Las naciones ricas, obligadas a reducir 50% sus contaminantes

Por las diversas actividades humanas se emiten a la atmósfera 30 gigatoneladas (un giga equivale a mil millones) de dióxido de carbono (CO2) al año, señaló Pablo Solón, embajador de Bolivia ante Naciones Unidas, quien explicó que desde 1750 las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) han provocado un aumento de la temperatura global de 0.75 grados centígrados.

Advirtió que de no tomarse medidas el alza superaría tres grados centígrados en las próximas décadas, lo cual generará afectaciones a más de la mitad de las especies animales y vegetales, y más de “3 mil millones de seres humanos vivirán en condiciones dramáticas”.

Ante esa realidad el diplomático instó, particularmente a las naciones desarrolladas y a sus empresas trasnacionales, a dejar de privilegiar el negocio y la ganancia a costa de la sobrexplotación de la naturaleza y dejar de frenar las acciones para mitigar el calentamiento global, porque finalmente nadie ganará.

En ese sentido manifestó que en la cumbre sobre cambio climático de Cancún, Quintana Roo –se llevará a cabo a finales de año–, deberá haber un compromiso de los países industrializados para reducir 50 por ciento sus emisiones de CO2 (en relación con las que había en 1990) sin recurrir a mecanismos de mercado, como la compra de bonos de carbono.

También, continuó, un compromiso para canalizar a ese rubro presupuestos que representen seis por ciento de su producto nacional bruto y reconocer que el trato a la naturaleza ha sido “equivocado; que se le dejará de percibir como objeto e iniciar los trabajos para aprobar una declaración universal de los derechos de la madre tierra”.

En entrevista, aseveró que con el acuerdo de Copenhague del año pasado la disminución de emisiones de GEI representa sólo “dos por ciento, lo que para la gravedad de la situación es nada, pues significaría un alza de dos grados centígrados”, pero agregó que en realidad los “convenios que se pusieron sobre la mesa representan aumentos de tres a cuatro grados centígrados, y en esas circunstancias podría haber un tipping point, lo que los científicos califican de punto de no retorno, de daño irreversible”.

Apuntó que, de acuerdo con expertos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, con dos grados centígrados de incremento para 2030 habrá afectaciones para cerca de 30 por ciento de animales y vegetales, y con tres o cuatro grados más 50 por ciento de la biodiversidad estará en riesgo o habrá desaparecido.

Destacó: “mientras más tiempo tardemos en reducir las emisiones, no sólo será más caro atender la situación. También aumentarán las posibilidades de que no haya forma de revertir la afectación y de que tarde más la recuperación.

“Si lo comparamos con un derrame de petróleo en el mar, podríamos decir que se da el primer paso cuando éste se detiene, pero no por ello desapareció el hidrocarburo vertido y los efectos que provoca. Es lo mismo cuando se emite CO2 a la atmósfera. Si se deja de hacer, no quiere decir que haya desaparecido. Hay un proceso largo para eso, de varias décadas. En el caso de algunos GEI puede ser de hasta 100 años.

“Lo ideal es volver a los niveles de concentración de CO2 que había en 1750: unas 280 partes por millón de CO2 en la atmósfera. La propuesta de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra –realizada en Cochabamba, Bolivia. Uno de sus organizadores fue Pablo Solón– es llegar a 300 partes por millón este siglo. Actualmente hay 390, pero para estar en menor riesgo habría que bajar a 350. Si reducimos las emisiones drásticamente, a mitad de siglo podríamos estar cerca de 350.”

Tras señalar que “si seguimos depredando la Tierra como hasta ahora para 2030 necestaríamos dos planetas”, Solón criticó el negocio en que se ha convertido la emisión de bonos de carbono. Destacó que es por ello que en la cumbre de Cochabamba se exhortó a que la baja de emisiones de GEI fuera de manera doméstica, no con compra de bonos, los que inclusive se revenden.

“Los países desarrollados compran a naciones pobres bonos de reducción de emisiones y los contabilizan como si fueran de ellos. Incluso los adquieren más baratos de lo que les costaría realizar acciones en sus territorios para bajarlas. Eso es una trampa, porque quien reduce es otro. Además, se ha demostrado que no soluciona el problema, porque las emisiones crecen así como el mercado de carbono.”

Criticó el sistema que utilizan algunos gobiernos: “dan permisos para contaminar”, los cuales van reduciendo en plazos determinados, hasta llegar a cero. Éstos, abundó, los reparten entre las empresas que más contaminan, “pero ahí empieza el mercado, porque se los pueden vender unas a otras”.

En cuanto a los recursos destinados al combate al cambio climático, subrayó:

“Hay hipocresía de los gobernantes. Hablan de la importancia del tema, pero eso no se refleja en los recursos. Los fondos mundiales para defensa oscilan entre 1.5 y 1.7 billones de dólares, y para cambio climático son unos 10 mil millones para los próximos tres años. Serán 100 mil para 2020.
Carolina Gòmez Mena, La jornada, 26 de junio.

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