señal de júbilo al enterarse de la noticia.
La duda no resuelta es si realmente esos intereses específicos fueron los que hicieron que el contrato de Aristegui terminara o sólo fue, como dijo la estación emisora, una cuestión de incompatibilidad con su modelo comercial; o como dijo Carmen a Proceso, una cuestión de no aceptar un modelo en el que las decisiones editoriales no estuvieran a su cargo.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
El episodio o el caso de Carmen Aristegui reitera la profundidad de los reflejos condicionados del autoritarismo: si no aceptas servilmente mis decisiones, te pones al margen de mi ley (“al cielo con mis instituciones”), porque la ley sólo autoriza el apoyo a mi gobierno o a los intereses de mi empresa. Por lo visto, la clase gobernante no tiene ganas de aprender, aún confía en las intimidaciones o presiones políticas y en la ausencia de representaciones de la sociedad civil, en especial de los sectores de oposición.
Los gobernantes (políticos y empresarios) continúan identificando la crítica con la blasfemia, y no se explican por qué ante cada una de sus declaraciones de triunfo (¡el TLC enriquece a los campesinos!), el pueblo entero, jubiloso, no se pone a rezar
Carlos Monsiváis, El Universal, 13 de enero.
El conflicto es más grave de lo que Aristegui ha podido dilucidar. En el fondo, se trata del establecimiento de reglas claras para mantener espacios editoriales en empresas privadas reguladas por los contratos comerciales. Es decir, que los periodistas deben establecer en sus contratos con empresas privadas las cláusulas de libertad de expresión.
El caso de Aristegui se ha politizado. Peor aún, para ella, se ha lopezobradorizado. Si se revisan todas las cartas y declaraciones de protesta, hay un común denominador: la vinculación con la estrategia de desestabilización de López Obrador. Y la razón no es difícil de dilucidar: el candidato derrotado a la presidencia de la República tiene a Televisa y al Grupo Prisa en su lista negra por haber, dice reiteradamente el perredista, conspirado contra su campaña. Y el caso de Aristegui es la oportunidad perfecta.
De ahí que el caso Aristegui se haya salido del espacio del debate sobre la libertad de expresión en las relaciones comerciales entre una empresa y una periodista y metido en los terrenos del conflicto de López Obrador contra empresas e instituciones. Por tanto, ya no es Aristegui sino el pretexto de López Obrador para atacar a Televisa.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 15 de enero.
Cuando me desperté Carmen Aristegui ya no estaba allí. En su lugar. En las razones que la obligaron a no estar, en ese espacio del silencio que se le impuso, el inmenso dinosaurio de antes-siempre. Agitaba la cola. Lo reconocimos. Es el mismo. “Esto no se dice”. “Esto no se toca”. Momificado. Pantanoso. Complaciente el dinosaurio. Repletito de intereses, conveniencias, encubrimientos. Poder. No se empacha. “Poderoso caballero es Don Dinero”. “¿Qué omito?” “¿Cómo voto?” “¿A cambio de qué?”
Inspirado el dinosaurio cada vez —eso sí— en el discurso de las inmejorables “razones”: “La línea editorial”. “El interés supremo de la nación”. “La reputación intachable de las Fuerzas Armadas”. “El apego irrestricto a la ley”. “La estabilidad”. “El bienestar de los ancianitos y los campesinos de Puebla”. “La defensa de los verdaderos valores, de la única y verdadera familia, en el único verdadero México”. “La lucha de la Iglesia —¡Oh, mi pequeño rebaño!— contra las fuerzas del mal”
María Teresa Priego, El Universal, 17 de enero.
OPINIONES.
Para mí, la salida de Carmen representa una pena múltiple, primero porque quiero y admiro a Carmen. Al igual que muchos de ustedes, escuchándola cada mañana la había convertido en parte de mi vida. Me despertaba con su voz y su rigurosa agenda informativa era la fuente natural de muchas de las canciones que haría más tarde en El Weso. Me parece una persona entrañable, luminosa y sumamente congruente. Coincido con Denise Dresser en el profundo valor de su sonrisa meridiana y me exaspera el discurso cursi y melodramático de muchos de quienes han salido a defenderla y a rasgarse las vestiduras por su salida de la W, como si Carmen no fuera capaz de defenderse sola y de encontrar un nuevo espacio para realizar su trabajo, como finalmente lo hacemos todos los periodistas en este país.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
Carmen Aristegui también tendrá que hacer su balance. Su enorme prestigio está fuera de duda. Su liderazgo de opinión, con su inteligencia y hermosa sonrisa, también. Pero después de lo acontecido, se le abre una encrucijada: ser heroína, o seguir siendo una periodista de carne y hueso. Los héroes y las luchas testimoniales son muy respetables, pero hoy le ayudan menos a la gente y a México. Yo pienso que, mientras sea posible, le sirve mejor a la sociedad, como la magnífica periodista que es
Manuel Camacho Solís, El Universal, 14 de enero.
La falta de acuerdo entre la W y Carmen Aristegui para renovar un contrato de prestación de servicios a nadie debería asombrar, e irritar, si en el periodismo electrónico de México fuesen regla, y no excepción, la independencia, libertad y profesionalismo con que la conductora de Hoy por hoy se desempeñó en esa emisora durante cinco años y, de manera especialmente significativa, en los tiempos envenenados que siguieron al fraude electoral de 2006 y a la posterior protección de los aliados del poder tramposo (Mario Marín y Norberto Rivera, por ejemplo, son dos aliados que ahora podrán gozar de la abulia uniformada, “objetiva” y “correcta” de la radio matutina en sus noticiarios). Tampoco habría razón para suponer móviles políticos oscuros en ese replanteamiento empresarial si Televisa y Prisa no se hubieran convertido en instrumentos de convalidación del citado fraude electoral y, en esa condición, en foros informativos y de análisis político que excluyen las visiones que puedan incomodar al impugnado presidente formal del país. La excepcionalidad de Aristegui (otro de los contados casos de periodismo crítico, notable buen uso del idioma y agradecible inteligencia y claridad analítica es el de Jorge Saldaña, en Radio ABC) y las evidencias de politiquería en las corporaciones propietarias de la W han generado en apoyo de Carmen, y en rechazo a las maniobras de censura periodística disfrazadas de asuntos de negocios, una amplia y plural reacción a la que, apenas llegado de una breve holganza, se suma el autor de las presentes líneas
Julio Hernández López, “Astillero”, La Jornada, 14 de enero.
La salida de Carmen Aristegui de la conducción del noticiero matutino Hoy por Hoy de W-Radio el pasado 4 de enero es sin duda lamentable por varias razones. En primer lugar porque se pierde un espacio crítico y plural de revisión de las noticias en la radio mexicana, encabezado por una de las periodistas más connotadas, reconocidas y seguidas. En segundo lugar, porque las razones del desacuerdo en torno a la renovación del contrato de la periodista por parte de la empresa son tan poco claras como ilógicas (en términos estrictamente empresariales).
Y, finalmente, en tercer lugar, porque, como consecuencia de lo anterior, se abre la puerta a la especulación —que no por ser tal carece de sustento— en torno al respeto de la pluralidad política e ideológica al interior de los medios de comunicación
Lorenzo Córdova, El Universal, 15 de enero.
Ahora bien: ¿desconocía nuestra heroína el poder de la contraparte, los chupacirios de Televisa y los pulpos superlaicos de la española Prisa? Si de ambos esperaba “tolerancia”, se equivocó. Pero también se equivocaron quienes esperaban algo más que los contenidos y sorprendentes argumentos que Carmen ensayó en la entrevista concedida al semanario Proceso (13/1/08).
