Una ciudad acechada por la muerte

Diez detonaciones. Miguel está recostado al volante del auto blanco. En la oscura calle de Hiedra, de la colonia Infonavit Ampliación Aeropuerto, la única luz que se ve más allá de la niebla es la de los faros del Cirrus convertible. Desde la banqueta, sin acercarse, sus primos y amigos gritan, lamentan y preguntan por qué él, por qué lo ejecutaron.

La escena es confusa. Los militares corren y se refugian tras autos y bardas. Inspeccionan la escena. La orden es cuidarse las espaldas. Se mantienen alerta de las camionetas con vidrios polarizados que dan rondines.

“Lo que hacen algunas veces los sicarios es regresar en otras camionetas para ver si en verdad lo mataron”, dice un militar de esta patrulla. Hace varios días, a un policía herido de la Cipol, una fuerza de seguridad de esta ciudad, lo bajaron de la ambulancia para rematarlo. No hirieron a nadie más.

“Claro que da miedo (patrullar la ciudad más peligrosa de México). Todos los días te enfrentas a la muerte. Pero alguien tiene que hacer este trabajo. No queremos que esto llegue a la ciudad. Sería incontrolable”, decía unas tres horas antes otro oficial de esta patrulla militar.

Este 13 de febrero había sido un día tranquilo en Ciudad Juárez. Al oscurecer, a las 17:50 horas, el coronel quitó el seguro de su ametralladora, se ajustó el chaleco antibalas y puso en alerta a sus hombres. “Es la hora de los sustos”, dijo.

“Prefieren realizar sus maldades entre las 7:00 y 10:00 de la noche. Lo hacen porque es la hora del tráfico, ya no hay luz y aún hay gente y saben que ellos no los señalan”, asegura el oficial.


Aquel día, la policía municipal se va sobre familiares que salen de una casa y los detienen. La Cruz Roja llega 10 minutos después; nada pueden hacer. Se acercan con cautela para no pisar los casquillos nueve milímetros regados alrededor del convertible.

La ejecución de Miguel Amaya el día previo al del amor y la amistad sería sólo uno de los más de 20 casos que se darían ese fin de semana en Chihuahua y una de las 13 en Juárez, según cifras de la Procuraduría estatal.


El mensaje: que ellos no juegan

La escena de esta noche es el resumen de lo que pasa en Ciudad Juárez. Ajuste de cuentas. Echan bala y matan a los contras: de Juárez o de Sinaloa. Matan a quien pierde droga o se la decomisan, a quien se queda con algo de los capos o porque ese es el mensaje: con ellos no se juega. Qué pueden esperar militares.

Horas antes, en el cuartel, el coronel mostraba un mapa con los puntos donde hubo decomisos y lugares con ejecutados. Existen algunos, por ejemplo el Sector IV, donde se da la coincidencia: “Un día se hace un decomiso en una bodega o casa y al otro día aparecen cuatro o tres ejecutados”.

El Cirrus sigue encendido. Los paramédicos ya se retiraron. Una tía y un primo se acercan: quieren despedirse, quieren besarlo. Son alejados. Queda solo, sobre el asiento de su auto deportivo.

Los cuatro que iban con él, amigos y un primo, escaparon de la muerte. Los sacaron del auto. Las balas los rozaron.

“Eran como unos cuatro. De hecho nomás a él lo atacaron. Nos rodearon a los cuatro; iba una muchacha porque íbamos a dejarla. Y a mi nomás me rozaron la espalda porque yo me alcancé a salir. Pero estaban acá, disparando ellos…”, dice con acento norteño el testigo más cercano.

Tres tiros resuenan. Los ladridos de los perros se intensifican. Los murmullos y sollozos paran. Dos camionetas con vidrios polarizados pasan a toda velocidad

“Vamos. Vamos… Suban… En alerta todos… Vigilen azoteas y autos…”, dice el comandante. Los efectivos suben a sus unidades, cortan cartuchos y quitan seguros.

Hace media hora uno de los sargentos de la patrulla confesaba: “La noche es más peligrosa. No sabes si hoy vas a morir. Nunca sabes si desde ahí te van a disparar”.

Recibir o mandar mensajes seguros se ha convertido en un lío. El Ejército no confía en nadie, dicen que los narcos interceptan todos los canales, por eso se utilizan cinco tipos de comunicación por radio.


El comando de las dos camionetas se divide, unos revisan otros vigilan. La búsqueda dura media hora pero es inútil. Se hicieron humo. Nadie sabe de ellos, nadie vio nada. La gente tiene miedo de hablar o de señalar.
El Universal, 2 de marzo.

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