La Habana, 28 de septiembre. Con casi tres meses de actividades públicas tras su enfermedad, Fidel Castro volvió a dirigirse a una multitud al aire libre, esta vez para recordar el “sistema de vigilancia colectiva revolucionaria” que se implantó hace medio siglo en Cuba, en respuesta a una cadena de atentados.
Castro, de 84 años, habló este martes frente al antiguo Palacio Presidencial, en cuyo balcón arengó a la multitud en esta fecha de 1960, para crear lo que se llamaron Comités de Defensa de la Revolución (CDR), o grupos de vigilancia vecinal.
En la línea de sus discursos recientes, el ex mandatario centró su arenga en la crítica al gobierno de Estados Unidos, al capitalismo y a los riesgos de una guerra nuclear, y estimó que Washington “no descansará en sus esfuerzos” por combatir al sistema político cubano.
Castro apareció con la gorra guerrillera y el uniforme verde olivo sin insignias. De pie, leyó un discurso y luego improvisó, en una intervención de algo más de una hora. El 3 de septiembre anterior había vuelto a un acto de multitudes, en la Universidad de La Habana.
Esta mañana, frente a decenas de miles de personas, el aún primer secretario del Partido Comunista citó tramos de su discurso de hace 50 años. “No vacilo en proclamar que hemos cumplido y ustedes seguirán cumpliendo la promesa de aquella eterna noche”, señaló el ex mandatario.
En un clima crispado por atentados, Castro pidió en 1960 que se formaran esos comités, para que “todo el mundo sepa quién vive en la manzana y qué hace el que vive en la manzana”, así como “qué relaciones tuvo con la tiranía (del derrocado Fulgencio Batista) y a qué se dedica, con quién se junta, en qué actividades anda”.
En el lenguaje oficial, los CDR son llamados “los ojos y los oídos de la revolución”. Además de la vigilancia política en el barrio, esas agrupaciones sumaron actividades como la promoción de donaciones de sangre y campañas de vacunación, la recolección de material reciclable, el apoyo a la evacuación durante desastres naturales y la colaboración con la policía en la denuncia de delitos.
Los opositores consideran a los CDR un mecanismo de coerción social. Organismos similares se han creado en Nicaragua y Venezuela.
Castro, de 84 años, habló este martes frente al antiguo Palacio Presidencial, en cuyo balcón arengó a la multitud en esta fecha de 1960, para crear lo que se llamaron Comités de Defensa de la Revolución (CDR), o grupos de vigilancia vecinal.
En la línea de sus discursos recientes, el ex mandatario centró su arenga en la crítica al gobierno de Estados Unidos, al capitalismo y a los riesgos de una guerra nuclear, y estimó que Washington “no descansará en sus esfuerzos” por combatir al sistema político cubano.
Castro apareció con la gorra guerrillera y el uniforme verde olivo sin insignias. De pie, leyó un discurso y luego improvisó, en una intervención de algo más de una hora. El 3 de septiembre anterior había vuelto a un acto de multitudes, en la Universidad de La Habana.
Esta mañana, frente a decenas de miles de personas, el aún primer secretario del Partido Comunista citó tramos de su discurso de hace 50 años. “No vacilo en proclamar que hemos cumplido y ustedes seguirán cumpliendo la promesa de aquella eterna noche”, señaló el ex mandatario.
En un clima crispado por atentados, Castro pidió en 1960 que se formaran esos comités, para que “todo el mundo sepa quién vive en la manzana y qué hace el que vive en la manzana”, así como “qué relaciones tuvo con la tiranía (del derrocado Fulgencio Batista) y a qué se dedica, con quién se junta, en qué actividades anda”.
En el lenguaje oficial, los CDR son llamados “los ojos y los oídos de la revolución”. Además de la vigilancia política en el barrio, esas agrupaciones sumaron actividades como la promoción de donaciones de sangre y campañas de vacunación, la recolección de material reciclable, el apoyo a la evacuación durante desastres naturales y la colaboración con la policía en la denuncia de delitos.
Los opositores consideran a los CDR un mecanismo de coerción social. Organismos similares se han creado en Nicaragua y Venezuela.
Gerardo Arreola, La Jornada, 29 de septiembre.
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