Al señalar a los “autores intelectuales” del “despido”, Aristegui nombró al “Consejo Mexicano de Hombres de Negocios” y a “… funcionarios de Comunicación de Los Pinos”. No obstante, se cuidó de criticar a sus verdugos off shore. Por el contrario, les envió un cálido saludo y se preguntó si Prisa “… se atrevería a hacer algo así en los espacios que tiene en España”. ¿Desinformación o comedimiento previsor?
“Si bien es complicado para un profesional mentar la soga en la casa del ahorcado –dijo–, también sé que era fundamental… no negarle a la audiencia la mirada de unos y otros, porque por ahí está cruzando la viabilidad de la vida democrática del país…” ¿De veras? Eso se llama “diferencia generacional”. En mi juventud creía que la democracia se construía con poder popular.
José Steinsleger, La Jornada, 16 de enero.
Es mi obligación dejar de entrada claro que no conozco a Carmen Aristegui. Jamás la he visto ni he escuchado una sola de sus intervenciones en los medios electrónicos, ni leído —si es que escribe— alguna publicación suya. Si su nombre se me atraviesa en la memoria inmediata es solamente por las múltiples y muy respetables expresiones de escribidores diversos protestando por su abrupta salida de un programa matutino de radio en la legendaria XEW, salida que en abrumadora mayoría se interpreta como un atentado a la libertad de expresión en este país. Y sospecho que algo debe haber.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 16 de enero.
Aristegui es una excelente periodista y me da pena que esté fuera de la radio. Pero a mí no me gustaría que el gobierno o algún otro organismo determinaran el contenido de los medios de comunicación privados. Donde estoy convencido que sí tiene un papel que jugar el gobierno es en ampliar el número de competidores en los medios de comunicación. Esta sería le mejor forma de enriquecer los espacios de difusión.
No cabe duda, hay muchas emociones encontradas sobre la decisión de remover a Aristegui. Pero quizá, citando a Don Corleone en la película El Padrino, son sólo negocios.
Julio Serrano, “Apuntes financieros”, Milenio, 16 de enero
Creo que los defensores de mi muy querida Carmen Aristegui, implacables censores públicos de siniestros censores privados, están yendo demasiado lejos en la justa queja que tenemos muchos de no tener a Carmen entre las opciones informativas de la radio.
Creo que cuando se levantan las acusaciones al nivel en que se han levantado, hay que empezar a presentar pruebas de lo que se afirma, porque la credibilidad de los acusadores también tiene un límite. Sus exageraciones empiezan a lesionar la seriedad de lo que defienden.
Han puesto el listón tan alto, denunciando a diestra y siniestra como oscuros represores a tantos personajes públicos y tantos consorcios privados, que el ruido empieza a ser contraproducente.
Héctor Aguilar Camín, “Día con día”, Milenio, 17 de enero.
Muy clara la entrevista que le hizo Jenaro Villamil a Carmen Aristegui en el Proceso que todavía circula. De su lectura desprendo que cuando menos ella no se presenta como una “víctima” como nos la quieren mostrar quienes la denuestan. Por el contrario, el martirologio se le dio mejor a otros periodistas que al no comulgar con la idea de la censura, recibieron un rechazo casi unánime en el que no dudo que una vez más se hayan asomado los excesos del México polarizado.
Sin embargo, es probable que a usted, como a mí, le quede claro tras leer la conversación referida, que si bien nadie le extendió a Carmen un papel que diga “censurada”, la censuraron con la certeza moral que supone hacerlo dentro de los márgenes de ese par de palabras que generan paroxismo entre los aplicadores de justicia aciaga: “la legalidad.” Legal sí, pero censura al fin.
David Gutiérrez Fuentes, “Perro Mundo”, Crónica, 17 de enero.
A más de siete años de la salida del PRI de "Los Pinos", es claro que la supuesta democratización mexicana no avanza como se suponía. Es más, existe la posibilidad de que en vez de consolidación real, México termine con un régimen híbrido, mezcla del viejo autoritarismo con ciertos rasgos de democracia, que finalmente carezca de la energía para sacar al país del estancamiento en la mediocridad.
El indicador más reciente de que las cosas no marchan como debieran es la supresión de un espacio informativo crítico en la radio, el de Carmen Aristegui, por presiones de empresarios y malestar de políticos. Otro no muy lejano es la decisión de la Suprema Corte de no considerar que un gobernador, el de Puebla, violó las garantías individuales de una periodista que denunció los abusos de pederastas con poder económico y político. Otro más: la descomposición de la supuesta "joya de la corona" del sistema electoral mexicano, el Instituto Federal Electoral, así como la corrupción en las compras del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Y la lista sigue: la reactivación de la guerrilla -el EPR-, la agudización de la violencia del narcotráfico, etcétera. Sin embargo, la muestra más preocupante de la falla en el proceso político mexicano sigue siendo la persistencia de la polarización; la no aceptación del resultado electoral del 2006 por una parte de la ciudadanía.
Lorenzo Meyer, “Agenda Ciudadana”, Reforma, 17 de enero.
Las defensas excedidas de Carmen pueden complicar lo que muchos queremos para ella: que la contraten pronto y esté de vuelta en el cuadrante.
Si descontratarla cuesta tan caro como está costando hoy, el pago de entrada a la negociación será nada comparado con el costo de salida.
Me disculpo por el cinismo empresarial de este argumento. Pero quisiera ver a Carmen contratada en otra empresa radiofónica mejor que la que la descontrata, donde pueda ganar más de lo que ganaba y tener más oyentes de los que tenía.
Dejémosla negociar su nuevo contrato sin encarecerlo con nuestra solidaridad desmesurada.
Héctor Aguilar Camín, “Día con día”, Milenio, 17 de enero.
No conozco un solo trabajo de investigación periodístico de Aristegui que me permita referirme a ella como una “periodista”. Tampoco le conozco ninguna contribución teórica o científica sobre temas periodísticos como para llamarla una especialista en la comunicación. Ni mucho menos puedo considerarla una intelectual o una analista política cuando no ha escrito ni producido nada rescatable. Pero además, no recuerdo que Aristegui se haya arriesgado como periodista alguna vez en su carrera, que haya desafiado a los poderosos o que haya rebasado los límites de la prudencia y lo políticamente correcto desde su micrófono, por más que ella o sus publicistas nos la quieran vender —con mucho éxito, por lo demás, a juzgar por los cientos de cartas de apoyo que ha recibido desde su despido de W Radio— como una profesional de la información valiente, audaz e incorruptible.
Sólo así se explica su larga permanencia en los medios y su paso por algunos con una historia de oficialismo y servilismo más que reconocida. Vamos, Aristegui no es una Lydia Cacho o una Sanjuana Martínez que han arriesgado su propia integridad física al denunciar agravios indignantes y al desafiar a muchos poderosos cobijados en la más insultante impunidad —los pederastas empresarios y políticos y los curas pederastas, respectivamente—. Eso sí es periodismo comprometido. Qué pena pues que una comentarista de noticias hábil pero intrascendente acapare más la atención pública y del propio gremio de los periodistas que Lydia Cacho, ejemplo de valentía y agallas, y que hasta la fecha sigue siendo atropellada en sus derechos elementales por atreverse a investigar y publicar lo que las superestrellas de la información nunca se atreverían a hacer desde la comodidad de sus cabinas acolchonadas. Es una pena, porque los periodistas aduladores de Aristegui y repetidores de la cochambre sobre la censura de la que supuestamente fue víctima la diva de las noticias no hacen sino reproducir la mediocridad del periodismo mexicano, atrapado en el amarillismo, la superficialidad y la frivolidad
César Cansino, El Universal, 18 de enero.
¿CENSURA?
Censura desde Televisa o Los Pinos, atentado contra el derecho a la información, neocolonialismo español, ajustes en la política editorial de Prisa o sencillamente cambios formales en Televisa Radio, prácticamente todas las explicaciones son posibles en tanto no se cuente con datos duros que permitan conocer la verdad sobre el tema. Pero aun si la salida de Aristegui no se debiera a censura, sino a “ajustes” en la operación de Televisa Radio por parte de Prisa, el asunto podría tener mayores implicaciones de las que el grupo español parece suponer.
