Arremeten contra los poderes fácticos, pero nadie se atreve a identificarlos


Reunidos en el Castillo de Chapultepec para firmar el primer acuerdo de la nueva era priísta, casi todos invocaron a los poderes fácticos, pero ninguno se atrevió a identificarlos. Sólo las reformas anunciadas evidenciaban a los aludidos: telecomunicaciones y educación.
Al alcázar llegó la elite política. Culminada la negociación se les veía sonrientes, satisfechos, momentos antes de plasmarla en el papel. Jesús Zambrano fue el más arropado, aunque su partido amenaza con dividirse una vez más por la osadía de su firma. Confió en que la presencia de los gobernadores perredistas (como los de todos los partidos) respalde su participación.
En el centro del escenario era inocultable la satisfacción del nuevo presidente Enrique Peña Nieto. Los personajes que hasta hace unos meses denunciaban con estridencia los excesos de la campaña priísta le daban el aval sin regateos: Zambrano y Gustavo Madero daban vuelta a la página del escándalo de las finanzas del otrora candidato, al que sin matiz en la secuela poselectoral el sol azteca calificaba de favorito de Televisa.
El nuevo secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, definió a los poderes fácticos como un obstáculo para el Estado; para el líder perredista es indignante que dobleguen a los gobiernos, independientemente de su signo partidista y Madero sugirió que el vacío legal favorece sus intereses.
A diferencia de la víspera esta vez no estaban entre los asistentes Carlos Slim, Emilio Azcárraga o Ricardo Salinas Pliego. Tampoco, por supuesto, la maestra Elba Esther Gordillo ni el líder petrolero Carlos Romero Deschamps.
Convidados de piedra, los dirigentes del Partido Verde, Jorge Emilio González Martínez y Arturo Escobar, tenían rostros lejanos a la alegría del primero de julio. Son otros tiempos en los que no caben. Un negociador de la izquierda resumió las motivaciones por las que los históricos aliados del Partido Revolucionario Institucional (PRI) acudieron como observadores: su poderosa telebancada no encaja en los objetivos del pacto.
Tampoco estuvieron presentes (¿ni lo estarán?) los líderes de Nueva Alianza, el partido de Gordillo tan menospreciada en los albores del nuevo sexenio. La reforma educativa parece tenerla como objetivo para arrebatarle el poder que había alcanzado en la educación, resumió Jesús Ortega, representante del Partido de la Revolución Democrática en el acuerdo.
Histórico adversario de la maestra, Manlio Fabio Beltrones, líder de los diputados priístas, aludió a las ausencias: El que se quede aislado será por su propia voluntad. Con la diplomacia a la que lo obliga su nuevo encargo como secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet señaló queel magisterio es muy importante en la reforma, pero matizó: le interesa tanto la reforma como a todos los sectores involucrados.
Entre la clase política que colmó el lujoso salón del Castillo de Chapultepec se encontraban algunos resucitados de la causa priísta. En la oleada del regreso al poder reaparecieron José Murat (como protagonista en el acuerdo), Enrique Jackson y Eduardo Andrade, recordado por su irrupción –en estado alcoholizado– en un programa noticioso de Televisa cuando su partido perdió el poder.
No todos los rostros irradiaban felicidad. A Ernesto Cordero, presidente del Senado, se le notó incómodo y ni siquiera se puso de pie cuando mencionaron su nombre en la presentación. Es el Partido Acción Nacional (PAN) que ha dejado la fiesta del poder para regresar a esa brega como partido opositor, según la definición de uno de sus clásicos.
Juan Molinar Horcasitas y Santiago Creel, cercanos a Gustavo Madero, fungieron como padrinos de la derecha. El primero no lució el rostro molesto de Cordero. Se le vio satisfecho de los frutos de la negociación de la que formaron parte y festejaron al lado de los nuevos rostros del poder: Luis Videgaray, Miguel Osorio y Aurelio Nuño junto con el gabinete, también testigo de la firma, incluida la ex perredista Rosario Robles.
Entre los perredistas sólo había neoizquierdistas: Jesús Ortega y Carlos Navarrete. Fueron quienes arroparon a Zambrano, tan denostado en el partido por la firma que se disponía a plasmar y tan aplaudido durante la ceremonia. No hubo discurso que arrancara más aplausos, sea por la condena que hizo a los disturbios de la víspera o por la confesión de riesgo, como izquierda, que hizo pública sobre la firma del acuerdo.
Su discurso tuvo pasajes obsequiosos. El breve diagnóstico de la polémica elección sólo habló de la intensidad de la contienda y omitió una palabra que profanaría la cordialidad que privó entre los firmantes: Monex.
Alonso Urrutia y Claudia Herrera, La Jornada, 3 de diciembre.

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