En fiesta aburrida, el PRI disfruta la asunción de Peña


Adentro, la fiesta transcurre en santa paz. Claro, después de surcar más de diez filtros para llegar a San Lázaro y dos arcos detectores de metales dentro.
Bromista o sin brújula, el senador ebrardista Mario Delgado se despide de reporteros en el desayunador:Prepárense para emociones fuertes, dice.
Las emociones fuertes se quedan en carteles al por mayor y una lluvia de billetes de fantasía cuando Peña Nieto ingresa al salón de sesiones.
El resto ha sido planeado escrupulosamente. El bronx priísta está bajo control. Los verdes se estrenan como hooligans del peñanietismo. Las izquierdas pierden color y sabor en la protesta. Los panistas callan y dejan pasar todos los golpes a Felipe Calderón. Peña y su antecesor ingresan por el pasillo central, protegidos por una impenetrable valla priísta.
Los legisladores que comanda Manlio Fabio Beltrones cuidan todos los detalles. Pactan, cabildean, tejen fino con las fracciones de la izquierda –y sus respectivas subdivisiones. No dejan nada al azar y toman previsiones extremas, como mandar a seis diputadas a hacer marcaje personal a la senadora Layda Sansores.
En una ceremonia que lleva semanas de preparación es extraño que hagan falta sillas para los senadores, y justo para los senadores del PRD, quienes deciden permanecer al pie de la escalinata mientras no les asignen lugares.
Por eso se ve a Emilio Gamboa Patrón en papel de acomodador de teatro, y a diligentes empleados trayendo sillas. Más tarde, Jesús Murillo Karam usará la falta de lugares como coartada para la presencia de las diputadas del PRI en las escaleras. Lasadelitas de Peña, todas con rebozos colorados, están ahí, evidentemente, para ser la primera línea de defensa en caso de que los izquierdistas pretendan hacerse de la tribuna. Ahí se ve, entre otras, a la oficial mayor del CEN del PRI, Lourdes Quiñones; a la capitalina Paloma Villaseñor y a la arquitecta jalisciense Celia Gauna.
Hábil presidente de mesa, Murillo Karam evita pegarle al avispero. Concede la palabra, refuta, informa que se atiene al reglamento, cuando le piden, por ejemplo, que se guarde un minuto de silencio por las decenas de miles de muertos del calderonato.
He sido imparcial, quiero seguir siendo tolerante, dice una y otra vez. Sus correligionarios aplauden y los opositores no hacen demasiado ruido, aunque no se sepa si respetan al diputado en tribuna o bien al que muy pronto despachará en la Procuraduría General de la República.
La hora de los discursos equis
Los grupos parlamentarios dejan pasar la oportunidad de fijar posturas coherentes, ya no se diga discursoscon altura de miras, dicho sea en el lenguaje panista de los últimos años.
El petista Ricardo Cantú desperdicia su tiempo en una letanía de cifras; el verde Arturo Escobar se solaza en el cogobierno y declara que este es un díade felicidad (los verdes se estrenan como los gurkas de Peña Nieto, pues resultan más peñanietistas que los del PRI); Ricardo Monreal se desgañita con más arengas que argumentos (apenas lo salva la frase de que hubotransacción, no transición); el panista Francisco Domínguez pinta un legado tan idílico que en las galerías muchos se preguntan cómo un gobierno de tantas maravillas pudo llevar al PAN al tercer sitio electoral (nunca responde, eso sí, cuando a cada dato fabuloso le lanzan un ¿y los muertos?).
Por el PRI habla el experimentado Heriberto Galindo. ¿Cómo viste? ¿No defraudé a quienes depositaron su confianza en mí?, pregunta, unas horas más tarde, a la salida del Campo Militar Marte, quizá sumado a las filas de quienes piensan que las piezas oratorias de hoy pueden ir, sin pena alguna, al archivo de los discursos equis, con todo y su remate: ¡Viva Enrique Peña Nieto por la gloria y la grandeza de México!