Fernando Mejía Barquera, “Cambio de frecuencia”, Milenio, 12 de enero.
En 2008 el panorama es irreconocible. Con todo, la censura, y lo de Aristegui es censura, nunca se entera del absurdo de querer suprimir el todo de la disidencia, y nadie le ha dicho que sin mínima credibilidad ninguna estación se sostiene. Sin la participación del público, la radio es sólo difusión musical y a esa necesidad de no dejar ir las audiencias se añade el desarrollo mismo de la sociedad cuya nueva costumbre es la crítica
Carlos Monsiváis, El Universal, 13 de enero.
La rescisión de su contrato, ¿implica la violación de su derecho a la libre expresión? Para responder correctamente preguntemos lo siguiente. ¿Qué es lo que la rescisión del contrato le impide al columnista: expresarse, sin más, o expresarse en mi periódico? Lo segundo, pero no lo primero. Y si alguien me prohibiera, en defensa de la libertad de expresión del columnista, despedirlo, ¿no estaría atentando en contra de mi libertad de expresión? El derecho de propiedad que tengo sobre mi periódico, ¿no implica el derecho de despedir a quien falte a la verdad o a quien no comulgue con mis principios que, ¡obviamente!, definen la línea editorial?
Lo anterior viene a cuento porque, a partir del caso Aristegui, no ha faltado quien proponga reglas del juego para evitar que se limite, o elimine la libertad de expresión de los periodistas, sobre todo, por medio de la rescisión de sus contratos, lo cual terminaría limitando o eliminando la libertad, y por ello mismo la propiedad, de los dueños de los medios. En el extremo los obligaría a contratar, sin posibilidad de despido, a cualquiera que tuviera, o creyera tener, algo que decir.
Para terminar insisto: no es lo mismo prohibir que te expreses en cualquier medio, a que te expreses en éste medio.
Arturo Damm Arnal, “Pesos y contrapesos”, Crónica, 14 de enero.
La libertad de expresión es un valor, pero también un recurso de gran utilidad a la estabilidad de largo plazo. Donde hay libertad de expresión, el gobierno puede corregir los males mayores. Al grado de que, con un ejemplo paradigmático, se puede sostener que si en Rusia hubiera habido prensa libre, difícilmente habría prosperado la revolución.
En las condiciones actuales de México, con independencia de las posiciones partidistas que se sostengan, cerrar las válvulas que permiten desfogar la inconformidad, aumentará la polarización. Con visión de mediano plazo, al propio régimen le conviene que Aristegui recupere pronto un espacio equivalente
Manuel Camacho Solís, El Universal, 14 de enero.
Hace ocho días pregunté por qué en el momento más exitoso de su carrera, Carmen Aristegui se despedía del auditorio con un mensaje ambiguo y no con un periodístico reporte de hechos. Una semana después, pese a que se escribieron decenas de artículos, nadie ha aportado un dato (incluyo la entrevista de Aristegui en Proceso) que fortalezca la hipótesis de la represión. Y en este caso tendría que haber algo más que conjeturas. Pero otra vez: ante la falta de información, se pide un acto de fe.
Daniel Moreno, director de W Radio, dijo el sábado en MILENIO que están dispuestos a difundir el contrato que provocó la salida de Carmen, siempre y cuando ella lo autorice, pues se trató de una negociación entre particulares. ¿Por qué los “censores” querrían hacer pública la prueba de la fechoría?
Ciro Gómez Leyva, “La historia en breve”, Milenio, 14 de enero.
Si el caso de Aristegui hubiera sido realmente de censura, entonces habría habido una mayor protesta periodística. Pero se ha tratado de una redefinición de los criterios empresariales-periodísticos de un consorcio. Reprobables en su contexto general porque inversionistas extranjeros no llegan a abrir nuevos espacios de libertad sino a consolidar sus negocios por encima de los criterios editoriales. Otra vez oro por espejitos.
Pero ahora quieren convertir a Aristegui en la Juana de Arco de López Obrador. Y todo se reduce a un enfoque personal. Por ejemplo, la académica Denise Dresser escribió que una de las razones para creer en México es "la sonrisa de Carmen Aristegui". O los que quieren convertirla en una mártir de la libertad de expresión cuando en su trabajo en la W nunca fue censurada. Es lamentable que la W Radio y el Grupo Prisa de El País se hayan inclinado hacia el negocio y sacrificado su credibilidad editorial -habrán de pagar socialmente las consecuencias-, pero siempre dejaron a Aristegui hacer su periodismo maniqueo, funcional a López Obrador.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 15 de enero.
Una democracia se alimenta de la participación ciudadana; y ésta no se limita a emitir el voto en cada elección por una opción política determinada, sino que dicho voto debe estar informado. Una democracia realmente funciona sólo si los ciudadanos constituyen una opinión pública que sabe lo que efectivamente está ocurriendo a su alrededor; si tiene a su disposición la información suficiente para poder juzgar a cabalidad lo que ocurre.
Y eso es posible sólo si coinciden dos factores fundamentales: pluralidad de medios de información y pluralidad en los medios de información; es decir, que no exista una concentración monopólica de la información y que al interior de cada medio encuentre reflejo la diversidad ideológica que existe en la sociedad. En México, hoy, lo primero es todavía una quimera y lo segundo, con el final de las transmisiones de Aristegui, sufre una merma importante
Lorenzo Córdova, El Universal, 15 de enero.
La reducción del “caso Aristegui” a mero problema de “libertad de expresión”, “formato editorial”, “intolerancia”, “censura” equivale a hacer la vista gorda con el proceso de concentración económica que viene soltando el lastre de los sectores medios, ilusionados aún con los discursos de libertad y democracia pensados a fines del siglo XVIII.
Despejada las dudas en torno a qué “fuerzas de opinión” maniobraron para quitarle el micrófono, bien pudo la sagaz conductora apelar a la solidaridad militante de los millones que a diario la seguían. No lo hizo. Colofón: el periodismo democrático del país ganó otra “victoria moral”, y la llamada “sociedad civil” perdió otra batalla política. Oiga: ¿no estamos hartos de cosechar “victorias morales”?
José Steinsleger, La Jornada, 16 de enero.
Algunos han alegado que su salida nada tuvo que ver con razones económicas, sino que fue por censura. Pero una empresa de comunicaciones no censura por censurar. Al final de cuentas las empresas, incluyendo las de comunicación, no comen lumbre. Si tienen un producto que en el agregado les genera dinero, entonces no lo van a retirar del mercado.
Entiendo perfectamente como la posibilidad de que los dueños de W Radio hayan actuado puramente utilizando criterios económicos le puede molestar a muchos. Pero no me queda claro qué opciones sugieren. ¿Bajo qué criterio deberían actuar? ¿Quién lo debería determinar? ¿El gobierno? ¿La sociedad civil?
Julio Serrano, “Apuntes financieros”, Milenio, 16 de enero.
La reacción de la ciudadanía y la desbordante expresión de resistencia cayó como avalancha de nieve contra la censura, contra el cierre del espacio de libertad informativa que había construido Carmen Aristegui. Esta reacción termina de deslegitimar a los medios y desnudar a sus protagonistas. ¿Con qué cara posan frente a las cámaras los comentaristas de Televisa? ¿Con qué mano firman reporteros y colaboradores del periódico El País? Hoy queda en evidencia que se someten al “nuevo modelo de organización” que rechazó Aristegui: el de Televisa y Prisa, que sirven a un interés político y que su silencio tiene un precio. Porque los medios ya no son el cuarto, sino el segundo de los poderes, después del económico y antes que el político; el poder mediático es centro de gravedad para producir el consenso, aunque también el disenso
Gabriela Rodríguez, La Jornada, 18 de enero.
