Esa ecuación se cumple en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes, de Cuba, donde se reúne la obra de tres de los grandes maestros de la pintura moderna de la isla.
A los visitantes y a los transeúntes, inclusive a los ausentes de toda información, los saluda un ejército de cucarachas que trepa por las paredes del inmueble.
Se trata de la instalación Sobrevivientes, de otro cubano, Roberto Fabelo, quien junto con sus paisanos Carlos Garaicoa, quien muestra el montaje titulado La enmienda que hay en mí, y Esterio Segura, quien montó Lost baggage, completan el menú de este fragmento notable de la décima Bienal de La Habana.
La exposición central se titula Resistencia y libertad. Abre con un óleo impresionante: En el límite que constantemente se desmorona, de José Bedia, maestro del posconceptualismo, cuya declaración de principios se desborda sala adentro: “mi pintura es un acto de descolonización, no física pero sí mental”.
Y es que la divisa que unifica los discursos de Bedia, Raúl Martínez y Wifredo Lamm, es la consolidación de un movimiento de pintura cubana realizado desde la periferia; es decir, fuera de los centros hegemónicos de creación artística.
Combatiente en el exilio y la isla
José Bedia fue uno de los muchos artistas cubanos que desarrollaron su combate entre el exilio y la inmersión en la isla. Su defensa de la identidad vernácula se centra en la valoración no folclórica sino conceptual, en acto y espíritu, de los elementos que conforman una identidad nacional sin nacionalismo.
El caso más extremo lo constituye Raúl Martínez, artista homosexual que sufrió la persecución del régimen. Aplicó los principios del pop art en los inicios de la década de los 60, en coincidencia con los primeros años de la revolución, hasta que se le prohibió retratar a los héroes que ofrendaron su vida y le fue revertido tal concepto por “no encajar” en la definición del “nuevo hombre”, que propuso la autoridad como modelo.
La articulación de la obra de Raúl Martínez, como uno de los ejes principales de la curaduría de la Décima Bienal de La Habana, significa a todas luces una reivindicación.
Lo que une a estos tres grandes artistas (Martínez, Bedia, Lamm) “no son los temas que escogieron, las audacias pictóricas o sus posibles afinidades formales; los une un mismo método, una similar operadora de poética”.
Así, lo que significara para Wifredo Lamm el surrealismo, significó el pop art para Raúl Martínez y las corrientes derivadas del posconceptualismo para José Bedia: un modelo, un punto de partida para hablar de otra cosa y de otra forma. Crear nuevos estilos. “Una forma alternativa para beneficio de todas las narraciones; un acto de tenaz resistencia y de absoluta libertad”.
Junto al arte pop de Raúl Martínez se muestra el mundo fascinante de José Bedia. Caída libre por el río hembra destaca por su fuerza humorística, su filosa carga de ironía y su capacidad inmensa de asombrar.
Corona la trilogía un conjunto de obras maestras de Wifredo Lamm.
En las salas alternas del museo canónico cubano dialogan otros tres discursos, éstos, abrigados por la actualidad punzante.
Las cucarachas con cabeza humana que untó a las paredes exteriores del museo el artista Roberto Fabelo tienen contraparte con otras obras del mismo autor salas adentro, como una escultura armada de cafeteras italianas en el punto improbable de derretirse. Se titula Cafedral.
Esterio Segura juega por su parte con esculturas de Pinocho ensambladas a instalaciones varias: maletas (Lost baggage), libros (clásicos del socialismo, del capitalismo y de la literatura universal) y carros de supermercado.
Arquitectura con sarcasmo
La más impactante pertenece a Carlos Garaicoa, especializado en conceptos de arquitectura combinada con el arte fotográfico y una dosis de humor punzante. Recibe al espectador otra declaración de principios: “Yo no he sido surrealista hasta el día de hoy”, y esos juegos de ironía los sigue en sus distintas obras, atendiendo al principio de la escritura automática.
Fotografías de la vida cotidiana de La Habana, su arquitectura colonial, derruida, sus paisajes humanos, vegetales y de los suburbios. Los completa todos con sarcasmo e intervenciones imaginativas.
La mejor: Las joyas de la corona. Consiste en joyas de plata que son reproducciones en miniatura, colocadas tras acrílico, del Estadio de Chile, la KGB, la Stasi, la Base Naval de Guantánamo, el Pentágono, entre otros emblemas del totalitarismo. Las joyas toman formas de edificios, lugares de represión, presidios, casas de tortura.
“Parten de la realidad –explica el artista–, pero también de la proyección mental que tenemos de estos sitios. Esta obra bebe de la literatura lidereada por Michel Foucault sobre los espacios de vigilancia y poder, así como de los espacios laberínticos borgianos.”
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