PUENTE DE IXTLA.- Los primeros días del paro técnico en la planta de Nissan en Morelos, Cynthia Pineda se propuso apapachar a su esposo. Le hacía el desayuno, se arreglaba un poquito más de lo común para él, se preocupaba porque estuviera cómodo.
Después lo puso a reparar los desperfectos de la casa: el techo, la tubería, la instalación eléctrica. Luego, lo mandó a buscar trabajo.
Sergio Moreno, de 38 años, encontró uno de medio tiempo como responsable en un gimnasio público, pues había sido fisicoculturista.
"Al principio me sentía a gusto porque comparte más tiempo con sus hijos, pero llega un momento en que la monotonía se sale de control", comenta Cynthia mientras va a la cocina a vigilar los guisos.
Su casa luce un poco tirada y oscura, con las ventanas y puertas cerradas.
"Se altera un poco, igual yo. Es atender a una persona más. Eso sin contar lo económico. Ya no se puede, tengo que dar de comer y saber que él está aquí. Ahora sí que lo mando a trabajar: 'vete a buscar por otro lado'", relata.
Ana Lilia, esposa de Alejandro Estrada, habla de los malabares con el gasto. Si antes le daban mil pesos semanales, ahora sólo 700. Si antes les daban 15 pesos diarios a los niños para la escuela, ahora sólo 10.
"Se siente uno mal, porque estaba acostumbrado a otras cosas. Ahorita ya se resiente todo el cambio", lamenta.
La mujer padece insuficiencia renal por la diabetes.
Su esposo aprendió a hacer las diálisis para ahorrar los 100 pesos diarios de la enfermera.
De todos modos tiene que pagar quién le cocine. Él cree que la enfermedad se agravó por las preocupaciones.
"A veces está distraído, está pensando cómo le va a hacer para sacar el gasto de la semana y una se queda tensa nomás de pensar por lo que está pasando", comenta Ana LIlia.
Emanuel, el hijo menor de las pareja, tiene 9 años. Hace dos meses empezó a juntar cobre para venderlo junto con su primo. Antes, dice, pagaban 50 pesos el kilo, ahora les dan sólo 25.
- ¿A tus amigos de la escuela les está pasando lo mismo?-.
- No sé, no me cuentan. Yo no les cuento, me da pena que mi papá no tenga trabajo.
Después lo puso a reparar los desperfectos de la casa: el techo, la tubería, la instalación eléctrica. Luego, lo mandó a buscar trabajo.
Sergio Moreno, de 38 años, encontró uno de medio tiempo como responsable en un gimnasio público, pues había sido fisicoculturista.
"Al principio me sentía a gusto porque comparte más tiempo con sus hijos, pero llega un momento en que la monotonía se sale de control", comenta Cynthia mientras va a la cocina a vigilar los guisos.
Su casa luce un poco tirada y oscura, con las ventanas y puertas cerradas.
"Se altera un poco, igual yo. Es atender a una persona más. Eso sin contar lo económico. Ya no se puede, tengo que dar de comer y saber que él está aquí. Ahora sí que lo mando a trabajar: 'vete a buscar por otro lado'", relata.
Ana Lilia, esposa de Alejandro Estrada, habla de los malabares con el gasto. Si antes le daban mil pesos semanales, ahora sólo 700. Si antes les daban 15 pesos diarios a los niños para la escuela, ahora sólo 10.
"Se siente uno mal, porque estaba acostumbrado a otras cosas. Ahorita ya se resiente todo el cambio", lamenta.
La mujer padece insuficiencia renal por la diabetes.
Su esposo aprendió a hacer las diálisis para ahorrar los 100 pesos diarios de la enfermera.
De todos modos tiene que pagar quién le cocine. Él cree que la enfermedad se agravó por las preocupaciones.
"A veces está distraído, está pensando cómo le va a hacer para sacar el gasto de la semana y una se queda tensa nomás de pensar por lo que está pasando", comenta Ana LIlia.
Emanuel, el hijo menor de las pareja, tiene 9 años. Hace dos meses empezó a juntar cobre para venderlo junto con su primo. Antes, dice, pagaban 50 pesos el kilo, ahora les dan sólo 25.
- ¿A tus amigos de la escuela les está pasando lo mismo?-.
- No sé, no me cuentan. Yo no les cuento, me da pena que mi papá no tenga trabajo.
Daniela Rea enviada, Reforma, 25 de marzo.
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