Querer ver más en este asunto resulta paranoico, y alimentar la sospecha de censura por parte de la propia Aristegui con un mensaje cifrado como el que dio a los medios al ser rescindida resulta a todas luces irresponsable. Que el show business atraiga las miradas de los espectadores en las sociedades mediáticas es normal, pero que una noticia de espectáculos —como el despido de Aristegui— alcance el estruendo de una noticia de política nacional no hace sino exhibir la pobreza cultural de una sociedad cuyos referentes más cercanos son los personajes que aparecen en la tv, aunque sean unos descerebrados y gocen de una fama de oropel fabricada a conveniencia de los propios medios
César Cansino, El Universal, 18 de enero.
LA W.
Leer los reportajes y escuchar los comentarios de algunos medios sobre este tema y sobre el papel de la W en este asunto me provoca una sensación extraña y nada agradable, les explico por qué: durante toda la vida me ha tocado vérmelas con la censura en alguno de sus múltiples empaques, hace un par de años salí de El Universal con todo el equipo de periodistas que hacíamos La Revista por los recurrentes e intempestivos cambios de tema de portada, y meses después fundamos el semanario eme-equis. Renuncié a mi querido El Nacional hace mil años por un problema de la misma índole y así me la he pasado toreando a los Torquemadas que habitan en los medios y que van desde los idiotas editores que pretenden que “nalgas” es más publicable que “culo”, hasta los que simplemente un día no te publican tu colaboración o te la mutilan y así sucesivamente.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
Parece difícil pensar que, periodista como es, Moreno se haya lanzado sin pruebas a revelar los detalles de la negociación contractual de quien es sin duda una de las periodistas más reconocidas del país, así que será interesante ver ahora qué dicen los que construyen complots en nombre de Aristegui.
Néstor Ojeda, “Vuelta prohibida”, Milenio, 13 de enero.
Curiosamente la W en mi vida representa el medio de comunicación en el que por primera vez encontré una libertad absoluta de expresión. Ya fuera en mis colaboraciones con Carlos Loret, con Carmen Aristegui, con Fernanda Tapia, con Paola Rojas, en El Weso y en La Noche W jamás existió ni existe actualmente ninguna clase de presión, ni de línea ni mucho menos de censura hacia mi trabajo. Tampoco sé cuánto me va a durar el gusto y estoy consciente de que algún día la empresa decidirá si me quedo o me voy, según sus propios intereses; así son las empresas y así es la vida. Sin embargo, esa libertad que he gozado hasta ahora la valoro infinitamente y como la he visto poco a lo largo de mi existencia en los medios nacionales, no tengo empacho en reconocerla en este momento en el que la estación es golpeada por todos los flancos, así como tampoco puedo ocultar que extraño la voz y el compromiso de Carmen por las mañanas, una comunicadora admirada, respetada y que se ha ganado el cariño de mucha gente, un cariño muy poco usual entre los comunicadores en este país, que suelen ser acartonados, soberbios y muy poco dados a investigar sus dichos con la misma pasión con la que los dicen.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
Grotesca ha resultado la respuesta que el grupo español Prisa —responsable de administrar a Televisa los contenidos de Radiópolis— ha dado a la reacción social generada tras la cancelación del programa de Carmen Aristegui en W-Radio.
Echando mano de la calumnia, propala entre quienes se han mostrado solidarios con la periodista que entre las causas verdaderas de la no renovación de su contrato está el que la conductora comercializaba directamente sus contenidos (lo que en el argot periodístico se llama “broker”) y que, en una absoluta contradicción a esto mismo, también ejercía un veto a ciertos anunciantes, pretendiendo relacionarla con el boicot que López Obrador impuso a empresas que colaboraron con la campaña electoral de Felipe Calderón.
Desde las páginas de Proceso Carmen Aristegui ha denunciado la falsedad de estas imputaciones y ha alertado del desprestigio que le quieren causar, ante su evidente victoria en la opinión pública.
Javier Corral, El Universal, 16 de enero.
El periodista Gerardo Unzueta, una de las figuras más claras y recias de la izquierda mexicana, desde sus tempranos días en el Partido Comunista, y una de sus plumas más constantes, fue llamado el domingo por el noticiario matutino de XEW a opinar sobre la situación de la corriente política en que ha militado toda su vida. En vez de responder a la cuestión, dio a conocer este comunicado al auditorio, en lectura que no fue interrumpida aun de desearlo sus invitantes: "Ayer recibí una comunicación por vía telefónica para exponer hoy lunes, 14 de enero, mi opinión sobre la situación de la izquierda. Por este medio deseo hacer público mi rechazo a esa invitación, pues no se trata de la oportunidad de exponer una determinada posición política; es simplemente un engaño que pretende justificar la versión oficial de la emisora de que el acto cometido contra la valiente comunicadora Carmen Aristegui no es una acción de carácter represivo, tendiente a excluir la opinión honesta y plena de espíritu democrático de esa periodista".
Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, Reforma, 16 de enero.
Al dinosaurio lo guía su discurso de un más allá de él mismo, que lo justifica y lo trasciende. Ni debatir. Ni escuchar de más. Es por nuestro bien. ¿Las víctimas de abusos sexuales de sacerdotes? “Fariseos”. ¿Andrés Manuel? “Demencia senil precoz”. ¿Las palabras de Ernestina Ascencio? “Pero si no se les entiende nada, hablan en lenguas”. “¿Y los que se opusieron a aquella Ley de Medios?”. “Nuestro compromiso con la nación es no dejarlos enteros”. La voz de Marín, sí era la de Marín. “Era, pero no era. Porque no todo lo que es, es”. ¿Y la Corte? “Sí violaron las garantías de Lydia, pero no les dio tiempo de violarla a ella. Con la cantidad de violaciones consumadas que hay en México, que no ande de neurasténica”. ¿Las redes de pederastia? “Qué realidad durísima para las autoridades tailandesas”. Padecemos al animal. Desde que tenemos memoria. Monotemático. Monoteísta. Monocromático. Monolítico. Monopólico. Va por todo. Nuestras neuronas incluidas
María Teresa Priego, El Universal, 17 de enero.
Por todo ello, y ya instalados en la paranoia, cabe la pregunta: ¿qué intereses ocultos representa Aristegui hoy y que al verse afectados con su salida de W Radio han filtrado el “sospechosismo” de que su despido fue un acto arbitrario y condenable de censura? ¿Qué villanos se pretenden culpar con la fabricación de héroes de papel, como Aristegui?
César Cansino, El Universal, 18 de enero.
El modelo se eclipsó en el noticiario Hoy por Hoy porque las audiencias no son sólo libres consumidores, también son ciudadanos que pueden gestar el desorden creador. Porque esa frecuencia radial era también un espacio para los excluidos del poder, para los líderes del movimiento de resistencia contra el fraude electoral de 2006, para las víctimas de curas, maestros, empresarios pedófilos, obispos y gobernadores encubridores; un programa donde se oían las voces de líderes de la clase trabajadora, campesinos sin tierra, mujeres indígenas, activistas de derechos humanos víctimas del abuso militar, de defensores del pueblo, de minorías sexuales, de feministas y periodistas insumisas.
La conductora del noticiero matutino no actuó con ingenuidad, sino como intelectual de los medios, integró un espacio independiente y abierto al debate. Además de participar con la empresa en el diseño editorial, su participación ha contribuido de manera crucial a fortalecer la libertad de expresión, la gobernabilidad y la vida democrática de México. Como comunicadora social y conocedora de las tensiones mediáticas, supo sostener por cinco años el programa, pese a las contradicciones que hoy prevalecen en la comunicación-mundo. Algo que ni remotamente logró –y tal vez nunca intentó– el ex secretario de Gobernación en un año de gestión.
