Estos efectivos integran los Grupos Beta, que brindan su apoyo sin distinción de nacionalidad o estatus legal, en patrullajes a lo largo de 4 mil 448 kilómetros lineales: 3 mil 326 colindantes con Estados Unidos y mil 122 con Guatemala y Belice, donde la muerte acecha a quienes buscan alcanzar el llamado sueño americano, no sólo al caminar bajo temperaturas extremas, sino por ser blanco de mafias criminales.
Los 144 agentes beta son coordinados por el Instituto Nacional de Migración (INM), dependiente de la Secretaría de Gobernación, aunque gobiernos estatales y municipales colaboran con una parte de este personal. En la zona norte hay 112 agentes (25 municipales, 12 estatales y 75 federales), mientras que en la frontera sur desempeñan esta labor 52 (35 federales, uno estatal y 16 procedentes de ayuntamientos).
Los extravíos y defunciones ocurren todos los días. Las brigadas de los Grupos Beta (hay 16 en el país) brindan auxilio humanitario en las mismas zonas donde operan sus compañeros agentes migratorios, quienes tienen atribuciones para atrapar y deportar indocumentados.
Lo mismo ocurre con el pequeño equipo humanitario que tiene la Border Patrol (Patrulla Fronteriza) de Estados Unidos, identificados como los Borstar, quienes junto con los beta terminan siendo testigos de los saldos trágicos del fenómeno migratorio. “Son (dramas) impresionantes, increíbles, únicos. Por ejemplo, un hombre con un niño en brazos, que transitaba en el desierto, fue mordido por una serpiente. A los pocos minutos se empezó a sentir mal; sabía que iba a perder la vida y que era muy probable que no llegara a un lugar en donde lo atendieran.
“Entonces, encargó a su hijo a un completo desconocido y le dijo ‘cuídalo porque yo ya no voy a llegar’. Esto (dar a tu hijo) ¡en una situación normal no ocurriría jamás!”, relata José Alberto Canedo, director de Protección a Migrantes de México.
Las líneas de capacitación de los agentes que integran los Grupos Beta ponen en evidencia la magnitud de los riesgos cotidianos y actuales de la migración. En coordinación con corporaciones nacionales (como la Marina-Armada de México) e internacionales, los agentes Beta toman como asunto prioritario los siguientes cursos: identificación de víctimas de trata; manejo de crisis y estrés; rescate acuático y primeros auxilios; mujeres, niñas, niños y adolescentes migrantes, y sistemas de cuerdas y atención médica para aplicación de rescate.
La cancillería mexicana precisó que en los primeros siete meses de este año 246 mexicanos murieron en el intento por cruzar a Estados Unidos; la mayoría de los decesos ocurrieron en Arizona y la principal causa fue la deshidratación.
Especialistas y organizaciones civiles que dan seguimiento a este fenómeno señalan que en promedio mueren dos mexicanos al día. Otros estudios indican que en el periodo 1994-2006 hubo más de 4 mil decesos; en 2008, precisaron, hubo 712 defunciones.
En 1990, el gobierno mexicano creó como un programa piloto en Tijuana, los Grupos Beta, dependientes del Instituto Nacional de Migración. Actualmente cubren diez rutas, con énfasis en las zonas de alto riesgo, como el desierto de Sonora, las inmediaciones de Ciudad Juárez y el Istmo de Tehuantepec, así como Tenosique, Comitán y Tapachula.
Aunque progresivamente han tenido aumento de personal y equipo, resulta insuficiente para cubrir todas las áreas peligrosas a fin de apoyar la búsqueda y rescate terrestre y acuático de migrantes, además de brindar primeros auxilios y defensa de derechos humanos, entre otras tareas.
Los agentes Beta también están en peligro (en diciembre de 2007 asesinaron a uno), principalmente porque es personal reducido, no armado. “Estamos en clarísima desventaja”, advierte el funcionario. Los recorridos de los agentes son delineados por los propios migrantes para evadir las barreras y controles fronterizos. Tienen que ir detrás de ellos a zonas cada vez más remotas y peligrosas.
Los Grupos Beta cuentan con 86 camionetas, 50 jeeps, 36 cuatrimotos, tres lanchas, un remolque, diez ambulancias, siete aerobotes, 43 teléfonos satelitales, 48 GPS y 43 desfibriladores automáticos, entre otros elementos para el rescate. Sin embargo, son insuficientes para cubrir todas las necesidades de un fenómeno migratorio cuya magnitud, aunque en la estadística ha disminuido en los últimos meses, sigue siendo alta: miles y miles todos los días.
Por ejemplo, en Sásabe, en medio del desierto sonorense, cubren 236 kilómetros bajo temperaturas extremas, divididos en turnos. Cuando se encuentran con los indocumentados tratan de convencerlos de no continuar con su recorrido.
“Hacemos énfasis en el trabajo preventivo, decirles que pueden encontrar la muerte, que están en una situación de extrema vulnerabilidad. Y, en efecto, convencerlos de que desistan es una labor poco fructífera, pero si logramos que algunos regresen a sus lugares de origen es todo un éxito que no tiene precio”, señala Canedo.
En una ocasión, agrega, en un grupo de migrantes iba una señora con sus dos hijos pequeños, cuando vieron a la Patrulla Fronteriza. Unos corrieron hacia el lado mexicano y otros hacia la zona opuesta. Uno de los hijos quedó en el área estadunidense. Lo perdió, aunque afortunadamente el niño pudo ser localizado días después.
“Las historias son rudas. Los hechos que vemos todos los días causan frustración. Hay migrantes que dejan escrita en cualquier papel que tengan a la mano su última voluntad antes de morir.”
En un papelito escriben de dónde son originarios y el nombre de su esposa. “Son historias terribles: personas víctimas de trata, gente engañada, abusada, extorsionada”, concluye el jefe de los beta.
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