Convocar a elecciones, clave para la estabilidad


Hugo Chávez se encargó de alimentar la idea de que los “escuálidos” (uno de tantos motes que puso a sus opositores) se burlaban de su canciller Nicolás Maduro porque fue chofer de camión.
En realidad, Maduro fue un clasemediero de Caracas que gustaba de las salidas y las fiestas, y que fue a dar al sindicato de trabajadores del Metro no por necesidad sino por militancia (había que ir a fundirse con el pueblo o, en una variante, la única manera de ganarse a los trabajadores para la causa era siendo uno de ellos).
Maduro comenzó a militar de chamaco en la Liga Socialista, organización derivada del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, a su vez escisión izquierdosa de Acción Democrática (lo más parecido al PRI que ha dado Venezuela, al grado de que algunos de sus dirigentes presumen de ser cuates de Beatriz Paredes).
Entre los fundadores del grupo estuvieron dos personajes mucho mayores que Maduro: Jorge Rodríguez (asesinado por la policía política en los tiempos de la cuarta república, y padre de otro ex vicepresidente de Venezuela que lleva el mismo nombre) y Julio Escalona, quien ha sido embajador de Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas.
Vladimir Villegas, ex embajador de Venezuela en México, considera muy probable que la vinculación de Maduro con Chávez fuese anterior al fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992.
Lo que es seguro es que cuando Chávez estuvo preso, el ahora “presidente encargado” fue un asiduo visitante de la prisión, a la que acudía con su esposa, la abogada Cilia Flores, quien defendía a los militares presos y hoy es procuradora general.
Maduro y Flores fueron de los primeros civiles en incorporarse al Movimiento Bolivariano Revolucionario, el primer agrupamiento del chavismo.
Leal a toda prueba, Maduro se convirtió –luego de ocupar cargos en otras áreas– en el canciller “que Chávez siempre soñó”, según dice el ex ministro del interior Jesse Chacón, de origen militar y participante en el golpe de 1992.
Desde esa posición, Maduro se hizo amigo no sólo de presidentes, sino también de dirigentes políticos y de movimientos sociales que despertaban un interés particular en Chávez.
El sucesor designado por el fallecido presidente jugó un papel clave, por ejemplo, en la mediación en Colombia, y se hizo la sombra del derrocado presidente de Honduras, Manuel Zelaya, durante las semanas que anduvo de un país a otro en busca de retornar a Tegucigalpa (nunca contó con que el huidizo Zelaya se le perdería de vista en Managua, porque fue “a buscar un sombrero nuevo” después de olvidar el suyo en un avión).
Según una fuente de la cancillería, Maduro tiene sus mejores aliados (lo elogiaban ante Chávez) en personajes como Álvaro Colom, Daniel Ortega y Evo Morales, así como entre dirigentes de los piqueteros argentinos y del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil.
Maduro presidió la Asamblea Nacional –cargo que también ejercería su esposa– y mantiene fuerte influencia ahí, al punto de que, en mayo de 2011, pudo influir para que el parlamento venezolano rindiera homenaje al gurú Sathya Sai Baba, del que es seguidor (hay fotos de él y su esposa sentados en el piso al lado de quien se proclamaba rencarnación de un santo).
En su resolución, los diputados afirmaron que el reconocimiento se debía a que “junto a Mohandas Gandhi, la madre Teresa de Calcuta y otros líderes espirituales de su país, Sathya Sai Baba es considerado como un ‘Mahatma’, un alma grande”.
La “vena mística” del heredero de Chávez es, según un dirigente de la oposición, “algo en que lo mete Cilia; pero lo mágico religioso les viene en realidad de la santería cubana”.
Lo más probable es que Maduro enfrente en las urnas al muy religioso Henrique Capriles, quien fue derrotado por Chávez en octubre del año pasado, aunque consiguió la proeza de rebasar los 6 millones de votos.
La convocatoria a una elección inmediata, que chavistas y opositores ven en el horizonte, será “un factor muy estabilizador que dominará la escena política”, según sostiene el presidente de la firma Datanálisis, Luis Vicente León.
Para el analista, una voz muy respetada en la franja mayoritaria del antichavismo, la oposición no perderá el tiempo en infiernillos legales (el cargo de Maduro, por ejemplo), sino que se enfocará en su campaña y en el reto de ir a su primera elección sin Chávez. Estará “más preocupada por construir mayoría que por la batalla jurídica”.
León sostiene que la oposición deberá enfrentar a un chavismo empeñado en enaltecer la figura del fallecido presidente (como indicaría la intención de enterrarlo al lado de Bolívar o la avalancha de pintas, carteles y anuncios de televisión que dominan la escena urbana en Venezuela). “Trabajarán duro en la agregación de valor sobre su líder para consolidar su simbología”.
Chávez terminó sus días con una aprobación cercana a 70 por ciento. La pregunta es, sin embargo: ¿qué porción del electorado chavista no está dispuesta a votar por otro que no sea Chávez?

Arturo Cano, La Jornada, 7 de marzo.

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