Gabriela Rodríguez, La Jornada, 18 de enero.
El caso W Radio, marcado por la conducta de quien pide la cabeza de una periodista y de quien la entrega bajo presiones indebidas, es un hecho ominoso para la libertad de expresión. A mí no me queda duda alguna de ello. Así lo han entendido también las miles de personas que se han manifestado en rechazo a la decisión. El costo pagado por los dos gigantes de la comunicación en los últimos días por el silenciamiento de Hoy por Hoy es algo que no puede pasar desapercibido por las autoridades ni por los legisladores ni por los ciudadanos ni por los propios medios.
Carmen Aristegui, Reforma, 18 de enero.
TELEVISA-GRUPO PRISA.
Quizá por desconocer las peculiaridades que ha tenido el desarrollo de la radio informativa en México, los señores de Prisa ignoran que los mayores niveles de credibilidad alcanzados por la radio mexicana como medio de información se han dado bajo el esquema que ahora ellos tratarían de eliminar: el del periodista que no se ajusta a una línea editorial rígida marcada por la empresa radiofónica y decide sobre contenidos, equipo de trabajo, estilo para “vestir” su noticiario y tipo de conducción. Por ejemplo, Francisco Paco Huerta no se sujetó a una línea dictada por Radio ABC en los años setenta y ganó prestigio con su fórmula de “periodismo civil” (también ganó detractores y animadversión del gobierno lopezportillista, por lo cual fue sacado del aire, igualmente, por cierto, con una explicación “formal”). Puede resultar paradójico, pero en México la “línea editorial” que debe seguirse al pie de la letra en los departamentos de noticias de las estaciones de radio nunca ha generado programas informativos plurales; en cambio, la posibilidad de que un periodista con esa vocación cuente con un espacio en el que puede tomar decisiones ha generado excepciones como la del mencionado Paco Huerta o la de Carmen Aristegui. Y también ha permitido que en un grupo tan controvertido como Radio Fórmula compartan frecuencia periodistas muy distintos entre sí (lo mismo con detractores que fans) como Óscar Mario Beteta, Ricardo Rocha, Loret de Mola, López Dóriga, Eduardo Ruiz Healy o Ciro Gómez Leyva. Hasta donde se alcanza a apreciar, esos periodistas deciden sobre contenidos, equipo de trabajo y “vestido radiofónico”.
Fernando Mejía Barquera, “Cambio de frecuencia”, Milenio, 12 de enero.
En México los noticiarios radiofónicos donde los periodistas deben seguir línea editoriales rígidas —generalmente pro gubernamentales y pro empresariales— han sido un lastre para este medio. La demanda ciudadana de información plural, incrementada desde finales de la década de los noventa, y la sensibilidad junto con la visión comercial de algunos concesionarios (“a mayor pluralidad más credibilidad, mayores niveles de audiencia y por lo tanto de comercialización”) hicieron posible la apertura de espacios donde periodistas con vocación pluralista o incluso contestataria dieron frescura al cuadrante.
Hoy, Prisa apuesta por un esquema que no ha hecho bien a México. Sin embargo, en su comunicado del 4 de enero, donde justifica la salida de Carmen Aristegui, la empresa española ofrece que su línea editorial estará “basada en el trabajo en equipo y el derecho a la información plural”. Veremos si de verdad hacen la revolución en la radio informativa mexicana con un modelo que podría resultar una vuelta al pasado. Y veremos cómo reaccionan ante esta decisión aquellos concesionarios que han abierto espacios a periodistas independientes.
Fernando Mejía Barquera, “Cambio de frecuencia”, Milenio, 12 de enero.
Por lo que toca al negocio, Televisa querrá reponer sus pérdidas inmediatas, con otros negocios y concesiones públicas en el futuro. Su cálculo será el de hacer un servicio al gobierno y quitarse un elemento que les irrita, a cambio de ingresos futuros. Aún así, le pega a su credibilidad. Para el grupo que edita El País, el costo puede ser mayor. ¿Cuánto pierde un gran diario, si se percibe que intercambia independencia por concesiones a futuro?
Manuel Camacho Solís, El Universal, 14 de enero.
Después de unos días, los involucrados deben hacer un balance. Televisa está jugando con las viejas reglas, ¿pero en verdad cree que con una conciencia crítica en ascenso puede debilitar su credibilidad, sin hacerse más vulnerable en el futuro? Prisa tendrá que reconocer que ha dejado un tiradero y lastimado el prestigio que ante el centro izquierda ha tenido El País.
Manuel Camacho Solís, El Universal, 14 de enero.
Es posible que Televisa y Prisa, cada uno en sus respectivos espacios, hayan asumido la decisión de no renovarle el contrato a Aristegui por razones políticas, pero tuvieron el cuidado de darle un espacio empresarial. Y ahí Aristegui se quedó sin argumentos. Por eso ha tomado el camino de la politización de su caso y de llevarlo a la calle.
Pero Aristegui tiene muchos argumentos en contra. Por ejemplo, el periodista Carlos Loret de Mola salió de W Radio antes que ella y lo hizo sin estridencias: simplemente encontró otro espacio. Y eso que Loret era director del consorcio. Pero ahí se estableció el criterio empresarial por encima de las políticas editoriales. Y no hubo censura.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 15 de enero.
Y es que más allá de los desacuerdos contractuales —que podrían ser absolutamente válidos en sí—, las razones aducidas por la empresa para no renovar el contrato de Aristegui resultan particularmente opacas y generan dudas y suspicacias preocupantes. El sostener que la salida de Carmen de la W se debe a la incompatibilidad entre los “modelos editoriales” de la empresa y el mantenido por Carmen —lo que increíblemente pesó más del criterio que en los medios de comunicación es una especie de fanatismo religioso: la audiencia, que con Carmen alcanzó sus niveles más altos— resulta incongruente e insatisfactorio.
El hecho mismo que se aduzca la existencia de un “modelo editorial” de la empresa habla de una concepción del titular de un espacio informativo como un mero lector de noticias y no como un periodista que selecciona, pondera y analiza la información. Carmen siempre hizo esto último —y se le agradece—, pues ello le permitió presentarse como una voz alternativa y crítica que enriquecía la oferta informativa para los radioescuchas. Por eso, el hacer referencia a la divergencia entre modelos editoriales me parece que simplemente esconde el hecho de que el modo en que conducía su noticiero resultaba ya incómodo
Lorenzo Córdova, El Universal, 15 de enero.
El caso Aristegui revela la crisis en la transición del periodismo político dentro de la democratización del país. Los periodistas y el gobierno han carecido de una estrategia para salvaguardar los espacios de libertad de prensa. Es lamentable que sea Prisa la que haya modificado criterios empresariales que afectaron políticas editoriales, cuando Prisa edita El País, ese diario que fue producto de una visión democrática del periodismo pero luego prefiriera el negocio por encima de las ideas.
Pero también es lamentable que Aristegui haya optado por el martirologio y la lopezobradorización de su problema. Lo grave de todo es que Aristegui mostró, en su entrevista con Proceso esta semana, que realmente ignora qué ocurrió. Aunque ya pasó a formar parte de las mártires de la libertad de expresión. A lo mejor se trataba sólo de eso. De ser mártir.
Carlos Ramírez, “Indicador Político”, El Financiero, 15 de enero.
No deja de ser una paradójica coincidencia el que, justo cuando la gran mayoría de los concesionarios de radio y televisión (en una mezquina y burdamente enmascarada defensa de sus propios intereses) se están rasgando las vestiduras en nombre de la libertad de expresión a propósito del nuevo modelo de comunicación política que establece la reciente reforma electoral, se produzca la salida de Carmen Aristegui de W-Radio.
