Reciben a Carstens con abucheos en el Zócalo

Bajo la llovizna, y pese al imaginario de luces, Agustín Carstens atrajo las silbatinas.

Apenas apretujó uno de los balcones de Palacio Nacional y hubo quien olvidó sus matracas y espumas —sólo un instante— para abuchear sus desatinados pronósticos hacendarios y sus nuevas propuestas recaudatorias.

“Y tú, ¿cuándo te vas a morir de hambre?”, fue una pregunta perdida entre la multitud refugiada en el secreto y en los paraguas tricolores.

El secretario de Hacienda encabezó los reproches fugaces en el Zócalo. Crecían tras cada una de sus risotadas, símbolo de una bonanza añorada entre los de abajo. Crecían frente a su casi obsesiva misión de retratar a la familia presidencial.

Ganó el embeleso por la pirotecnia, por las pirámides esbozadas en la fachada de Palacio Nacional —en hechizante gala de luz y sonido— y por las notas del mariachi, aunque la ceremonia del Grito de Independencia sirvió también para dedicar zumbidos de hartazgo y reprobación.

El Estado Mayor Presidencial optó por extender la distancia entre “los de arriba” y “los mojados”. Fue división de vallas y rejas. Y la lejanía acentuó los dos mundos antagónicos…

Abajo, cero glamour. Era el pueblo en ansiedad por los vivas independentistas, por aquel cura heroico, por la dama conspiradora y el hombre del paliacate; por el simple placer de gritar por la patria, entre banderas deshilachadas y cascarones vacíos.

Arriba, no había rastros de aquel país bosquejado durante el informe del 2 de septiembre, azotado por crisis económicas, enfermedades virulentas, desplomes petroleros, ataques del crimen organizado y sequías desquiciantes. No. Todo era abrazos y carcajadas. Todo era copas y espasmos de plenitud.

Aunque los coros del “Cielito Lindo” y “La Cucaracha” y los estruendos de bandas arrolladoras habían acelerado el jolgorio, había razones de sobra para, de vez en cuando, dirigir voces discordantes hacia los balcones de dientes centelleantes.

Carstens multiplicó los pitos. Y lo hizo también Genaro García Luna, pese a sus actos intrépidos durante el reciente episodio aéreo que aquí, en la plaza central, sirvió de aperitivo churrigueresco antes de los fuegos artificiales y las arengas en honor al Bicentenario de la Independencia y al Centenario de la Revolución.

El secretario de Seguridad Pública fue uno de los más activos en la luminaria, orgulloso de sus federales en potente despliegue contra las fuerzas del mal y posibles desavenencias nocturnas. Pero no evitó los chiflidos.

Al final, en la jarana popular, los vituperios no resultaron prioritarios. Sí el Viva México. Sí las campanas. Sí las tonadas de la Orquesta de la Armada, acompañadas con la borrasca. Sí los bailes cucarachescos, las guitarras y los 15 minutos de iluminación celestial.

Era la velada del festejo 199 y del disfrute de un espectáculo multimedia que utilizó las paredes del Palacio Nacional para pintar imágenes de la cultura mexicana, en un show que se repetirá —eso dijeron— hasta la noche sabatina.

¡Viva México!, ¡Libertad e Independencia!, fueron palabras tatuadas en la estructura del edificio mientras se agitaban las viejas banderas y se restregaban los huevos sin confeti.

Ya habrá tiempo para las mentadas…

Daniel Blancas Madrigal, Crónica, 17 de septiembre.

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