“Desde el primer día, 19 de junio de 2000, dijimos que Alberto Patishtán estaba secuestrado”, recuerda el también maestro Martín Ramírez López, uno de los que no han dejado de sostener, durante 12 años y nueve meses, la inocencia del profe en relación a la emboscada en que murieron siete policías, en una pronunciada curva de la carretera al norte, que lleva a Simojovel, a 10 minutos de esta cabecera municipal, el 12 de junio de aquel año. El mismo paraje ya había sido escenario de asaltos y homicidios en los meses previos.
Resulta útil ir más allá de la reconstrucción forense de la matanza (y el robo de unas armas que nunca aparecieron), y de la relación cronológica entre los hechos y las actividades de Patishtán ese día, con testigos consistentes que lo ubican en Simojovel y Huitiupán; con excepción de uno, Rosemberg Gómez Pérez. Éste, herido y entre cadáveres, “identificó” por la voz, según su declaración ministerial del 15 de junio, a uno de los atacantes armado y encapuchado, que le habría ahorrado el tiro de gracia inexplicablemente, y “resultó” ser el maestro bilingüe, importante crítico y público opositor de su papá, el entonces alcalde Manuel Gómez Ruiz; sí, el líder comunitario de integridad reconocida hasta por quienes, fuera del PRI, estaban entonces en la resistencia, como era el caso del profesor Martín y muchos más.
Patishtán acababa de acudir a la capital del estado, con un grupo de indígenas, a demostrar con documentos la corrupción imperante en el ayuntamiento de este municipio. Tenía una jefatura magisterial y organizaba con respaldo de distintos barrios de la localidad una de aquellas sociedades productivas oficialistas denominadas “triple S”, o SSS. Cuando lo detuvieron, “nadie lo creyó”, recuerda Ramírez López. Centenares de personas salieron a la calle, ocuparon la alcaldía y mandaron una delegación a Tuxtla Gutiérrez, “de paga” (eran priístas), que fue neutralizada por el gobierno, y otra de “voluntarios”, que sí presionó, logró una minuta sobre su liberación, y el plantón se levantó.
El gobernador Roberto Albores Guillén prometió que liberaría al profesor. Al no cumplir, los indígenas insistieron, y se les amenazó con culparlos también del crimen. “Vieron que estaba duro, vino el miedo. Muchos se echaron atrás. Con la amenaza del presidente municipal salieron corriendo”, refiere Ramírez López. “Eramos unos seis maestros que seguíamos insistiendo, junto con la esposa de Patishtán”. Al paso del tiempo, ella se cansó y lo abandonó, pero eso ya es parte del daño personal causado por los años de cárcel que siguieron.
En mayo de 2000, un mes antes de la emboscada en un paraje de Las Limas, municipio de Simojovel, los priístas inconformes entregaron un documento “que sólo pudo ser escrito por Patishtán”, y el edil lo vio como un “peligro”. Según el profesor Martín, “ya estaba a punto de caer, ya no bastaba la protección del diputado Ramiro Miceli Maza ni del gobierno de Albores Guillén”. Así que lo salvó la masacre, y más aún la aprehensión de su principal crítico y denunciante. “El peligro era Patishtán, no el movimiento opositor. Preso él, la protesta se vino abajo”.
El desaseo ministerial en las primeras declaraciones que lo inculpaban (del policía sobreviviente Belisario Gómez Pérez y el joven Rosemberg, del alcalde y de otro profesor, Martín Gómez Culebro, 14 y 15 de junio), así como las de policías municipales a quienes se indujo abiertamente la mención de Patishtán como atacante, y aún la declaración del diputado Miceli Maza (19 de junio, día de la aprehensión del acusado), no impidió que se dieran por buenas en los tribunales. Y se estiraron milagrosamente para inculpar, un mes después, al transportista base de apoyo del EZLN Salvador López González.
“La gente aquí siempre supo que Gómez Culebro se prestó a falsificar sus declaraciones por órdenes del presidente municipal. Ya luego él ha dicho que nunca declaró, que le inventaron todo”, comenta Ramírez López.
El Bosque es un pueblo relativamente pequeño. Todos se conocen. Actualmente, el ex alcalde Gómez Ruiz y su hijo Rosemberg viven enfrente de la familia Patishtán. La madre de Alberto, María, prima hermana de Gómez Ruiz, es una persona muy enferma y no participa mucho en el movimiento actual por la liberación de su hijo, que en El Bosque cuenta con centenares de seguidores, empezando por los hermanos de María, Carmen, Julia, Manuela, Demetrio de Jesús y Juan, todos Gómez Gómez, y sus cuñadas Andrea y María. Los respaldan la mayor parte del magisterio oficial, las iglesias, comerciantes, familias, incluso niños y jóvenes que no conocen todavía al profe.
Muchos recuerdan, por ejemplo, cómo era Rosemberg antes de la emboscada que sobrevivió. “De 15 o 16 años, un intocable. Llevaba una escolta en todas las fiestas y ferias a las que gustaba ir. Por eso andaba siempre con los policías, bien cuidadito”, comenta otro miembro del movimiento ciudadano de El Bosque que insiste en la inocencia delprofe. Comienzan a llegar varios indígenas, campesinos y mujeres con su hermosa vestimenta tradicional, para una reunión en el sitio donde Ramírez López habla con La Jornada.
La Jornada recogió aquí hace algunos años un testimonio según el cual el propio Rosemberg, al calor de las copas, habría expresado arrepentimiento “por lo que le hicimos al profesor” (su primo, por cierto), confesando incluso que por su declaración fue recompensado con una camioneta nueva.
Acelerando este relato, cabe mencionar que el zapatista Salvador López González fue liberado durante el mandato de Salazar Mendiguchía –quien como candidato se comprometió a liberar a Patishtán–; heredaba de Albores Guillén y el gobierno zedillista muchos presos del EZLN, y terminó liberándolos a todos. Así resultó que un acusado por la matanza de policías fue liberado con base en inconsistencias y contradicciones en las declaraciones ministeriales del segundo sobreviviente, Belisario Gómez Pérez. Lo que los jueces consideraron insostenible para el caso de Salvador lo dieron por bueno para condenar reiteradamente entre 2002 y 2004, más allá de amparos y apelaciones, al profesor, intachable líder comunitario (según incontables testimonios), y hoy activista de los derechos humanos en las prisiones chiapanecas.
Posteriormente, el ex policía Belisario, al igual que las viudas de los demás policías, “desaparecieron” de la escena, y ni siquiera hay constancia de que hayan sido indemnizados adecuadamente. La Jornada ubicó al primero para este reportaje, pero considerando su situación actual en la localidad donde se encuentra, se optó por no buscarlo en esta ocasión.
Hermann Bellinghausen, La Jornada, 24 de marzo.
“Cuando detuvieron al profe Patishtán, nadie lo creyó’’, asegura Martín Ramírez
Derechos Humanos, Indígenas Medios México domingo, 24 de marzo de 2013 0 comentarios
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