Más aún cuando ello ocurre en circunstancias que, como mencionaba, producen incertidumbre en torno a las reales razones de esa decisión. Lo anterior, además, se alimenta con las revelaciones que la propia Aristegui hace en una reciente entrevista a Proceso (13/I/2008) en la que evidencia las presiones que los directivos de Televisa (copropietaria de W-Radio), entre otros actores y grupos, habían ejercido sobre Prisa (la otra copropietaria de la estación y encargada de la dirección de la misma).
En todo caso, el final de las emisiones noticiosas a cargo de Carmen Aristegui representa una ocasión más para recordar cuál es el papel que deben jugar los medios electrónicos de comunicación en un sistema democrático y cuál es el modelo ideal de radio y televisión para realizar esa función
Lorenzo Córdova, El Universal, 15 de enero.
A la patente falta de respeto por el interés del público que hasta el viernes 4 de enero había tenido esa emisora ha seguido la pretensión de distraer la verdadera discusión del asunto, al tratar de reducir la decisión de Prisa-Televisa a cuestiones operativas, con las que nos quieren meter al detalle de asuntos menores y hacernos olvidar el contexto y que fue la empresa y no la periodista la que ya no quiso concretar en cláusulas específicas para el contrato sus propuestas de “nuevo modelo de reorganización”. Fue la empresa la que rompió la negociación tras comunicarle finalmente la decisión de no contratarla más bajo ninguna circunstancia, ni nueva ni actual.
Quieren crear una dinámica que reduzca la cancelación de su noticiero y la renovación de su contrato a asuntos de importancia menor. Cuando el contexto y los diversos cambios que se fueron operando en W-Radio, según lo explica Aristegui en la citada entrevista que le hace Jenaro Villamil en Proceso, fueron dismuyendo la responsabilidad directa sobre la información, lo que Carlos Loret de Mola llamó, al momento de su salida, una reducción de su “capacidad de maniobra”.
Javier Corral, El Universal, 16 de enero.
El director del rotativo francés Le Monde, Eric Fottorino, rechazó la posibilidad de que alguno de los accionistas de la empresa sea dominante, aunque calificó de “socios leales” al grupo francés Lagardère y al español Prisa. Este último es el socio de Televisa que avaló la decisión de no renovar el contrato de Carmen Aristegui. Lagardère posee 17 y Prisa 15 por ciento del capital. Aunque son casos distintos –el programa de la W estaba en su mejor momento, mientras el diario enfrenta una crisis financiera–, Fottorino tal vez se está poniendo el huarache antes de espinarse. Posiblemente teme que si Prisa aumenta su participación accionaria quite el manejo de la línea editorial a los periodistas y saque a los que no le convengan, como sucedió con el programa de Carmen
Enrique Galván Ochoa, “Dinero”, La Jornada, 16 de enero.
A raíz de un acuerdo mercantil, sin duda estudiado a fondo, Televisa decidió vender la mitad de sus acciones en Radiópolis S A —propietaria y operadora de XEW y otras estaciones— al grupo español de medios PRISA, fundada y liderada hasta su reciente muerte por el cántabro Jesús Polanco, llamado a su pedido “Jesús del Gran Poder”, y esencialmente heredado a José Luis Cebrián, uno de los precursores de la hazaña.
El poder de PRISA no es poco; dueña de El País, hoy por hoy diario número uno de España; de la cadena SER de radio —la primera—, y de intereses en la televisión por cable y de la otra, pero especialmente potente empresa en el negocio de impresión y distribución de libros, que fue el origen de la carrera de Polanco, ha fijado sus miras en América Latina. España siempre ha soñado con la reconquista y la está logrando: vea usted si no de quién es el banco que le maneja sus dineros. Más de la cuarta parte de los libros de texto en las escuelas mexicanas las hace PRISA.
Pero además de hacer una buena venta, Televisa entregó a PRISA el manejo de Radiópolis; la gente de Chapultepec no tiene que decir nada sobre administración, ventas, manejo ni, sobre todo, programación de las estaciones que son suyas a la mitad. Esa responsabilidad es de los españoles.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 16 de enero.
Concedamos que desde el drenaje infecto de Prisa y Televisa, el profesionalismo y la objetividad periodística de Aristegui devinieran en hazaña del periodismo nacional. Pero al igual que ella, la mayor parte de los analistas solidarios con su caso subestimaron la sentencia de Pascal: “la opinión usa la fuerza; pero la fuerza, y no la opinión, es la reina del mundo”.
Cobijados en las leyes que dicta según sus intereses y el “libre mercado”, la plutocracia mexicana se acostumbró a facturar hechos consumados. Aunque… moción de orden: ¿qué haría usted si se llamase Azcárraga Jean o Polanco y viese que ninguna fuerza políticamente seria se le opone en México? Subrayo “fuerza política” y no voluntades políticosociales dispersas.
José Steinsleger, La Jornada, 16 de enero.
Es penoso el giro que le quieren dar. Además de tratar de descalificar el trabajo de Aristegui y los resultados globales del programa por cuestiones tan menores como si alguna vez llegó tarde, ahora se pretende sembrar la idea de que ella es la responsable de su salida, y de que en el mayor nivel de audiencia (rating) de su programa también es responsable de los números rojos de W-Radio, por los que no pudieron o no quisieron comercializar su programa los mismos que no hicieron nada ante la falla técnica más larga e irresuelta en la historia del satélite que sacó su programa de Sky, o los que decidieron bajar los promocionales de su producción a lo largo de la programación general de W, o los que decidieron omitir su imagen y nombre en la campaña publicitaria de la estación en otros medios, y no dar a conocer sus ratings cuando su propia competencia lo hacía por ellos. Y a esa penosa conducta ética ha seguido la cobardía de la difamación y la calumnia. ¡Qué chaparrones nos resultaron los de Prisa!
Javier Corral, El Universal, 16 de enero.
Yo creo que, en su momento, la adquisición de espejitos a cambio de oro labrado pudo ser visto con entusiasmo por aztecas. Pero han pasado cinco siglos y medio. ¿Podría admitirse en Nueva York que un mexicano manejara la línea editorial y de contenidos de una radiodifusora gringa? Vamos, la propiedad por parte de extranjeros de un medio electrónico de comunicación en Estados Unidos se restringe por ley a 25 por ciento. Mi don Emilio sufrió esa restricción cuando quiso crecer allá, y yo sigo pensando que la medida es correcta.
Félix Cortés Camarillo, “Cancionero”, Milenio, 16 de enero.
No estoy afirmando que el programa de Aristegui no fuera rentable. Lo cierto es que no lo sé. Probablemente lo era. Pero aun en este caso tengo la impresión que la razón de removerla del aire tuvo que ver con dinero. Los dueños de W Radio pudieron haber determinado que aunque el programa de Aristegui haya sido rentable en sí mismo, sus repercusiones —presentes o futuras— en otras divisiones de negocios no justificaban su permanencia.
Julio Serrano, “Apuntes financieros”, Milenio, 16 de enero
“Business are business”, el Grupo Prisa (49%) terminó cuadrándosele a Televisa (51%). Los mismos del periódico El País. Esquizofrenias trasatlánticas. Pareciera que no es igual ser liberal y democrático allá que acullá. “Oh, mi pequeño rebaño”. Corral fue rotundo: “Se rajaron todititos, como el peor de los nuestros”. Qué duro. “Rajarse”
María Teresa Priego, El Universal, 17 de enero..
Pasaron 13 días para que Grupo Televisa abordara la salida de Carmen Aristegui del espacio informativo Hoy por Hoy en W Radio. Manuel Compeán Palacios, director de Comunicación, expone en un desplegado que la televisora nada tuvo que ver en el caso de la periodista. En el deslinde, puso la papa caliente en los nuevos directivos de la radiodifusora y en las políticas (códigos y lineamientos) de su socio, el Grupo Prisa.
