APIZACO.- "Sin la barra, sólo me habría caído. Nada de esto hubiera pasado", expresa Élmer, quien disimula la ausencia de su brazo derecho con un saco pero no esconde la rabia de haberse golpeado con un pilar de concreto al bajar del tren.
Salió de Guatemala, su tierra, en abril y el destino le fue adverso desde que vio en Coatzacoalcos el cuerpo partido a la mitad de un joven.
"Eran dos hermanos, uno subió y el otro no pudo. El vagón lo jaló de la mochila y lo tiró a las vías", asegura.
En un tramo posterior, Elmer fue extorsionado por guardias del ferrocarril que le exigieron 500 pesos a cambio de permitirle continuar el trayecto.
El día 7, sábado de gloria, llegó a las cercanías de este Municipio, con esperanza de que los obstáculos más pesados ya se hubieran superado.
De pronto, sus compañeros de viaje lo alertaron.
"Gritaron que nos teníamos que bajar porque adelante estaba Migración. Desgraciadamente, yo cogí la mala suerte: venía con un mexicano, él iba delante de mí y yo me tropecé con su zapato y no vi las barras", cuenta.
"Caí del tren y caí parado, normal. Pero la fuerza del aire me tiró hacia adelante y me di de cara contra la barda, luego me fui para atrás, pegué con la esquina de un vagón en la cabeza y eso me tiró a la vía.
"Cuando pude ver, fue como si aplastaran un tomate, me salpicó la gorra de sangre y por poco me lleva la cabeza", narra.
Cuando la máquina terminó de pasar sobre él, que quedó entre riel y riel, se encontró con la mirada horrorizada de migrantes y guardias. Quiso levantarse.
"Según yo, no pasaba nada. Traía una chamarra puesta. Me paré, me pasé para el otro lado de la vía y los policías me dijeron: '¡Perdiste el brazo!' Todavía les dije que no, que sólo me estaba derramando sangre.
"Volteé para atrás, y mi mano estaba tirada a media vía, blanca; me quise desmayar".
En el trayecto al hospital, con una hemorragia profusa, alcanzó a suplicar que le pegaran el brazo.
Para contar su historia, el hombre regresa al sitio donde ocurrió el peor episodio que ha pasado en la vida. Se sienta, sin inmutarse, en uno de los rieles, y llega la hora del paso del tren. Mira la máquina de frente y se quita del camino.
Elmer tiene 29 años, lucha contra estados depresivos y encuentra difícil la autoaceptación.
"Mi única esperanza es ir a Monterrey, me dijeron que allí hay la posibilidad de que a la gente se le haga un trasplante. Quiero una mano real, una de carne y hueso".
Henia Prado enviada, Reforma, 24 de marzo.
'Nada más quería recoger mi brazo'
Derechos Humanos, Migración Medios México domingo, 24 de marzo de 2013 0 comentarios
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