El “gallo” que tomó por asalto a priístas

TOLUCA.— Quién lo iba a imaginar. El vidrierito de 8 años que también era cobrador en algún camión del oriente de la entidad, hace más de 33 años, estaba ahí, de pie, vitoreado y arropado por la —quizá— más poderosa clase política del país: la mexiquense, la que este domingo gritó su nombre una y mil veces para ungirlo como “candidato de unidad” a la gubernatura por el Estado de México. Y ahí estaban todos, o casi todos. Un Alfredo del Mazo que en ocasiones lucía ensimismado, sin esa lozana alegría que llevó por meses; un Alfonso Navarrete Prida que no dejaba de luchar por estar cerca, a su derecha, pero casi siempre terminaba atrás; una Azucena Olivares solícita en todo momento para levantarle el puño a la hora justa, o un Luis Videgaray, con cierta demora para la cita, pero con la sonrisa lista para la foto que estrenó recién, cuando se le mencionó entre los cinco fantásticos que buscarían la sucesión. La “Plaza de la Unidad” repleta. Cientos, miles, se quedaron fuera; otros 7 mil estaban dentro, según el reporte oficial de la policía. Más tarde, el boletín de prensa reportaría, en cifras redondas, 10 mil priístas. Pancartas hechas de última hora repiten su nombre en todas las tipografías, tamaños y colores imaginables, carteles que surcan y tapizan el aire; vuelan los vivas, el confeti disparado a presión, media docena de pantallas gigantes transmiten en vivo, la marea roja se mueve, es “el candidato”, le cantan, lo enamoran, hay mariachis, y la gente baila. El discurso comienza y entre la concurrencia hay silencio. El tono es conciliador, adormece. Eruviel Ávila Villegas, de 41 años de edad, doctor en derecho, da las gracias; está feliz, lo declara, el aliento del brindis por el triunfo lo persigue aún. Se escucha pausado, parsimonioso, lento, muy lento, es su estilo, dicen. La contundencia no llega. Habla de la unidad, pide cerrar filas en torno a su proyecto y dice que quiere ser gobernador, que se ha preparado toda la vida para ello. Estrena porra: “¡No me cayo, no me cayo, Eruviel es mi gallo!”, alardean mujeres del oriente. Y ahí va su discurso. Abriéndose paso ceremoniosamente entre una muchedumbre expectante, que pide más, quiere más. Su nombramiento toma por asalto a muchos, quizás al propio Eruviel, quien textualmente expone, como pensando en voz alta: “Quién lo iba a decir, que un mexiquense llamado Eruviel, nacido en el pueblo de San Pedro Xalostoc, tendría el honor de estar frente a ustedes este día”. Y sí, “quién lo iba a pensar”, no es del Grupo Atlacomulco, menos de Toluca. Acaso por eso la lista de los ausentes crece. Humberto Moreira, líder nacional del PRI, ni Enrique Peña Nieto están presentes. Pero se insiste en la unidad. Tampoco la plana mayor de ex gobernadores. Muchos preguntan por Emilio Chuayffet, por Alfredo del Mazo —¿estará enojado?, preguntan—; Ignacio Pichardo no aparece por ningún lado, ni Alfredo Baranda, menos Arturo Montiel. Sólo César Camacho se une al saludo del triunfo con las manos en alto. También están los eternos aspirantes, quienes en cada sexenio se apuntan y al final declinan: Manuel Cadena no se despega, la misma instrucción da a su vástago, Carlos Cadena, y no se mueve un milímetro de la retaguardia de Eruviel; Humberto Benítez, desmejorado, enfermo, está ahí. “Juanito”, el ex delegado de Iztapalapa, no podía faltar, repite que en el PRD lo traicionaron. “Bueno, peor es nada”, dice alguien entre risas. La enorme plaza luce “enlonada” de norte a sur. Mala estrategia, no se alcanza a ver al candidato desde afuera, y en momentos ni por dentro. La contundencia no llega. ¿Quién lo iba a decir?

María Teresa Montaño, El Universal, 28 de marzo.

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