“Por lo anterior, carece de sustento la versión, atribuida a la propia Carmen Aristegui, de que su conducción del noticiario mencionado finalizó como consecuencia de una suerte de confabulación de intereses económicos, políticos, militares y eclesiásticos, que de alguna manera habrían influido sobre el Grupo Televisa, quien a su vez habría influido sobre el Grupo Prisa”, argumenta
“Bajo reserva”, El Universal, 17 de enero.
El caso W involucra a dos poderosos grupos de comunicación, Prisa y Televisa, que hoy están siendo sancionados socialmente por haber cancelado un espacio de comunicación cuyo vínculo con su audiencia hoy queda demostrado. La cancelación de ese noticiero en el momento que había rebasado sus propios récords históricos de audiencia resulta inaceptable para quienes lo hacíamos y para los radioescuchas. La información y el contexto disponible han hecho que impere la idea de la censura y el ajuste de cuentas como el trasfondo del asunto. Así lo he entendido yo también. La afectación es múltiple. Además de quien esto escribe, hay un grupo de profesionales que han visto clausurado injustificadamente uno de sus espacios de expresión. Denise Dresser, Lorenzo Meyer y José Antonio Crespo vieron reducida su importante presencia pública para expresar libremente sus pensamientos, ideas y reflexiones. Brillantes periodistas y analistas como Lorenzo Córdova, Javier Cruz, Humberto Hernández Haddad, Mardonio Carballo y Tomás Granados, entre otros profesionales, han sido afectados por la decisión. Afectados, por supuesto, son los radioescuchas que reclaman no ser tomados en cuenta. Lo verdaderamente notable es que se echa por delante un derecho no reconocido en nuestras legislaciones: el derecho de las audiencias. El derecho a recibir información que resulte confiable y el derecho a mantener un vínculo de comunicación que debe ser respetado.
Carmen Aristegui, Reforma, 18 de enero.
Televisa rechaza “injerencia alguna” en la terminación del programa de Carmen Aristegui en la W, de acuerdo con un desplegado publicado ayer con la firma de Manuel Compeán Palacios, director de comunicación de la empresa. Es inusual que la cúpula de Televisa descienda de su torre de marfil a dar una explicación al público, y sólo se entiende por la reacción de repudio dentro y fuera de México. Según esto, “desde la asociación del Grupo Televisa con Grupo Prisa en 2001, las decisiones editoriales en Televisa Radio se han acogido a los códigos y los lineamientos del consorcio español”. Hasta ahí iba bien la argumentación, inclusive uno que otro despistado la hubiera creído. Sólo que Emilio III y asesores se encargaron de echarla por tierra con esta línea: “Grupo Televisa reafirma su compromiso con la libertad de expresión y el derecho a la información, así como su apertura a todas las voces y opiniones”. Sí, chucha
Enrique Galván Ochoa, “Dinero”, La Jornada, 18 de enero.
Las empresas se han apoderado de las comunicaciones en un mercado-mundo que ya no es trasnacional, sino global; que no sólo reproduce jerarquías de norte contra sur, sino formas más complejas que apuntan en todas direcciones según la geoeconomía, una nueva fase de expansión de firmas empresariales y de magnates con vocación mundial van más allá de su cuartel general: construyen redes planetarias de comercialización con distribuidores y proveedores locales. / Además de España, Portugal, Estados Unidos y Francia, Prisa tiene sólida presencia en México, Colombia, Argentina, Venezuela, Costa Rica y Panamá. Y no es que el Estado-nación tienda a desaparecer, sino que ha cedido al interés privado el diseño de las reglas para mantener su poder. Neocolonización al estilo siglo XXI, capitalistas integrados y mediadores en el juego de los poderes –dijera Mattelart– promueven empresas modernistas-participativas como forma de reconocimiento social y medio para sostener la permanente tensión entre directivos, técnicos en comunicación y audiencias libres; entre empresarios, intelectuales funcionales al sistema y ciudadanos consumidores.
Gabriela Rodríguez, La Jornada, 18 de enero.
El tema tiene alcance mundial. Una de las mayores tensiones que sobre la democracia y el derecho a la información está acarreando el modelo corporativo y trasnacional de los consorcios mediáticos es la forma en que se toman decisiones de operación y funcionamiento de los medios de comunicación. El debate se centra en si se puede o debe colocar la llamada libertad de empresa por encima de la libertad de expresión o de las libertades fundamentales de periodistas y ciudadanos. El caso W ha tocado seriamente esa fibra. El diseño corporativo plantea o pretende hacer de la comunicación y la información un asunto entre particulares. Total, la corrieron y qué. Es un asunto de empresa. Esta mirada desconoce que en la radiodifusión estamos fundamentalmente ante un servicio público que el Estado da en concesión para que los particulares hagan negocio y generen rentabilidad pero, por encima de eso, generen un bien público. El Estado concesiona para atender y hacer cumplir el derecho fundamental de informar y estar informado. Entenderlo de otra manera justifica cualquier acción que se presente, tal y como la que silenció sin más un espacio noticioso y de expresión en la W.
Carmen Aristegui, Reforma, 18 de enero.
LA OPINIÓN DE LA OPINIÓN.
Fueron pocos, realmente pocos, quienes como Ciro Gómez Leyva dudaron de que se tratara de una ofensiva contra la Aristegui y además leyeron con ojo crítico los términos en que explicó las razones de la salida en su despedida al aire. / Ahora, gracias a una amplia entrevista del reportero Rodolfo Montes a Daniel Moreno, director de W Radio, se conoce la otra parte de la historia, en la cual —dentro de un proceso de reprogramación— para los ejecutivos de la estación el espacio de Aristegui era “intocable” y “fundamental”, y que se le informó por escrito que en ese proceso “no había ninguna pretensión de coartar su libertad de expresión” ni de “reducirle las horas” de transmisión y que no se trataba tampoco de vender los contenidos de su programa.
Néstor Ojeda, “Vuelta prohibida”, Milenio, 13 de enero.
También me sorprenden las mil interpretaciones que se han hecho de sus palabras de despedida en su noticiero. Ciro Gómez Leyva escribió que fue ambigua, pero yo creo que la ambigüedad surgió más de las interpretaciones que de sus propias palabras. Me dicen algunos colegas: “es que hay que escucharla y descifrar el mensaje entre líneas”, sin embargo, ¿para qué querría Carmen ofrecer un mensaje cifrado o un mensaje entre líneas cuando en su espacio siempre dijo lo que quiso y como quiso decirlo y esa es una de sus mayores virtudes como periodista? ¿No sería absurdo que ella misma hubiera autocensurado su explicación sobre su salida en su último programa? Por eso para mí la visión de Carmen y la de la W son igualmente válidas e incluso no me parece que se contrapongan: El hecho de que tenga que entrar un corte comercial a una hora exacta mientras tú estás entrevistando a la madre de un niño violado, por citar un ejemplo, es un asunto comercial que invade los terrenos de lo editorial, en pos de cumplirle al patrocinador. Pepe Cárdenas decía ayer en Radio Fórmula que no le vinieran con que lo de Carmen era por un asunto de cortes comerciales, pero olvida que en Radio Fórmula ese asunto ya no está ni siquiera a discusión porque los cortes comerciales los maneja un reloj electrónico que los conductores no controlan y así estén entrevistando al Espíritu Santo, cuando entra el comercial, no hay poder humano capaz de evitarlo.
Fernando Rivera Calderón, “El ritual de lo habitual”, Crónica, 13 de enero.
Sabedores del jugoso bocado que esto representó para el lopezobradorismo y conocedores de la tendencia de los grupos bien pensantes a dar por válida cualquier teoría del complot, hubo columnistas que se aventuraron a asegurar que así se confirmaba una estrategia para desmantelar el proyecto editorial que en su inicio tuvo como anclas a Carlos Loret, Javier Solórzano y a Carmen, y al que se sumó luego el destacado analista Ezra Shabot.
