En medio de gritos y el olor a orina y sudor, los soldados encuentran una habitación salpicada de manchas de sangre y un trozo de madera incrustado de clavos que los delincuentes usaban para golpear a los rehenes y exigirle dinero a sus familias: tres mil dólares por cada uno.
Cinco de los presuntos secuestradores son colocados en un camión del Ejército, entre ellos su supuesto líder, hijo de un agente de la policía local.
The Associated Press pasó cinco días con elementos de la Octava División del Ejército Mexicano en Tamaulipas, un estado fronterizo con Texas, para atestiguar la lucha que libra con los cárteles del narcotráfico.
Este asiento exclusivo de la AP en primera fila revela que la ofensiva del Ejército es, al mismo tiempo, exitosa e imperfecta, complicada por la corrupción policial, la falta de adiestramiento de los efectivos de seguridad y la desconfianza de la población local.
La lucha se complica por la arraigada corrupción de la policía, tanto a nivel local como estatal. Algunos policías trabajan simultáneamente como espías y asesinos a sueldo de los cárteles de la droga.
“Aquí no se le puede hablar a la policía porque los policías están coludidos (con los narcotraficantes)”, dijo el capitán del Ejército, Huascar Santiago.
En la incursión en Reynosa, los soldados liberaron a nueve mujeres que eran retenidas en una sala de estar, vestidas sólo con su ropa interior, así como a 46 hombres congregados en dos pequeños dormitorios, algunos hasta durante un mes, con escasa comida y agua.
La sala de torturas tenía un colchón en el suelo y había en las paredes manchas de sangre y carteles de mujeres semidesnudas.
Los soldados esposaron al líder de la banda y cubrieron su cabeza. Luego lo llevaron a un baño y lo hicieron arrodillarse frente a una bañera, junto a un balde con agua. La puerta fue cerrada.
El sospechoso emergió mojado y dispuesto a revelar las direcciones de otras dos viviendas usadas para el contrabando de inmigrantes, aunque la búsqueda no rindió resultados.
“Son ustedes unos héroes. Dios se los va a pagar”, señalaba un mensaje de texto en el teléfono celular del capitán Santiago. El mensaje era del hombre que había dado la información.
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