“El pueblo peleó por tener ese gobierno y lo defendió”


“Chávez va a regresar a morir”, decía, frente al café, un líder de la oposición, chavista encumbrado apenas hace unos pocos años, víctima, como muchos, de una decisión del presidente que marcó la historia venezolana. El dirigente conservaba algunos contactos en la Casa Militar –el equivalente al Estado Mayor Presidencial. Y un joven oficial le había dado el informe que el gobierno se negaba a dar: Hugo Chávez padecía un sarcoma y la última cirugía lo había dejado inválido.
“Todos quieren ganar tiempo”, seguía el líder, entre sorbo y sorbo. “La oposición, porque venimos de dos derrotas, y de 10 gobernaciones que teníamos nos quedamos con tres. Y claro, va a estar el factor del duelo… Así que necesitamos ganar tiempo para ver si realmente ocurre la fractura del chavismo”.
¿Y los chavistas?, se le preguntaba al dirigente pasada la primera mitad de enero, luego de que el mandatario no había podido acudir a su toma de protesta. El presidente fue muy claro cuando nombró su sucesor a Nicolás Maduro.
Viejo militante de izquierda, el dirigente acudía al ejemplo clásico: “¿Y eso qué? ¿Acaso Lenin no dejó un testamento político que favorecía a Trotsky? Y bueno, Stalin se le atravesó”.
Seguía el dirigente más para sí que para quien lo escuchaba: “Diosdado Cabello tiene el control de la Asamblea Nacional, mucho dinero, mucho poder. No, no podemos descartar la posibilidad de una división del chavismo”.
Chávez vivió seis semanas más. Volvió a Venezuela a morir, como dijo el viejo dirigente.
Aquí, algunas estampas del fenómeno político que marca un antes y un después para Venezuela.
“La enfermedad de Chávez, ganancia para el chavismo”Un alto funcionario del gobierno habla, sabiendo que no será citado, de uno de los temas más complicados para Miraflores. No se refiere, claro, a quien alguien en las filas rojas esté pensando que la muerte de Chávez sea una bendición, sino a que “la revolución” fue colocada frente a un hecho que no quería ver: la inevitable desaparición del “comandante”.
A raíz de la enfermedad de Chávez se avivó el debate interno sobre los “retos de la revolución”. Un funcionario lo pone en la mesa: la eficacia con principios de izquierda (no gerencial), derechos, igualdad sustantiva, poder popular. Y más.
Autonomía, corregir el clientelismo, honestidad, transparencia, fin de la corrupción.
“Para el chavismo, los resultados son malos”, dice, apenas pasados los comicios del primer domingo de octubre, un alto dirigente del Partido Socialista Unificado de Venezuela, quien parece no tener tiempo para el confeti y las serpentinas. Aritmética simple: de la elección presidencial de 2006 a la de 2012, Chávez sólo acumuló, en números gruesos, 700 mil votos más. La oposición se despachó 2 millones. Dicho de otro modo, de una elección presidencial a otra Chávez creció 10 por ciento y la oposición 50 por ciento.
“Aguantarme no es cosa fácil”, dice Hugo Rafael Chávez Frías, apenas recibe su constancia de presidente relecto. Poco antes ha prometido ser breve. Habla una hora. De la elección que acaba de ganar, de la historia patria venezolana, del caracazo y el Mercosur, de su proyecto de “largo aliento” y el imposible retorno al neoliberalismo. Se da tiempo, ese 10 de octubre de 2012, de anunciar el séptimo relevo en la vicepresidencia de la república. Y es entonces que afirma que a nadie le recomienda el cargo, porque no es fácil aguantarlo.
El elegido es Nicolás Maduro, canciller y soldado leal del chavismo desde los tiempos en que el ahora presidente purgaba condena tras su fracasado golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez.
La enfermedad de Chávez –se le diagnosticó cáncer en 2011– refuerza el interés en el nombramiento. Maduro sustituye al sociólogo Elías Jaua, quien se va a enfrentar al ex candidato presidencial opositor Henrique Capriles por la gubernatura del estado Miranda. Incluso dentro del chavismo el movimiento tiene lecturas interesadas: “Jaua se hizo a un lado a condición de que lo sustituyera Maduro, y no Diosdado Cabello”, me dice en Caracas un dirigente del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV). Cabello, compañero de armas del presidente, encarna el ala militar del chavismo (y su flanco corrupto y más a la derecha, dicen). Semanas atrás, Chávez había anunciado que Cabello –hoy presidente de la Asamblea Nacional– se iría a pelear la gubernatura de Monagas (un estado menor, electoralmente hablando, con apenas un millón de habitantes), y que Maduro partiría a Carabobo (el tercer estado más poblado).
Según la prensa opositora, Cabello se rebeló y eso le costó no ser llamado al cargo de vicepresidente.
Es el ir y venir de versiones sobre los reacomodos internos del chavismo, que en las filas oficialistas desestima más de uno. Lo dice un asesor de la presidencia: “No hay tales grupos o corrientes. Chávez es muchos Chávez y con todos se acomoda”.
