Íngrid: operación perfecta

BUENOS AIRES.— Por no poder abordar un helicóptero seis años, cuatro meses y nueve días antes, Ingrid Betancourt había sido secuestrada. Ayer en una arriesgada y ejemplar operación de inteligencia, y a bordo de otro helicóptero, recuperó su libertad, junto a otros 14 rehenes en poder de las FARC, que no logran recuperarse de la seguidilla de mandobles políticos y militares de los últimos meses. La Operación Jaque, como la denominaron las fuerzas de seguridad, terminó arrebatándole a la guerrilla a su pieza más preciada para una eventual negociación con la administración de Álvaro Uribe: la ex candidata, quien esposada de la emoción y de la alegría, minimizó su cautiverio como “una especie de doctorado en las FARC”.

El cabello cuidado, la sonrisa contenida, y las ropas camufladas tan prolijas como el francés de su niñez, Ingrid se presentó ante el mundo con la tranquilidad de haber dejado el horror a varias horas de distancia de su vida. “Fue una operación perfecta” que la sorprendió a ella, como a los tres ciudadanos estadounidenses en cautiverio desde febrero del 2003, y los 11 militares y policías, que integraban la lista de 45 rehenes canjeables en un demorado acuerdo humanitario. Sorpresa que ganó al mundo por lo inesperado y por la forma en que se dio la operación, sin efectuar un solo disparo y que incluso movilizó a Human Right Watch, siempre crítica por la política de derechos humanos del gobierno de Uribe, a felicitar al Ejército.

Casi un año de operaciones de inteligencia, y meses de una minuciosa labor de infiltración hasta los tuétanos mismos del diezmado secretariado de las FARC, tuvieron como resultado la liberación más esperada tanto en Colombia y en Sudamérica como en varios países europeos. La de la ciudadana colombiana-francesa, por la que poblaron sus agendas dos presidentes franceses, se afanó en su protagonismo y a duras penas logró rehacerse en parte de sus papelones Hugo Chávez, y agotaron diálogos bilaterales una docena de mandatarios sudamericanos, mientras millones se movilizaron por su liberación en Bogotá, en París y en varias partes del mundo.

Esforzándose por no dejar caer una lágrima, Betancourt sinceró lo que repitió para sí una y mil veces en su caleta (carpa) encadenada. Si había hecho lo correcto aquel 23 de febrero del 2002, cuando decidió ir al Caguán para apoyar al alcalde de su partido y a la población. “Me pasé esa película muchas veces, pero ahora sé que era mi destino, que debí pasar lo que pasé... Por eso llegué a la conclusión de que si lo tuviera que volver a hacer (correr el riesgo), lo volvería a hacer”.

Sin despegarse de Yolanda Pulecio, su madre y quien lloró en los despachos de todos los gobiernos posibles imploró ante la prensa de decenas de países por su liberación, Ingrid narraba por segunda vez cada detalle de su liberación, en una exitosa operación nunca vista antes en Colombia, por su limpieza y prácticamente sin la utilización de la fuerza.
José Vales, corresponsal, El Universal, 3 de julio.

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