La Habana, 31 de mayo. La capital de Cuba es un punto de despedidas y rencuentros que parece situarse en el centro mismo de la vida. Ciudad de sortilegios, la capital cubana surgió por sí sola alrededor de una ceiba entre 1515 y 1520, sin que exista documento alguno que dé fe de su nacimiento. Como todos los puertos, de ella se parte y a ella se llega.
A ella llegaron, y de ella partieron hacia todos los rincones de Cuba, casi 30 millones de turistas de más de 70 países durante las últimas dos décadas, para convertir la isla en uno de los principales destinos turísticos de las Antillas.
Después de las bombas que hicieron estallar en hoteles cubanos, en 1996 y 1997, grupos terroristas afincados en Miami, con el propósito de hacer fracasar la opción turística seguida por Cuba, en 2010 los objetivos no han cambiado, aunque sí los medios. Ahora no son bombas, pero en su lugar se difunden, principalmente en Europa, noticias parciales y fuera de contexto sobre supuestas violaciones a los derechos humanos, que intentan desincentivar a los viajeros.
Según datos del Ministerio de Turismo de Cuba, 48 por ciento de los turistas que arribaron a la isla entre 1990 y 2009 procedían de la Unión Europea, esto es, 14 millones. En este periodo, 8 millones de visitantes provinieron de Canadá, convertido en el principal país de origen de quienes disfrutan el clima, las playas, la cultura, la historia, la naturaleza y la revolución cubanas. Del conjunto de los países de América Latina y el Caribe llegaron 4 millones de turistas a la “isla fascinante”, como la llamó el escritor, catedrático y ex presidente dominicano, Juan Bosch, durante su exilio en Cuba en 1955.
De otros países, principalmente de Asia y de África, arribaron tres millones de visitantes a Cuba en las últimas dos décadas. De Estados Unidos, 800 mil personas viajaron como turistas a la isla.
La Habana es una ciudad limpia y segura, sin anuncios comerciales espectaculares que contaminen y estrechen su horizonte. Más que bulliciosa es bullanguera. Frente al malecón donde sus habitantes toman la brisa del mar entre cantos, baile y chapuzones, parecen desfilar los casi 500 años de su historia, el asedio de piratas y corsarios que le obligaron a convertirse en el bastión militar del imperio español en el mar Caribe.
Hija legítima de la violencia, escribió Juan Bosch –narrador, catedrático y expresidente de la República Dominicana– La Habana creció en los siglos XVI y XVII “a causa de que el miedo la hizo escala obligada de las grandes flotas españolas; se creó una leyenda de tierra vital, pues en sus calles imperó el juego, el crimen y el desenfreno sexual típicos de los campamentos de la época”. Hoy, en el siglo XXI, la capital de Cuba es una ciudad única, atrayente y sensual.
Por el centro histórico de esta ciudad de leyendas y fantasmas todavía se pasea “el caballero de París”, a quien se puede contemplar convertido en estatua, en una esquina del templo de San Francisco de Asís, en la Plaza de San Francisco de La Habana Vieja, totalmente remozada bajo la dirección del historiador de la ciudad, Eusebio Leal Spengler, un sabio renacentista de la actualidad que ostenta ocho doctorados honoris causa; 38 condecoraciones de diferentes países; cuatro veces diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y embajador de buena voluntad de las Naciones Unidas.
Los trabajos de restauración del centro histórico han cambiado completamente la faz de esta zona de La Habana Vieja, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1982 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Muy lejos de parecer un museo arquitectónico, el centro histórico se mueve bajo la cadencia y vitalidad de sus de sus habitantes. Las calles saben a malanga, huelen a tabaco y suspiran con aroma de café.
Su restauración, que comprende las plazas de armas, la de San Francisco, de la Catedral y Vieja, forma parte de un proyecto con autoridad jurídica propia y autofinanciable, administrado por la Oficina del Historiador y la compañía Habaguanex.
El proyecto obtiene sus ingresos de la renta de inmuebles, 45 por ciento de los cuales se destina a la restauración de edificaciones y viviendas del centro histórico, 35 a obras de sociales, y 20 por ciento al remozamiento de edificios afuera del perímetro central.
La Habana es una ciudad hechicera, intensa y en movimiento, que parece caminar hacia adelante con el rostro hacia atrás. Tal vez por eso en cada rincón en donde se posa la mirada, el visitante se encuentra con la historia.
Juan Antonio Zúñiga, La Jornada, 1º de junio.
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