Las FARC pierden su botín más valioso tras seis años de cautiverio

Íngrid Betancourt fue secuestrada el 23 de febrero de 2002 junto a Clara Rojas, su compañera de fórmula por el partido Oxígeno Verde.
Hasta su secuestro, Betancourt, que hoy tiene 46 años, era una joven política vivaz, batalladora y controvertida. Este carácter impulsivo fue la que la condujo a su tragedia y arrastró a su compañera y amiga Clara.
Pese a las voces que le advertían del peligro que corría, Íngrid Betancourt viajó al selvático y sureño departamento del Caquetá, tres días después de que el entonces presidente Andrés Pastrana declarase rotas las negociaciones con las FARC, iniciadas en 1998, y ella y Clara Rojas fueron capturadas por la guerrilla.
Sin pelos en la lengua. Además de arrojo, Betancourt siempre ha demostrado no tener pelos en la lengua, sobre todo en su época de parlamentaria. Durante la presidencia de Ernesto Samper (1994-1998), Betancourt dijo a toda voz en el Congreso que el país era gobernado “por un delincuente” e incluso llegó a hacer una huelga de hambre cuando el mandatario fue absuelto de las acusaciones de haber contado con financiación del narcotráfico.
En su polémico libro La rabia en el corazón escribió que el partido en el que se inició en política, el Liberal, era una “cueva de ladrones y corruptos”, y el Poder Legislativo, “un nido de ratas”.
En 1998, Betancourt fundó su propio partido, Oxígeno Verde, de corte ecológico, con el que logró su escaño parlamentario y se inscribió como candidata presidencial.
Antes de entrar en política, Betancourt, perteneciente a una familia acomodada, llevó una vida descansada en Europa como esposa de un diplomático francés, Fabrice Delloyé, padre de sus dos hijos, Melanie y Lorenzo, del que se divorció años después.
“El país llamaba”. Una serie de acontecimientos en Colombia, como el asesinato de varios candidatos presidenciales, un frustrado proceso de paz con las FARC, la ocupación rebelde del Palacio de Justicia que concluyó con la muerte de más de un centenar de personas y el surgimiento del llamado “narcoterrorismo”, la hicieron reflexionar.
Sabía, tal como le inculcó su padre, Gabriel Betancourt, que fue ministro de Educación y embajador ante la UNESCO, que “tenía una deuda” con Colombia. “El país llamaba”, señaló en alguna ocasión.
Regresó a Colombia después de más de diez años de permanencia en Europa, durante los cuales se graduó en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.
En su largo cautiverio soportó la muerte de su padre, una de las personas que más ha influido en su vida.
La familia Betancourt recibió la primera “prueba de vida” el 24 de julio de 2002: un video en el que la política conservaba sus bríos rebeldes, rechazaba el canje propuesto por las FARC y saludaba a su segundo esposo, el publicista colombiano Juan Carlos Lecompte.
Derrumbada anímicamente. Pero otro video, divulgado en noviembre de 2007, dio la vuelta al mundo y provocó alarma ante lo que parecía su muerte inminente tras seis años y medio de cautiverio. Las imágenes mostraban a una mujer con el cabello muy largo, demacrada, triste, con la mirada perdida y encadenada en algún lugar de la selva colombiana.
La dureza del cautiverio —llegó a ser encadenada a un árbol la mayor parte del día, tras una fuga frustrada— la derrumbó anímicamente. En una carta a sus familiares a fines de 2007 escribió: “Este es un momento muy duro para mí (...) piden pruebas de supervivencia y aquí estoy escribiéndote mi alma tendida sobre este papel (...) estoy mal físicamente (...) no he vuelto a comer, el apetito se me bloqueó, el pelo se me cae en grandes cantidades”.
Ahora, cuando todos temían la noticia de su fatal desenlace el gobierno colombiano anunció al mundo el rescate “sin dar un solo tiro” de Betancourt y otros 14 rehenes más.
“Un soldados más”. Agradecida, la ex candidata presidencial dejó a un lado su aguerrido discurso y sus condenas a la clase política para agradecer al presidente Uribe por su liberación y para anunciar que su reelección “ha sido muy buena para Colombia”. Y para sentenciar lo que ha sido un final feliz a sus seis años de cautiverio, proclamó: “En estos momentos quiero sentirme un soldado más de Colombia al servicio de la paz”.
EFE en Bogotá, Crónica, 3 de julio.

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