Niños de Guatemala sufren penurias en exilio

NUEVO PROGRESO Sin escuela, mal alimentados, sin dormir adecuadamente, escasa vestimenta y con la salud deteriorada, un grupo de niños guatemaltecos refugiados en este pueblo tabasqueño, también sufren para encontrar con qué jugar. Las actividades lúdicas casi se terminaron desde que abandonaron los hogares donde nacieron y crecieron. El 23 de agosto pasado, 96 familias de la aldea Nueva Esperanza, La Libertad, departamento de El Petén, Guatemala, las autoridades civiles, apoyadas con el Ejército desalojaron y quemaron ese poblado, con más de una década de fundado. El 20% de los desalojados está conformado por una población infantil, que en su mayoría nació en esa comunidad, ahora resguardada por el Ejército guatemalteco para evitar el retorno de quienes viven refugiados entre la montaña, en las orillas de esta localidad del municipio de Tenosique. Franklin Donaldo Martínez López, de 8 años, uno de los 60 infantes que conforman el grupo de refugiados, recuerda que el día de la entrada de las autoridades para expulsarlos, intentó llevarse su bolsa de canicas, pero un militar se las arrebató con el argumento de revisar que llevaba allí, pero no se las regresó. En el pandemónium en que ese día se convirtió el poblado, donde los adultos estaban más preocupados por rescatar algunas pertenencias y con el temor de ser arrestados, Franklin alcanzó a quejarse con su padre de que el soldado le había quitado sus juguetes favoritos. “Déjalos y vámonos”, recuerda el niño que le respondió su papá. No le quedó más que llorar al acordarse que “eran 10 canicas que tenía en un morralito. También se quedó mi pelota”, lamenta el pequeño. El niño Chapín, quien dice añorar su casa, relata que le gustaba el juego A la ganar, en el que quien lograba meter una canica en un agujero en la tierra, el resto de los niños jugadores le pagaban una canica. También A la mentira, en el que se divertían sólo tirando desde la línea hacia la oquedad, pero sin apostar. En el poblado cercado por militares, los niños contaban con un campo de futbol especial para ellos. Igual en las calles o en la escuela, jugaban con sus pelotas, trompos, carritos, barrilete o a perseguirse, conocido como Tenta. Al voltear en dirección donde estaban sus casas, a unos 600 metros de la línea fronteriza, sus miradas se topan con la vigilancia de los soldados que están apostados a unos 100 metros, sobre un camino que ahora se va cerrando por el crecimiento de la vegetación en la zona. En el escaso espacio de la brecha internacional que ahora ocupan, a los niños sólo les queda deambular entre el lodo, troncos y terreno pedregoso. Aunque también optan por meterse bajo la sombra de algún árbol. Aparte de todas las carencias y problemas sociales, los niños tienen que sobrellevar el cambio brusco de vida al que fueron sometidos. En la brecha establecida por la Comisión de Límites y Aguas Internacionales para marcar la línea divisoria entre México y Guatemala, en medio de la vegetación aún selvática, sobresale el azul de las pequeñas carpas provisionales donde se guarecen. El suelo, en ese tramo donde habitan, se mantiene permanentemente húmedo a causa de las lluvias constantes de esta temporada, algunas intensas que incluso traspasan los endebles refugios improvisados. El agua no sólo traspasa el pequeño espacio donde descansan estas familias guatemaltecas, sino que les imposibilita dormir en esas condiciones ruidosas por el golpe de la lluvia sobre los plásticos. Juntos también están los escasos animales domésticos que lograron llevarse consigo, perros, gatos, gallinas, puercos y caballos. El pasado 12 de septiembre, el área de los refugiados fue visitada por brigadas epidemiológicas encabezadas por el secretario de Salud de Tabasco, Luis Felipe Graham, para desinfectar con cal el suelo y vacunar y nebulizar contra el dengue y el paludismo. “Para detectar cualquier enfermedad contagiosa que los ponga en riesgo, no sólo a ellos, sino a otros poblados”, advirtió el funcionario. Higiene deficiente El médico responsable de la Casa de Salud de este poblado tabasqueño, Alejandro Durán Rosique, expresa su preocupación por la vulnerabilidad física del grupo de infantes, ya que por las condiciones en que viven es común que sufran de infecciones respiratorias y enfermedades diarréicas agudas, debido a la mala alimentación, además viven a la intemperie y se mojan constantemente. También son frecuentes los casos de micosis en la piel por el ambiente húmedo en que habitan, andan descalzos, casi se mantienen con la misma ropa y hay deficiente higiene. La Secretaría de Salud está en alerta por el dengue y paludismo, pues aquí es una zona endémica, ya que por la maleza hay muchos moscos. Hasta la fecha no se ha registrado ningún caso de esas dos enfermedades. De registrarse un brote, afectaría a la población refugiada y a la comunidad de Tenosique. El médico local Durán Rosique expresa su preocupación por la población infantil. “Existe mucha desnutrición, rezago cognitivo y retraso en su crecimiento físico”, advirtió. Doña Ana María Pérez Pérez recuerda que después de ser desalojados y antes de establecerse en el pueblo de Nueva Esperanza estuvo cinco días entre el monte. Cinco noches cargando a los niños, quienes se enfermaron de vómito, “no comían en todo el día”, afirma. La señora Pérez, madre de tres hijos de 3, 4 y 14 años de edad, acudió a la clínica donde le diagnosticaron que nuevamente está embarazada, y sería la primera del grupo de refugiados en esa condición. Su hija adolescente, quien se encuentra casada, hace cuatro meses tuvo a su primer bebé. Roberto Barboza, EL Universal, 19 de septiembre.

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