El senador perredista Luis Miguel Barbosa reconoce que los 16 millones de votos de las izquierdas se lograron gracias a un esfuerzo encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Luego hace párrafos cajoneros que sólo quieren dar paso a la tesis neoizquierdista –y de pluma veloz para la firma– de que si bien este gobierno arriba con un descomunal déficit de legitimidad, la suya será una oposiciónfirme y responsable dispuesta a las reformas.
El PRI disfruta su día de campo. Tanto, que se da el lujo de que Felipe Calderón entre por el pasillo central. Los panistas se unen en un coro chabacano, propio de niños en excursión: ¡Muy bien, Felipe, muy bien!
Poco antes, al ver aparecer a Margarita Zavala en el balcón central, han coreado su nombre, trato que los priístas no dispensan a la esposa del flamante presidente. “Todo para Margarita, nada para La Gaviota”, dicen en un pasillo.
Gases en el palacio
La violencia en el exterior no llega sólo de oídas. Algunos invitados y periodistas llegan con los ojos enrojecidos a los salones de San Lázaro. Tomé fotos de la gaseada y de varios policías vomitando, cuenta una corresponsal extranjera. Y sí, según los primeros reportes, los gases lacrimógenos lanzados por la Policía Federal, desde este día bajo el mando de Manuel Mondragón, afectaron a cientos de personas, entre ellas, a 16 de los 20 policías que según el parte oficial resultaron heridos.
Adentro hay protestas, pero contenidas. Visto el salón desde la tribuna, la protesta se concentra en el lado izquierdo. Ahí, un grupo de diputados cuelga una manta que casi ocupa la pared de un extremo al otro:Imposición consumada, México de luto.
La mitad de los carteles están dedicados a Calderón y la otra mitad a su sucesor. De los 83 mil muertos a Atenco no se olvida, de Monex a las imágenes de Peña y Gustavo Díaz Ordaz en un solo rostro.
Los priístas no están mancos. También prepararon carteles para la ocasión, con un solo lema (#NosUneMéxico), que acompañan con banderitas estilo 15 de septiembre una vez que, comiéndose algunas palabras sin importancia, Peña Nieto rinde protesta.
Los primeros pasos delpresidencialismo fuerte
En este diario, en junio de 2010, Peña dijo que México necesita un presidencialismo fuerte, sin obstáculos y pragmático (hoy lo dice de otra forma cuando habla de ejercer cabalmente las atribuciones de mi cargo). Pero lo que le interesa más es subrayar que la suya será una Presidencia democrática.
En el patio central de Palacio Nacional, Peña va a las raíces: “… fue a partir del movimiento estudiantil del 68 y de las sucesivas reformas políticas, que se aceleró nuestra democracia”.
Peña traza los cinco ejes de su gobierno que desembocarán, promete, en un país en paz, incluyente, con educación de calidad para todos, próspero y con responsabilidad global.
Luego, pasa a lo suyo, lasdecisiones pragmáticas. Anuncia 13, que van de un programa transversalde prevención del delito, a la licitación de dos cadenas de televisión, como atestiguan Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego, sentados uno al lado del otro.
El rebase por la izquierda cobra forma en un programa contra el hambre, un seguro para jefas de familia y la extensión del apoyo a los ancianos.
Pero ninguno de los temas anteriores arranca los aplausos de dos de sus decisiones: una reforma constitucional y legal para que deje de haber plazas vitalicias y hereditarias en el Sistema Educativo Nacional (cosa que según Calderón ya no existía) y un censo de escuelas, maestros y alumnos. Los aplausos son tan nutridos como complacida es la sonrisa del secretario de Educación, Emilio Chuayffet, quizá dispuesto a rescribir su epitafio.
Somos una nación que crece en dos velocidades. Hay un México de progreso y desarrollo, pero hay otro, también, que vive en el atraso y la pobreza, dice Peña en un discurso que remata sin vivas a la patria.
Válgase la analogía: hoy uno de esos México vive una fiesta aburrida en los mejores salones públicos del país. Afuera, el otro México sufre un provocador acto premeditado –Marcelo Ebrard dixit– que opaca la rabia juvenil.
Así, poco más o menos, es que ocurre el retorno del PRI a la Presidencia de la República.
Arturo Cano, La Jornada, 2 de diciembre.

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