Pero los mismos puntillosos analistas que decretaron la censura y el golpe a la libertad en W Radio omitieron —quizá por desinformación o falta de memoria— que Javier Solórzano, ex director de El Independiente, dejó la radiodifusora cuando el propietario de ese periódico, Carlos Ahumada, fue exhibido como el autor de los videoescándalos, y que el espacio de Shabot tenía, por desgracia, uno de los ratings más bajos en su horario.
Néstor Ojeda, “Vuelta Prohibida”, Milenio, 13 de enero.
Suelen ser las de periodistas historias colosales… de pequeños seres.
El lunes, en la misa sin cuerpo presente que concelebraron en la Casa Lamm Germán Dehesa y Denise Dresser “en solidaridad” con Carmen Aristegui (porque sus ex patrones no le renovaron el contrato), a los oficiantes les pasó de noche lo que la propia Carmen sostiene: que “todo parece indicar”; que hubo “razones que aún deben ser explicadas”; o “no tengo evidencia”; o “percibí un ánimo”; o “me temo que”; o que “tal vez” lo sucedido en la W haya sido un acto de represión.
Dresser le reprochó a Ciro Gómez Leyva no “demostrar el más mínimo gesto de solidaridad humana” (no animal) con Aristegui como la que él “exigió”, y “muchos lo demostramos ante la toma del Chiquihuite”.
Burdo chantaje: Ciro jamás alegó represión o censura: pidió a la autoridad la restitución de la señal del 40 y un castigo para los responsables. Si dan pena los periodistas “perseguidos” y chillones, peor lucen quienes berrean más que las “víctimas” imaginarias.
Carlos Marín, “El asalto a la razón”, Milenio, 16 de enero.
La verdad, salvo en casos graves, en estas materias de periodistas perseguidos prefiero la actitud de Carlos Marín y la de quienes juegan el juego de su oficio sin quejarse de las adversidades del mismo, que incluye el ser corrido de aquí y de allá y el no ser monedita de oro con los poderosos públicos ni los patrones privados.
¿Por qué si uno se la pasa fastidiando poderosos, los poderosos han de pasársela aguantándolo a uno? El periodismo crítico es una batalla y quien se mete en ella se mete a sabiendas de sus riesgos.
Lo cual no quiere decir que los poderosos tienen derechos sobre la vida ni sobre la libertad de nadie. La verdad es que el periodismo crítico hace mucho tiempo que es muy buen negocio en nuestro país.
Héctor Aguilar Camín, “Día con día”, Milenio, 17 de enero.
FELIPE CALDERÓN.
Hoy, tras el golpe a Carmen Aristegui, los temores se reactualizan: esto parece la antesala de la represión que acompañará la venta de Pemex (y para la cual se creó la Ley Gestapo, que permitirá la entrada de la policía a nuestra casa), pero las condiciones objetivas son muy distintas a las de 1976.
A Calderón no le interesa en absoluto la apertura, pero tiene en su contra un movimiento social gigantesco, que cuenta, además de muchos otros recursos políticos y morales, con las herramientas tecnológicas de internet para multiplicar las trincheras informativas. mientras a Televisa, no le queda sino una runfla de merolicos sin vergüenza y todo el descrédito del mundo. Así que no hay, en suma, ninguna razón para alentar el pesimismo. / Los que cortaron el árbol de Carmen Aristegui en la W fecundaron, sin saberlo, el terreno sobre el que muy pronto crecerá un nuevo bosque. No lo duden: lo veremos.
Jaime Avilés, “Desfiladero”, La Jornada, 12 de enero.
Felipe Calderón debe medir las consecuencias de sus corrimientos autoritarios. Se sabe que en Los Pinos la línea crítica del espacio de Carmen Aristegui les resultaba en extremo incómoda; quizá por ser más liberal que radical, y por lo tanto impactar horizontalmente en la sociedad. Pero para eso se es profesional de la política: para saber resistir la crítica, con tal de mejorar la gobernabilidad
Manuel Camacho Solís, El Universal, 14 de enero.
LA SOCIEDAD-RADIOESCUCHA.
Todo esto obliga, como ya se ha propuesto, a que la sociedad, que en este como en otros asuntos vitales para el país ha sido la menos tomada en cuenta cínicamente en esta irresponsable decisión, se articule mejor y refuerce su lucha organizada para promover y defender pacífica, pero firmemente, sus derechos como audiencia. Cuanto más que el espacio radioeléctrico es un bien público del Estado mexicano, y no una propiedad privada de los concesionarios de los medios, y ni siquiera un instrumento que el gobierno puede manejar a su antojo, a espaldas y contra los intereses del pueblo.
Como expresaron con toda razón en este sentido varias organizaciones importantes de periodistas y expertos en comunicación en un boletín el pasado jueves, “Los medios de comunicación son las vías mediante las cuales se materializa el ejercicio del derecho a la libertad de expresión. Por ello deben cumplir fundamentalmente con el fin social de mantener informada a la población de manera plural, a fin de que ésta pueda obtener información y tomar decisiones para mejorar su participación y el desarrollo social. De ahí que los medios de comunicación deben funcionar de cara a la sociedad, transparentando y fundamentando sus decisiones”.
Miguel Concha, La Jornada, 12 de enero.
A lo largo de los últimos 15 días he recibido una enorme cantidad de manifestaciones de solidaridad y aprecio que, desde aquí, agradezco profundamente. En blogs, foros de la red y espacios diversos, miles de personas se han pronunciado sobre la cancelación del trabajo de un grupo de profesionales -entre los que me incluyo- que desarrollaron su trabajo en W Radio en los últimos años. La brutalidad del silenciamiento ha detonado una cadena de reacciones y manifestaciones que debe ser valorada y entendida a cabalidad. Miles de correos, decenas de artículos y comentarios radiofónicos, desplegados signados por personalidades de gran relevancia social, pronunciamientos que desde el Poder Legislativo se hicieron y una vigorosa presencia de organizaciones sociales, han hecho del tema un vértice para el reclamo. La dimensión de la protesta ha resultado inusitada y debemos detenernos para tratar de entender lo que está pasando. Sin negar que se pone de manifiesto la empatía de una audiencia con sus comunicadores, es evidente que la dimensión del fenómeno rebasa esa primera esfera. El tema se ha convertido en un detonador de reflexiones múltiples sobre el papel y tarea de los medios de comunicación en una sociedad que pretende una vida democrática. Los análisis, protestas y reflexiones que se han generado profusamente nos hablan de una auténtica necesidad social de revisar el estado de las cosas sobre nuestros derechos fundamentales y de todo aquello que conspira para que podamos ejercerlos a plenitud.
Carmen Aristegui, Reforma, 18 de enero.
Sin duda ese espacio radiofónico fortaleció las redes de la antidisciplina y puede acrecentar la movilización social, empoderar a quienes se asumen sujetos de derecho y actores de su propia historia, los que no aparecen en la tele, pero que se expresan en las movilizaciones, en las calles, en el arte y los grafitis, en periódicos y espacios alternativos de la Internet. Masas críticas que como avalanchas pueden mover montañas, llegar muy lejos y resultar contraproducentes para los poderes fácticos que tanto las desprecian.
La fuerza de Carmen Aristegui ha sido también darle su tiempo a la cultura oral, a la narración sin prisa, darle valor al amplio rango de verdades de la gente y permitir mostrar sus emociones en el tono. Ojalá que muy pronto volvamos a encontrarla en alguna radiodifusora, pública o privada, pero independiente. Que puedan fluir nuevamente en la radio los testimonios y las palabras, esos símbolos que pesan, porque, como dice Umberto Eco: las palabras son piedras.
Gabriela Rodríguez, La Jornada, 18 de enero.
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