Morir en la orilla

Tras ser deportada de México, Yanisleidys regresó a Cuba como un fantasma porque se le dió de baja en los registros cubanos y quedó sin derecho a trabajar ni a recibir comida
 
La deportación de Yanisleidys a La Habana no fue volver al punto de partida, fue peor.

De la ilusión de enviarle dinero a su mamá, pasó a vivir de la pobre pensión de ella. Clasificada como emigrante se le borró de los registros oficiales de Cuba y, por lo mismo, quedó sin derecho a trabajar ni a la libreta de abastecimiento de alimentos. Por eso no le perdona al Instituto Nacional de Migración haberla deportado siendo que en Cuba ya no existía.

A los 389 días que pasó detenida en México, sumó otros cinco. Del Aeropuerto Internacional José Martí fue trasladada a un campamento de la Policía Nacional donde pasan los balseros o expulsados de otros países. En esa instalación, localizada en el barrio de Casablanca de La Habana, estuvo sujeta a valoraciones médicas, toma de fotografías y huellas dactilares.

Vestida con el uniforme a rayas verdes y blancas que le proporcionaron, llamó a su madre, Rosa, quien a partir de entonces no se movió de la ventana esperando su llegada. Había pasado un año ocho meses desde que su hija se despidió para hacer una vida fuera de la isla. Mismo tiempo en que ella sufrió sola de angustia e insomnio. Yanicel, la incondicional, viajó a Cuba al enterarse de la deportación.

Yanisleidys enseñó a un funcionario del campamento el oficio que desde el 1 de septiembre de 2010 la considera como emigrada, y éste no supo explicarle porqué la habían regresado. "Tendrás que ir a Migración a tu salida", le dijo.

Aunque no había nadie más en el dormitorio de dos literas, la joven no pudo conciliar el sueño. El cómo estaría su novio, Alexander, de quien no le permitieron despedirse en la estación migratoria, la abrumaba. La forma en que la deportaron, le irritaba. Y el choque en Nuevo Laredo le venía a la mente. "Pasamos tantas cosas para morir en la orilla", lamentaba.

Después de cinco noches en el campamento, Yanisleidys se encontró de nuevo en la Habana Vieja, su barrio, como si el tiempo no hubiera pasado. A bordo de un taxi viejo, de esos que abundan en la capital, con Yanicel a un lado, escuchó el bullicio de siempre de la calle Corrales, donde está el mercado agropecuario con su reducida oferta de verduras y frutas. Vio los bicitaxis a media vía, los comerciantes clandestinos de discos y gafas en la banqueta, así como a los hombres mayores jugando dominó afuera de sus casas. Ingresó al edificio, alguna vez elegante, en el que vivió desde niña, el cual seguía intacto: sus portales rosas despintados, sus polines soportando la estructura y sus 10 escalones rehabilitados con madera.

Y en el departamento también seguían las dos mecedoras en la estancia que funciona como cocina, comedor y sala de televisión, el baño sin agua corriente, su madre frente a la televisión, ahora fumando al día los 20 cigarros de una cajetilla de Criollos. En la puerta, Yanisleidys rompió en llanto y se fundió en un abrazo con ella.

Apenas pudo, Yanisleidys se presentó en Inmigración y Extranjería para resolver su estatus, pero la funcionaria no sabía ni qué decirle. No se explicaba su caso. La citó nuevamente al final de la semana y le planteó una solución: tramitar todos sus documentos "como si volviera a nacer", un proceso de tres a cinco meses, con un costo de 100 pesos convertibles (mil 300 pesos mexicanos). Provisionalmente le dio una hoja, la cual la identificaba como residente de México, señalaba que su situación migratoria estaba en proceso. Un documento útil sólo para identificarse con la propia oficina de Inmigración.

Dos meses después, el mismo destino de Yanisleidys alcanzó a Alexander. La mañana del 26 de junio, él fue trasladado al Aeropuerto capitalino también con engaños: le dijeron que iba a la sede principal del INM en Polanco a pagar una multa de 6 mil pesos para obtener un oficio de salida. Sin embargo, lo mantuvieron en una oficina de la Terminal 1 hasta las 8:45 horas del siguiente día.

"Me secuestraron", acusa Alexander. Presume que lo sacaron el 26 de la estación para que no le permitieran acercarse al Relator de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Felipe González, quien esa misma tarde acudió ahí para constatar el estado de derechos de los asegurados.

De pie, con su cola de caballo china, Yanisleidys esperó a Alexander en una avenida de La Habana cuando lo dejaron salir del campamento de Casablanca, un día antes de lo previsto. Eran las 10 y media de la mañana del sábado 30 de julio. El bailarín, quien de tener un cuerpo musculoso ahora estaba flaco, corrió a ella y la besó, la mordió, la cargó. Necesitaban intimidad. A diferencia de las prisiones, en las estaciones migratorias no existen las visitas conyugales y el no tener relaciones en más de 13 meses los había afectado también emocionalmente. Además, tenían mucho de qué hablar y Alexander aún no asimilaba que ya había sido devuelto a Cuba. En vez de ir a la casa de él para que se encontrara con su familia, se fueron a una posada en el Centro.

"Estaba muy perturbado, la gente y el clima me estaban agobiando", dice Alexander.

Desde que Yanisleidys regresó a Cuba, no pasa una noche sin lamentarse por estar en el país donde no quiere vivir. "A pesar de todo lo que pasamos, esto ha sido para mí lo más duro", se sincera. Con su novio, mata las horas del día ya sea en su televisor o en el de la casa de él viendo videos musicales de reggaeton o telenovelas como "La Reina del Sur". "Este no era plan", insiste.

El 12 de noviembre, Yanisleidys recibió una nueva carnet de identidad y le dieron una libreta amarilla, la utilizada para comprar alimentos subsidiados del Gobierno. Aún sin trabajo formal, saca algo de dinero poniendo uñas postizas y vendiendo algunos productos de belleza que su hermana le envía de Estados Unidos. Alexander sigue en espera de sus documentos. Yanicel todavía no termina de pagar las deudas que adquirió para enviarles dinero. Continúa doblando jornadas cuidando enfermos y su esposo, Daniel, chofer de autobús, sigue haciendo corridas de Nueva Jersey a Nueva York, incluso los fines de semana. Por la falta de recursos, no sabe cuándo volverá a Cuba a ver a su hermana.

"A veces ni las propias madres, hermanos de uno, se comportan así. Ella siempre estuvo ahí en cada momento, cada hora. Le debo mucho", dice Alexander.

Sin saber cómo alcanzarlo, Yanisleidys no renuncia a su sueño: emigrar de la isla. México ya no es una vía a corto plazo, pues, la restricción de ingreso que le impusieron es de 5 a 10 años. 


Verónica Sánchez, Reforma, 29 de mayo.

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