Una noticia buena y una mala para la oposición. La mala, y así lo destacan los despachos de la prensa internacional, es que Chávez ganó en 21 de 23 estados y en el Distrito Capital, aunque en varios casos con una diferencia pequeña. La buena, que ni siquiera los chavistas se atreven a decir que en los comicios regionales del 16 de diciembre Venezuela volverá a pintarse de rojo.
Primero, naturalmente, porque Chávez no es candidato, aunque él busca siempre convertir cada elección en un referéndum sobre su persona. Segundo, porque varios candidatos a gobernadores están desacreditados por malas gestiones o corrupción, al punto de que al menos en cinco estados el chavismo no va unido.
No está de más recordar que la única derrota electoral del chavismo (en el referéndum de 2007) se debió a que las bases chavistas –y buena parte de gobernadores y alcaldes– no salieron a votar por una reforma constitucional que consideraban centralista y concentradora del poder en favor del presidente.
Un tercer elemento es que los candidatos de la oposición surgieron de elecciones primarias, cosa que no ocurrió con los aspirantes del chavismo. El PSUV tuvo elecciones internas tras su fundación, pero en algunos casos fueron “realmente traumáticas”, dice el sociólogo Reinaldo Iturriza. “Lo que se dio fue competencia entre facciones por cuotas de poder, más que debate ideológico o programático”.
De modo que esta vez la selección de candidatos a gobernadores quedó no en las manos sino en el dedo del presidente Chávez. Y aunque él no hizo campaña, la victoria del chavismo fue aplastante.
Apoyos celestiales aparte, la oposición tiene muy claro que una cosa es el presidente y otra los candidatos del chavismo en varias entidades.
Desde su ventaja superior a los 20 puntos en algunas encuestas sobre el ex vicepresidente Elías Jaua (que se redujo a menos de cinco en las urnas), el opositor Capriles admite que con Chávez no se puede, aunque sí con los chavistas: “Una cosa es el liderazgo del presidente, y otra cosa es el de los arribistas que mandan para acá” (al estado Miranda, donde él ganó la relección).
La voz de Luiz Inacio Lula da Silva fue una bendición para el candidato Hugo Chávez. “¿La viste? A mí me llegó primero, ¡una bomba!”, dice el economista Rodrigo Cabezas, secretario de relaciones internacionales del PSUV. Se refiere Cabezas a un mensaje grabado que el ex presidente brasileño hizo llegar a la reunión del Foro de Sao Paulo, celebrado en Caracas en julio pasado.
“Tu victoria será nuestra victoria”, dijo Lula, en un mensaje en el cual destacó que los pobres de Venezuela “nunca fueron tratados con tanto cariño, respeto y dignidad” como bajo el gobierno de Chávez.
Los políticos y analistas latinoamericanos que pasan la vida diciendo que el continente requiere una izquierda “como la de Lula, no como la de Chávez”, dejaron pasar de largo el gesto.
Incluso el candidato opositor, Henrique Capriles, quien en campaña prometía gobernar como el brasileño, tuvo que salir a decir: “Lula no vota en Venezuela”.
¿No? A mediados de octubre pasado, en una entrevista con el diario La Nación, de Argentina, Lula elogia nuevamente a Chávez y sus políticas sociales, pero también suelta un porrazo que los medios venezolanos no tardan en amplificar: “(Así como lo apoyé) creo también que el compañero Chávez debe empezar a preparar su sucesión”.
En el chavismo hay corrupción y también muchos errores en la gestión de gobierno. Cito en extenso las notas de una conversación con el sociólogo Reinaldo Iturriza, tan cercano al gobierno como a los jóvenes de los barrios que se restean (se la juegan) con Chávez.
“La revolución debe retomar la discusión sobre la crisis de representación política; de lo contrario, corremos el riesgo de reproducir lo que criticamos.
“El chavismo no es un conjunto de gente que sigue a un tipo. La potencia del liderazgo de Chávez tiene una relación directa con su capacidad de traducir y de hablar de los anhelos y aspiraciones de la mayoría del pueblo venezolano.
“Si no se entiende por qué en los primeros años del proceso la gente gritaba ‘Con hambre y desempleo, con Chávez me resteo’, no se entiende nada.
“La deuda social era tan profunda y tan brutal que aquí no había que estar leyendo manuales ni buscando al proletariado en ninguna parte. Aquí lo que había que hacer era alfabetizar a la gente, dar alimento a la gente que no comía, dar salud a la gente que del Estado sólo conocía los órganos represivos…
“No fue una cosa que le cayó del cielo, el pueblo peleó por tener ese gobierno y lo defendió, lo tumbaron y lo volvió a montar, aguantó meses de paro (desde la guerra de independencia no ha habido privaciones tan grandes). Y para la gente este gobierno significa –cuando no lo está criticando, porque lo critica todo el tiempo– la posibilidad de no retroceder en sus conquistas.
“Lo mejor del chavismo son Chávez y el pueblo negro, desdentado y sudoroso”.

Arturo Cano, La Jornada, 6 de marzo.

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