Siete horas de disturbios en el DF; daños severos a comercios y mobiliario urbano


Grupos de jóvenes –encapuchados, con máscaras de Anonymous y antigás– se sumaron a la convocatoria de la Convención Nacional contra la Imposición (CNI) y el movimiento #YoSoy132 y, armados con palos, tubos, bombas molotov y piedras, protagonizaron durante siete horas enfrentamientos con las policías federal y capitalina, dejando una estela de destrucción.
Comercios, cafés, cajeros automáticos, hoteles y mobiliario urbano (desde arbotantes hasta monumentos) acusaron serios daños al paso de esos manifestantes. En las refriegas hubo decenas de heridos.
La protesta fue en repudio al arribo de Enrique Peña Nieto a la Presidencia. Su meta era romper el escudo de seguridad tendido por la Policía Federal alrededor del Palacio Legislativo de San Lázaro. Así, cuando llegaron al cerco de enormes mallas metálicas comenzaron a lanzar bombas molotov y piedras.
La respuesta de los uniformados fue también descomunal: lanzaron gases lacrimógenos y pimienta, chorros de agua a presión y, en un momento dado, disparos con balas de goma (la Policía Federal negó haber usado esos proyectiles).
El primer encontronazo ocurrió minutos antes de las siete de la mañana –los jóvenes habían salido dos horas y media antes del Monumento a la Revolución– sobre avenida Zaragoza, a unos metros del cruce con Emiliano Zapata (frente a la estación San Lázaro del Metrobús).
Fue un choque de una violencia inusitada. Tanta, que maestros de Oaxaca, que se ubicaban a unos metros de ahí, sobre la avenida Eduardo Molina, y supuestamente se unirían al contingente, se quedaron a la expectativa.
La refriega continuó a pesar de los llamados de los profesores oaxaqueños para que las personas se replegaran.
Gran número de los muchachos que participaron en las trifulcas llevaban camisetas negras con el símbolo de los movimientos anarquistas (la amayúscula encerrada en un círculo).
Antes de las 10 de la mañana, hora en la que estaba previsto el arribo de Peña Nieto a la Cámara de Diputados (los acontecimientos retrasaron la sesión solemne), manifestantes y elementos de la fuerza pública habían participado en por lo menos una docena de escarceos. Volaban bombas, piedras y tubos de un lado, y latas de gases del otro. El caos.
Aunque los jóvenes más representativos de #YoSoy132, al igual que los maestros, se abstuvieron de participar en los choques, sí, en cambio, se organizaron en brigadas para dar auxilio a los muchachos que caían heridos, desmayados o afectados por los gases.
Parecía que los jóvenes de los pasamontañas habían previsto los distintos escenarios, y llegaron bien pertrechados para disminuir los efectos de los gases, ya que usaban pañuelos y vinagre, entre otros instrumentos.
Así, mientras en el Palacio Legislativo comenzaba la ronda de oradores de los partidos, en los puntos de choque se corrió el rumor de que uno de los manifestantes había muerto justo al recibir un proyectil –una bala de goma, decían unos; una lata de gas, sostenían otros– proveniente de las filas de la PF.
Integrantes de #YoSoy132 informaron en un primer momento que se trataba de Carlos Yahir Valdés, quien habría muerto a consecuencia del impacto.
Sin embargo, Adrián Ramírez, de la Liga Mexicana en Defensa de los Derechos Humanos, informó que el joven lesionado es en realidad Carlos Valdivia, y que su estado de salud es grave, pues la bala le provocó desprendimiento de retina y serio traumatismo craneoencefálico, aunque ninguna de las dos versiones pudo confirmarse después.
A partir de ese momento el encono se agravó. Arreciaron los ataques de ambas partes, así como la destrucción de mobiliario público: parabuses, luminarias, banquetas, tapas de coladeras y estaciones del Metrobús.
Los manifestantes utilizaron carros del supermercado para trasladar bombas incendiarias, piedras, tubos e, incluso, extintores, que trataron de arrojar a los uniformados.
Luego de dos horas y media de enfrentamientos se leyó en medio del caos el comunicado conjunto preparado por la CNI y #YoSoy132, minutos antes de que los grupos participantes en la movilización se dirigieran al Zócalo por Eduardo Molina hasta llegar a Eje 1 Norte.
En la retaguardia se concentraron grupos de jóvenes con letra a en sus playeras, quienes iban destruyendo semáforos, casetas telefónicas y señalizaciones urbanas con tubos y palos.
Pequeños grupos de manifestantes vestidos de negro atacaron dos gasolineras en las inmediaciones del Metro Tepito, en las que saquearon un camión repartidor de refrescos y destruyeron un vehículo particular, además de sustraer gasolina, al tiempo que la vanguardia magisterial se separó del resto de la marcha.
En su recorrido por Eje Central, jóvenes encapuchados saquearon tiendas de conveniencia, lo que generó una respuesta de elementos de la policía capitalina que venían resguardando la movilización, aunque algunos transeúntes se oponían a cualquier acto de represión contra los manifestantes, y hubo quienes les ofrecieron pedazos de ladrillo para lanzarlos a los uniformados.
En la esquina con la calle de Tacuba ocurrió una confrontación en la que los manifestantes lanzaron piedras y bombas incendiarias, mientras los agentes respondieron con gas lacrimógeno.
Minutos después hubo un nuevo enfrentamiento, frente al Palacio de Bellas Artes, donde personas en su mayoría vestidas de negro comenzaron a lanzar piedras y botellas contra los elementos de seguridad, quienes se protegían con sus escudos, aunque hubo confrontaciones cuerpo a cuerpo.
La situación se volvió más caótica: mientras algunos manifestantes corrían espantados ante el avance de los granaderos, otros los confrontaban y les lanzaban piedras, en medio de las sirenas de los bancos con los cristales destrozados, los escarceos y gritos en la Alameda y una motocicleta en llamas en medio de la avenida.
La ola de destrucción se prolongó desde avenida Juárez hasta la glorieta a Colón, en Paseo de la Reforma. Pasado ese punto, los grupos que destruían fachadas de restaurantes, tiendas y cajeros automáticos se dispersaron paulatinamente, hasta que –cerca de las 14 horas– unos metros más adelante los ataques se disolvieron con la misma virulencia con que habían iniciado.
Ya cerca del Ángel de la Independencia se pudo observar a una anciana que daba ladrillos a los manifestantes para que los arrojaran, unos turistas sonrientes tomando fotos y un joven balaceándose en monociclo, mientras un indigente dormía en el suelo, totalmente ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
Al ver la placidez de su sueño, un hombre que portaba una pancarta con la leyenda No a Peña apuntó con una sonrisa: El único hombre que puede ser feliz este día es ése.
Por la noche, integrantes de Acampada Revolución informaron que decidieron levantar el plantón instalado en junio pasado con el fin de evitarmayores riesgos con las autoridades, aun cuando destacaron que fue un espacio vital para la consolidación del movimiento estudiantil.
En tanto, el gobierno federal aseveró que esos hechos de violencia son asunto del fuero común. En un comunicado emitido por la Secretaría de Gobernación, aseguró que respetael ejercicio de la garantía de libertad de expresión, cuyo límite establece la Constitución.
Fernando Camacho y Laura Poy, La Jornada, 2 de diciembre.

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