Hace 45 años, el fotógrafo Rodrigo Moya (nacido en Colombia en 1935, naturalizado mexicano tiempo después), llegó a Cuba para documentar el triunfo de la Revolución. La idea era publicar un libro con aquellas imágenes irrepetibles de un sueño vuelto posible.
Pero quien sería el patrocinador del libro murió y el material permaneció archivado por décadas. Aquellas fotografías captaban a un intenso Fidel Castro, a un seductor Ernesto Che Guevara y a un vital pueblo adaptándose a una nueva forma de libertad.
Una selección de 80 instantáneas de ese valioso acervo se mostró por primera vez en el mundo, en la exposición Cuba mía, en Barcelona. Ahora itinerará por otras ciudades de España y en junio arribará a La Habana.
Negativero arrumbado
En entrevista con La Jornada, Rodrigo Moya recuerda ese primer viaje que realizó a la isla: “era para mí el primero de dos o tres más en que abarcaría otros temas tan importantes como la zafra, las centrales (ingenios azucareros), el mar, la pesca, la defensa, el paisaje.
“Como fotógrafo de prensa resultaba ocioso contar las tomas. La cuenta angustiosa en aquella ocasión fue la de ver cómo se me acababa la película y en La Habana era imposible conseguirla. Cuando al final del viaje nos concedieron intempestivamente la entrevista con el Che, apenas tenía en la cámara las placas restantes del último rollo 6 por 6 centímetros y algo de 35 milímetros. Calculo que tendré unas 400 tomas, aunque en algún momento deseché malas o repetidas.
“Apenas imprimía los materiales tentativos del primer viaje, cuando Monny de Swaan, un rico comerciante judío holandés de ideas socialistas que comerciaba con Cuba y quería producir el libro, falleció repentinamente.”
–¿Cuál es la historia que sortearon estas imágenes para que ahora lleguen a nuestros ojos?
–La de acompañarme intactas como negativos, contactos y copias de época, desde 1964 hasta ahora. Cuando me retiré de la fotografía, a mediados de 1967, lo que restaba de mi archivo fotográfico fue parte inseparable de mi bagaje de mudanza de un quehacer a otro, de empresa en empresa, de una casa a otra, de ciudad en ciudad. Muchas cosas deseché y otras apenas las he mirado, pero el tema de Cuba siempre fue la perla de mi archivo y tuvo un nicho aparte.
–¿Dónde archivó ese valioso acervo?
–Primero en cajas repletas con los sobres originales donde guardaba ciertos trabajos que presentí tendría que ordenar algún día. Luego en cajoncitos de triplay o en rincones de libreros. Cuando me fui haciendo un pequeño editor exitoso, un carpintero me hizo cajoneras ad hoc que formaban un aparte del archivo de la revista Técnica Pesquera, que edité y dirigí durante 22 años. Cuando desmantelé las naves en México, o ellas me desmantelaron a mí, y me vine a vivir a Cuernavaca en 1998, allí estaba todo ese negativero arrumbado entre cerros de libros y todo lo inútil que uno va escribiendo o guardando en la vida.
“Mi alejamiento de la fotografía fue radical e indoloro. Nunca pensé en volver. Fue hasta 1999 que enfrenté el dilema de qué hacer con el archivo, que ocupaba espacio y los sobres se habían pegado. Tiré cientos de pacotilla periodística, pero lo de Cuba, mi historia personal y algunos reportajes eran intocables y desde entonces los he trabajado y aquí siguen.
“Cuando me invitaron a exponer Cuba mía en Barcelona, pedí la edición de algún tipo de libreto o guía de exposición. Nunca me imaginé un libro-catálogo tan bien hecho.”
Los pasos niños de la Revolución
Los catalanes Marta Nin i Camps, directora adjunta de Casa Amèrica Catalunya, y del fotógrafo y curador Claudi Carreras, hicieron posible el proyecto: “juntos hicimos una primera selección, evocando gozosamente aquellos pasos niños de la Revolución Cubana y lamentando las muchas imágenes que quedarían fuera”.
Moya habla con entusiasmo de los retratos que hizo a Fidel Castro: “además de ser un guerrillero mítico y significar el corazón de esa revolución que ha logrado contener el apetito imperial, Fidel fue un tribuno clásico, el gran estadista latinoamericano de todos los tiempos, con el privilegio de su alta oratoria que mantuvo la atención del mundo durante décadas.
“Ya desde sus años de dirigente estudiantil fue un elocuente orador y como abogado hizo su propia defensa ante el tribunal de la dictadura que lo juzgaba cuando cayó preso en el asalto al Cuartel Moncada.
“Su gestualidad era enfática, poderosa, capaz de tener electrizados a auditorios masivos durante horas. En contrapartida con lo que ahora pasa con tantos mandatarios de nuestro tiempo, él no tenía escritores de discursos ni asesores importados de imagen. Tenía, en cambio, el poder de un pensamiento dialéctico desarrollándose a la par de los hechos, su empatía con la voz y el sentir del pueblo cubano, y la verdad de la historia en su voz.
“Ese Fidel Castro es el que traté de fotografiar en condiciones tan difíciles como las de un espectador más, y desde luego, reconozco que no logré captar fotográficamente ni un ápice del poder de aquel hombre.”
–A 45 años de distancia, al ver sus imágenes, ¿qué es lo que le causa más nostalgia de aquella estancia en Cuba?
–Más que nostalgia me producen una terrible melancolía, tal vez la tristeza que puede producir el sentimiento de una utopía machacada después de haberla visto emerger con alegría y fuerza inusitadas. Todo mundo dejó sola a Cuba. Por eso sigo queriendo y sufriendo esas imágenes, que significan precisamente la alegría de la utopía, la lucha solitaria de un pueblo contra el enemigo implacable que es el capitalismo mundial y sus corifeos de toda laya.
En México, el Centro Cultural Universitario de Tlatelolco exhibirá la obra de Moya los primeros meses de 2010.
Mónica Mateos Vega, La Jornada, 31 de marzo.