En siete minutos, Enrique Peña Nieto cumplió con la protesta constitucional ante el Congreso de la Unión y se convirtió en presidente de la República para el periodo 2012-2018. Recibió de manos de Jesús Murillo Karam la banda presidencial después de que Felipe Calderón se despojó de ella, la tomó entre las manos y se inclinó para besar el escudo.
El recinto del Palacio Legislativo de San Lázaro fue escenario de la polarización y el reclamo a la política de guerra de Calderón, a los millones de pobres que deja y a la compra de votos en la pasada elección presidencial.
Peña Nieto asumió el poder sin sobresaltos. Funcionó, para ello, la táctica aplicada por la bancada del PRI en San Lázaro, el Estado Mayor Presidencial (EMO) y la dirección de resguardo, que consistió en aislar las manifestaciones contra el nuevo presidente.
La sesión de Congreso General se inició en medio de las protestas y enfrentamientos que tenían lugar en las cercanías del recinto legislativo entre cientos de jóvenes y trabajadores con policías federales.
Al interior del salón de sesiones, Jesús Murillo Karam, en su última aparición como presidente de la mesa directiva –en espera de que el Senado lo ratifique como titular de la Procuraduría General de la República–, ajustó el protocolo al negar a Carlos Reyes Gámiz, vocero del grupo parlamentario perredista, la concesión de un minuto de silencio por los más de 80 mil muertos que deja la política de Calderón contra la delincuencia.
Desde las 10 de la mañana, al arranque de la sesión, se perfilaba un ambiente hostil. Primero, militares del EMP jalonearon al perredista Hugo Jarquín en la puerta giratoria del basamento. Luego, más de 30 diputadas del PRI, con vestido negro y chalina roja al cuello, fueron colocadas como valla para cercar a los legisladores de izquierda.
De nada valieron los reclamos de Silvano Aureoles, coordinador del PRD, y del presidente de la Comisión de Vigilancia, José Luis Muñoz Soria, para que las priístas ocuparan sus asientos.
La respuesta de los diputados de PRD, PT y Movimiento Ciudadano fue el despliegue de una manta negra, con cruces y letras en blanco, extendida sobre la pared izquierda, en la que se leía: Imposición consumada. México de luto
.
También desde ese sector se mostraron imágenes de tarjetas Monex y Soriana impresas en cartulinas, y otras alusivas a Felipe Calderón. Las dedicadas a éste rezaban: Entregas la silla bañada con sangre
. Y el resto:Presidente de las televisoras, protagonista de la simulación
;Presidencia comprada
y Candidato de telenovela, presidente de la ilusión
. Además, lograron introducir cruces negras de plástico y las colocaron frente a sus curules.
Del lado de PRI, PVEM y Panal se preveía el inicio de un intercambio de gritos y consignas. ¡México, México, México..!
, corearon en esas bancadas. Mientras, las diputadas priístas cercaban a la senadora Layda Sansores, que se ubicó junto a ellas al pie de la tribuna.
Como se acordó, los partidos tuvieron 10 minutos para fijar postura.
En tanto, Televisa y Tv Azteca también hicieron su juego: cortaron la transmisión en vivo durante los discursos de Ricardo Cantú, Ricardo Monreal y Miguel Barbosa, para dar entrada a sus informadores y comentaristas.
¡Que Dios te perdone, Felipe!
Transcurridos los posicionamientos partidistas, Murillo Karam decretó un receso. En ese momento las esposas de los presidentes saliente y entrante, Margarita Zavala y Angélica Rivera, respectivamente, ingresaron juntas al palco de honor.
Por primera vez en seis años, Felipe Calderón ingresó al Palacio Legislativo de San Lázaro por la puerta principal. En su toma de posesión, lo hizo por una puerta trasera.
El ingreso de éste y su esposa al pleno fue de contraste. Al reconocerla, diputadas del PAN gritaron: “¡Margarita, Margarita, Margarita…!” Y cuando Felipe cruzó la puerta del recinto, desde el palco de prensa se escuchó un frío: ¡Que Dios te perdone, Felipe!
Y otra voz secundó:¡Por los periodistas caídos!
Calderón Hinojosa caminó por el pasillo central y comenzó un coro que reflejó la condición en que deja el país:¡Asesino, asesino, asesino! ¡Criminal, espurio, espurio!
Los panistas reaccionaron en forma tardía e intentaron responder con otro coro: ¡Muy bien, Felipe, muy bien!
Aun así, desde el sector izquierdo del salón se insistió con los más de 80 mil muertos en el sexenio: ¡Asesino, asesino, asesino!
Y en medio de la debilidad de la defensa panista se alzó el vozarrón de Socorro Ceseñas, del PRD, secretaria de la Comisión de Presupuesto: ¡Asesinooooooo!
Mientras Calderón era increpado, Enrique Peña Nieto ingresó al salón de plenos a las 11:13 horas, y la maquinaria del PRI, con su estilo pragmático y disciplinado, le permitió eludir la protesta. ¡Peña presidente, Peña presidente!
, se regocijaron. La izquierda recordó la presunta compra de la Presidencia: ¡Monex, Monex!
, exclamaron.
El presidente de la Comisión de Vigilancia, José Luis Muñoz Soria, del PRD, lanzó un fajo con billetes de fantasía de distintas denominaciones: 20, 50, 500, cien, mil pesos.
Miles de esos papeles volaron de otras manos de diputados de PRD, PT y MC, y uno de los fajos pasó cerca del rostro de Peña Nieto, lo que alertó al Estado Mayor Presidencial pero no inmutó al mexiquense.
Peña Nieto cumplió con el mandato del artículo 87 constitucional al protestar guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de presidente de la República
.
Calderón le dirigía una mirada nostálgica. Después se despojó de la banda presidencial, la dobló y besó el escudo. Murillo Karam la recibió, dio media vuelta y entregó el lienzo a Peña Nieto.
Priístas y verdes, junto con integrantes del Panal, respondieron con un aplauso y el coro: ¡Peña presidente!
De inmediato, Murillo despachó al ciudadano Felipe Calderón
y levantó la sesión a las 11:20. Así, la maquinaria priísta funcionó para cobijar la salida de Peña.
En el júbilo del priísmo y el alborozo de Peña por el retorno del PRI a Los Pinos, con cargo a Felipe Calderón, fue precisamente éste del que nadie se percató cómo ni a qué hora salió del recinto parlamentario. Simplemente desapareció.
Andrea Becerril, Enrique Méndez y Roberto Garduño, La Jornada, 2 de diciembre.
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