“Todos han fallado”, el reclamo ciudadano.

Ahí estaban todos, con rostros serios, con gestos adustos, con caras de aparente preocupación.

Ahí estaban todos, con semblantes que parecían compungidos.

Ahí estaban, en el salón Tesorería de Palacio Nacional, reunidos todos: el Presidente de la República, 31 gobernadores, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, el presidente del Senado, la presidenta de la Cámara de Diputados, el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y tres alcaldes en representación de dos mil 454 presidentes municipales del país.

Ahí estaban todos los hombres y mujeres que representan al Estado mexicano. Ahí estaban todos los gobernantes del país y sus policías (procuradores, secretarios de seguridad pública), escuchando, con gestos de circunstancia, lo que les espetaban dos ciudadanos en nombre de millones de mexicanos:

“Han fallado”.

Eso. Eso es lo que les reclamaban: que todos —todos— han fallado en la primera misión que tiene cualquier Estado y cualquier gobierno: garantizarle a los ciudadanos seguridad.

Un hombre de pelo cano y mirada tristísima tomaba la palabra. No leía un discurso. Hablaba con las emociones plasmadas en cada frase. Era Alejandro Martí, el padre de Fernando, el joven de 14 años que recientemente fue secuestrado y ejecutado. Hablaba con la boca seca. Con la garganta que se le cerraba y le impedía, por momentos, articular palabras con fluidez. Hablaba con los ojos repletos de lágrimas. Hablaba con tono pausado e indignado, y preguntaba, les preguntaba a los representantes del Estado mexicano:

—¿Qué nos pasó?

Algunos de los gobernantes bajaban el rostro, otros se ponían la mano en la barbilla, unos más ocultaban la mitad de la cara con ambas manos entrelazadas a la altura de la boca y la nariz, como si quisieran esfumarse de ahí, como si desearan no ser observados en esos momentos en que Alejandro Martí les reclamaba:

—Antes jugábamos en las calles. Ahora tenemos terror. Terror de salir a las calles. Día con día estamos aterrorizados… Han sido años y años de indolencia, de leyes reactivas, de marchas y, ¿qué hicimos? Nada… Cuando secuestraron a mi hijo todas las noches pensaba quién lo mató: un hijo de la impunidad o todos, que dejamos de hacer algo…

Y ellos, todos ellos, los representantes del Estado mexicano, los que han dejado de hacer lo primero que tienen que hacer, garantizar la seguridad de los ciudadanos… aplaudían. Aplaudían fuertemente cuando un ciudadano les reclamaba… por su incapacidad. Aplaudían de pie los gobernantes… ante el reproche de sus gobernados, como si ellos mismos no fueran los gobernantes, sino
los gobernados…

Luego tomaba la palabra María Elena Morera, presidenta de México Unido contra la Delincuencia, organizadora, junto con otros ciudadanos, de aquella multitudinaria marcha contra la inseguridad realizada en junio de 2004, y les recordaba a los aplaudidores:

—Hemos sido despojados de nuestras calles, de nuestras casas, de nuestras vidas. Hemos sido despojados por criminales, pero también… por la omisión de los gobernantes. Estamos igual que antes, pero con más violencia. La desidia y la demagogia nos alejan de ustedes. Ya basta de que se sienten a discutir sin solucionar los problemas (de seguridad). ¡Queremos resultados!...

Atendían las palabras de la mujer ellos, todos ellos, los responsables de la seguridad. Unos tomaban apuntes, otros agachaban la cabeza, unos más asentían, como si fueran… ciudadanos protestando contra sus gobernantes. Hasta que la mujer, a la cual un día le secuestraron a su marido y le mutilaron varios dedos, los dejaba helados con una frase:

—Desde hace mucho tiempo tenemos un gran acuerdo que no se cumple: la Constitución y sus leyes… ¡Basta de acuerdos que no se cumplen! Ahora sí, los mexicanos decimos: ¡ya basta de mentiras
y simulaciones!

Las flechas verbales femeninas retumbaron en el hermoso salón de maderas, herrerías y cristales. Y ellos, todos ellos, volvieron a aplaudir… como si fueran los protestantes y no los responsables del Estado, de la seguridad de los ciudadanos.

Minutos más tarde todos ellos, quienes forman parte del Consejo Nacional de Seguridad Pública, firmaban el Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Legalidad y la Justicia. Un acuerdo más. Luego los representantes del Estado, que se habían aglutinado en una enorme mesa en forma de herradura, abandonaban el lugar. (Marcelo Ebrard y Felipe Calderón no se hablaron ni se dieron la mano. Estaban a 20 lugares de distancia.)

Antes de abordar su camionetota, un empresario comentaba, casi rogaba:

—Ojalá que ahora sí no sea un acuerdo más…
Juan Pablo Becerra Acosta, Milenio, 22 de agosto.

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