Antes de los enfriadores, los habitantes de la ciudad tuvieron que cambiar sus focos incandescentes por los ahorradores de luz blanca y deshacerse de sus parrillas y ollas eléctricas antiguas, muchas fabricadas artesanalmente, para recibir a cambio un nuevo juego de cocina. La idea es que salgan de circulación los vejestorios que provocan pérdida de energía por sus defectos acumulados o de fabricación.
El ahorro es la clave del programa llamado Revolución Energética. Los vecinos acogen los refrigeradores con alivio, porque en la mayoría de los casos se quitan de encima un cacharro que provoca más problemas de los que resuelve.
Pero otros no están conformes con el canje, porque su viejo aparato demuestra todos los días que fue fabricado como un tanque de guerra y sigue funcionando “al centavo”. Como hay que pagar todo y el cambio radical de equipo no estaba necesariamente en los planes familiares, hay crédito bancario para quien no pueda liquidar la cuenta de inmediato.
Gerardo Arreola, corresponsal, La Jornada, 20 de enero.
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